EXPEDICIÓN POLO SUR EN MTB
Un hombre, una bici y un destino: el Polo Sur. Una pionera travesía de más de 1.100 km en bici, en solitario y sin asistencia, a través del continente más duro e inhóspito del planeta. Juan Menéndez Granados nos relata la gesta que le ha llevado a escribi
Pedaleando contra su destino, el asturiano Juan Menéndez ha sido la primera persona en alcanzar el Polo Sur en bicicleta. Una gesta heredera del espíritu de los grandes viajeros de todos los tiempos, y que el propio Juan nos cuenta en primera persona.
“La vida me puso entre la espada y la pared, y sentí que mi destino era no estar en la Antártida. Pero quizá ese fue uno de mis grandes apoyos. Pensar que había cambiado
un poco mi destino.” Juan Menéndez ha ido superando barreras desde la humildad y el esfuerzo, la última la del Polo Sur, el gran reto de su carrera deportiva, que a punto estuvo de acabar antes de empezar, pero que ha supuesto una de las actividades más extraordinarias del año.
I
PREPARARSE PARA LO IMPOSIBLE
Se llevaba mucho tiempo pensando en pedalear al Polo Sur, mucho, pero hasta ahora, con la llegada de las fatbikes, nadie se lo había planteando en serio. Sólo el año pasado hubo un tímido intento por parte de un americano. Yo llevaba con ello en la cabeza un tiempo, y tuve que prepararme exclusivamente durante tres años para semejante proyecto. Tendría que pedalear sobre nieve virgen, con temperaturas que podrían llegar a los -40ºC, y a merced de fuertes tormentas. ¿Sería posible? Desde luego, creía que sí, y por eso me esforcé en prepararme y en desarrollar cada destreza y conocimiento que necesitaba para ello. Es por eso por lo que contacté con los mejores exploradores polares noruegos. Quién mejor que Borge Ousland y compañía para darme los mejores consejos. Esto es exploración polar. Aquí cada pequeño detalle cuenta, y desde el principio tuve que probar diferentes soluciones. Además, aquí primaba el ir ligero casi por encima de todas las cosas. Mientras más ligero, más rápido vas. Y rapidez es seguridad en estos entornos.
II PERO ANTES… GROENLANDIA
Ya tenía experiencia en entornos polares, pero había que mejorar. Había que ser más fuerte, más rápido, y más seguro. Por eso el invierno anterior me pasé dos meses en Escandinavia, entrenando en el norte de Noruega y en la Laponia finlandesa. Aún así, no era suficiente, y es por eso me uní a un grupo de esquiadores noruegos para atravesar Groenlandia a finales del verano, donde hay unas condiciones particularmente duras.
Ellos irían esquiando, y yo con bici y esquís. Por motivos de permisos y seguros, no podíamos separarnos. En Groenlandia está terminantemente prohibido ir en solitario. Fue una travesía de 600 km en 27 días, en la que tuvimos muchas tormentas (incluso un huracán), y mucho whiteout; el efecto que se produce cuando hay niebla y se confunde “el cielo con el suelo que pisas”, llegando a marearte, y por supuesto, siendo muy difícil la orientación. Acabamos muy justos de comida, y fue una expedición en toda regla. No pude pedalear mucho por las constantes nevadas, pero aprendí un montón. Había sido el entrenamiento perfecto antes de la gran expedición.
III
PEDIR UN CRÉDITO
Cualquier actividad en Antártida es prohibitivamente cara, sobre todo por culpa de la logística. Desgraciadamente, las circunstancias me fueron apretando más y más, y llegó un punto en que estaba a diez días de marcharme, y cuatro o cinco potenciales patrocinadores que podían apoyarme, al final, se encogieron de hombros, y me quedé en una situación muy comprometida: después de más de tres años preparándome, invirtiendo en material, formación, información, probando diferentes soluciones, etc., no tenía los medios para irme. La vida me puso entre la espada y la pared, y sentí que mi destino era no estar en la Antártida. Es entonces cuando puse toda la carne en el asador, y decidí cambiar las cosas. Había llegado mi momento… Tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida. Pedí un crédito para poder hacer la expedición. El error hubiera sido no haber ido, y haber tirado tanto trabajo por la borda.
