Oxigeno

ENCUEN TROS EN EL HIELO

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Poco después, ya de regreso hacia Longyearby­en, me crucé con dos noruegos que caminaban rumbo al sur, y que llevaban ya cinco semanas de viaje. Nos paramos a charlar un rato: yo les comenté que había visto osos, y ellos, entre otras cosas, mencionaro­n su preocupaci­ón porque apenas les quedaba comida para sus perros. Decidí ayudarles y les di parte del pienso de Lonchas. Luego nos deseamos mutuamente buena suerte y seguimos cada uno nuestro camino. A los pocos días esos noruegos serían protagonis­tas de un encuentro con osos mucho más dramático que el mío. Tuvieron la mala suerte de toparse con un oso joven y hambriento que se lanzó a por ellos. Los noruegos hicieron lo posible por disuadir al animal: lanzaron bengalas, dispararon al aire, sus perros ladraban histéricos , pero no sirvió de nada. Los noruegos tuvieron que disparar y matar al oso, un ejemplar de dos años y 119 kilos de peso. Disparar a un oso en Svalbard no es algo que tomar a la ligera. Es una especie protegida y quien le haga daño se enfrenta a demandas muy serias, si no se prueba que ha sido en defensa propia y como último recurso. Si matas a un oso a más de 50 metros de distancia y/o no le disparas de frente, eres culpable. De hecho, si se dispara a un oso es necesario llamar inmediatam­ente a la oficina del gobernador, que desplazará personal de la oficina y policía en helicópter­o hasta el lugar de los hechos, para aclarar lo sucedido. Si hay alguna sospecha de muerte innecesari­a, se cancela la expedición en el momento y se procede a interponer una demanda judicial, que será resuelta en Noruega. En el caso de los dos noruegos, en cambio, la situación estaba clara y estos pudieron continuar. Aunque no por mucho tiempo: pocos días más tarde estos mismos expedicion­arios pidieron ser rescatados por falta de comida, para indignació­n de las autoridade­s de la isla. ¡Podían haberlo pensado cuando llegó el primer helicópter­o!

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