TIERRA DE OSOS
Cuando ves tantas huellas sí que es conveniente estar muy atento y extremar las precauciones. Todas las noches que acampé encima del mar procuré buscar “pampas” abiertas con buena visibilidad en todas direcciones, evitando quedarme cerca de caos de hielo o crestas de presión. Lonchas dormía fuera de la tienda, atado y bien visible desde la apertura de la puerta. Si olía algo durante las horas de descanso ladraría, y entonces yo tendría que seguir su mirada para buscar el motivo de sus ladridos y poder localizar yo también al intruso. También extendía cada noche alrededor del campamento una cerca anti-osos, que soy capaz de montar con una caña de pescar en menos de un minuto y, lo juro, ¡ funciona! Si alguien traspasa el perímetro, salta una bengala; suficiente para despertarme y coger la pistola de bengalas o el rifle, que mantengo siempre a mano. Dejo incluso un cuchillo cerca, por si acaso hay que rajar la tienda y salir por la vía rápida. Lo cierto es que no ladró ninguna noche. Pero eso no quiere decir que no hubiera osos. Un día, mientras desmontaba el campamento en la zona más meridional del recorrido, vimos dos. Lo normal es que después de salir de la tienda desmontara en primer lugar la cerca anti-osos y dejara libre a Lonchas, que aprovechaba para deambular por los alrededores, mear en todo bloque de hielo sospechoso y revolcarse en la nieve. Yo recogía el material y la tienda, pero mantenía siempre el rifle cerca y el revólver al cinto. En vez de vigilar los alrededores, prefería vigilar a Lonchas, que podría percibir a un extraño mucho antes que yo. De vez en cuando le miraba, a ver qué hacía. En una de esas miradas encontré a Lonchas tieso como una estaca, con los ojos fijos en el horizonte y alerta como no lo había estado en todo el viaje. Seguí su mirada y ahí estaba, un oso. ¿A qué distancia? Lo cierto es que el oso pasó de largo sin aparentemente prestarnos atención. Al menos, yo no lo vi mirarnos en ningún momento, aunque me extraña que no nos viera, al igual que nosotros le vimos a él. A los pocos minutos pasó otro oso más grande. Ese sí que nos vio, se detuvo y nos miró. Volvió a ponerse en marcha, para luego pararse a mirar otra vez. Creo que estuvo tanteando la posibilidad de acercarse a ver si éramos comestibles, pero por alguna razón cambió de idea y se fue. Durante aquellos minutos no sentí miedo, no intenté moverme, no hice comentarios a la cámara (estaba filmando en video)…Tampoco Lonchas ladró, ni se lanzó a su encuentro, ni nada por el estilo. Fue un momento muy especial, fascinante. Allí estábamos los tres mirándonos, sin perder los papeles. Luego el oso se cansó y siguió su camino. Pensando en aquello, yo creo que el primer oso era una hembra, y éste segundo quizás fuera un macho, siguiendo su rastro. Por eso, entre ir a por la dama o a por dos panolis, eligió la compañía femenina: sabio animal. Lamentablemente, no todos los osos siguen ese patrón de comportamiento. Los ejemplares jóvenes, que acaban de dejar a la madre y no saben cazar, andan hambrientos y dispuestos a lanzarse contra todo lo que respire. Igualmente famélicos están los osos muy viejos, desesperados porque ya no pueden cazar con la habilidad de antes. Ambos tipos de osos son los más peligrosos. Sinceramente, es mejor no encontrarse con ellos.