IV
LA GRAN DECISIÓN
Los días previos fueron de locura, y sin darme cuenta, estaba en la base de Union Glacier, cerca de la costa, listo para me que llevaran al punto de partida. Había otras dos expediciones que también iban a intentar pedalear al Polo. Es por lo que algunos medios de comunicación empezaban a hablar de “carrera al Polo”. Una chica británica iba a ir con coches de apoyo y por una ruta mucho más corta y con huella marcada (es por donde suben el petróleo a la base científica del Polo Sur). Un americano iba a hacer la misma ruta que yo, pero con depósitos de víveres cada 300 km. En mi caso, tenía la posibilidad de poner depósitos también, pero mi sueño era hacerlo “unsupported”, es decir, en total autonomía. Esto implicaba que tenía que ir muy ligero y acertar muy bien con los días de comida que llevaría. También implicaba el decirle adiós a la “carrera al Polo”. Para mí primó más el cómo lo hacía, que el qué hacía propiamente. Y por eso al final decidí intentar hacerlo como realmente quería, y no como las circunstancias me invitaban a ello, atendiendo a presiones mediáticas. ¡Saldría sin “depos”!
V
EL LARGO CAMINO AL POLO SUR
Salí de Bahía de Hércules el 3 de diciembre por la tarde. La primera zona tiene mucho desnivel, y al principio es sencillo lesionarse porque sales muy cargado, así que empecé despacio, y subiendo el tiempo de actividad, pero no la intensidad. Hubo varias nevadas antes de la expedición, así que había mucha nieve, ¡mucha! Sabía que iba a haber problemas al principio, y que iba a tener que esquiar la primera parte, pero… aquello era demasiado. En los primeros días no pude pedalear nada a pesar de
mis intentos. Aquello era inhumano. Pero también sabía que había que ser pacientes y flexibles. La Antártida no es un buen sitio para
ser pesimista. El terreno fue mejorando y pude pedalear pronto. Fueron surgiendo otros problemas, las cosas típicas de una expedición así. Al décimo día descubrí que tenía una congelación en el pecho, un sitio inusual. Tenía que cuidarla, si no me daría muchos problemas y no podría concluir el reto. Pocos días después, debido al rozamiento con el sillín, se me rompieron los pantalones. Esto suponía un problema muy grave por el peligro de congelaciones, y tuve que hacer varias reparaciones. Nada acababa de funcionar bien. Al final, la cinta americana fue la mejor solución. Un día montando la tienda en medio del whiteout, aparecieron dos coches que venían del Polo. Era la chica británica con su equipo de apoyo. Había llegado al Polo Sur, y ahora ya estaba de vuelta. Fue lo único que vi con vida en los 46 días que duró la expedición. Nada más. Ni un animal, ni un pájaro, ni un vegetal, ni un liquen… Nada, la Antártida es el lugar más estéril e inhóspito del planeta. He de reconocer que las huellas de sus coches me ayudaron hasta donde duraron, pues compactaban la nieve, y el pedaleo era más sencillo. Debido a las condiciones iba con un poco de retraso. Había salido con comida para 40 días, más dos cenas y desayunos extras. En lo alto del plateau antártico, me esperaba una nieve muy antigua, poco transformada por la calma de los vientos en esa zona. También tendría problemas con varios días seguidos de whiteout, y que me acababan retrasando hasta quedarme sin comida. Fue entonces cuando tuve que bajar el ritmo para poder llegar, alimentándome con algún fruto seco que me quedaba, y bebiendo chocolate caliente (al que añadía aceite para que me aportara calorías). Al final, llegué al Polo Sur el 17 de enero, a las 21.05 h, tardando 46 días y recorriendo 1.200 km.
Un momento sin duda muy emocionante. Piensas en todos esos momentos en los que casi no podías más pero seguías tirando hacia delante. Tirando mucho de corazón. Nuestro límite está más allá de lo que pensamos. He estado muy feliz, haciendo lo que quería. Ha habido momentos de frustración, de miedo, pero siempre alto de moral, con un grandísimo sabor de boca. Y ahora, por supuesto, estoy satisfecho, orgulloso de hacerlo como quería. OX