El negro blanco
The devil drives
Richard Burton fue el paradigma del explorador victoriano: alto, fuerte, cultivado, con carrera militar y diplomática, amante de lo desconocido, excéntrico, con ese lanzazo recibido en África que le atravesaba las dos mejillas y le hacía tan atractivo. Pero también fue el azote de una sociedad conservadora y mojigata, de una época donde todo se hacía en nombre del Imperio y no del hombre, de una aristocracia que escondía la piel y el sudor humanos detrás de los uniformes y los vestidos de gala. Cuando Burton marchó, como muchos otros soldados británicos, a dejarse matar a Afganistán, rápidamente fue apodado white nigger, pues mientras sus compañeros despreciaban el contacto con los locales y los tachaban de salvajes, él buscaba su compañía y aprendía sus idiomas, lo que produjo una gran suspicacia entre sus compañeros. Burton llegó a dominar veintinueve lenguas y tantos dialectos que aumentaron su capacidad hasta hablar y escribir cuarenta idiomas. Fue sin duda uno de los más grandes lingüistas del siglo XIX. Con su capacidad para los idiomas pronto encontró un trabajo a su medida: el servicio de inteligencia. Rey del disfraz, se instalaba en los mercados locales vestido de rico, del comerciante Mirza Abdullah, mitad árabe, mitad persa para esconder su acento. Así se introdujo en el pueblo y comenzó su otra pasión: la etnografía. Pero la mirada de Burton no era la que sus jefes esperaban. Sus crónicas estaban plagadas de interesantes detalles relativos al uso de las drogas y la sexualidad de los nativos. Hablaba de las “mujeres de camino”, los jovencitos con los ojos pintados con kohl, ataviados con indumentaria femenina que acompañaban las caravanas del ejército afgano. Hablaba de los burdeles de niños y eunucos en Karachi. Hablaba de diferencias culturales que nadie quería escuchar. Al regresar a Europa tras su campaña asiática comenzó una campaña de libertad sexual y tras muchos affaires de coeur, cuando una madre disgustada le preguntó por las intenciones con su hija, él respondió: “¡Por favor, madame, claramente deshonestas! En 1858 Burton y John Hanning Speke alcanzaron juntos, tras una larga expedición, el lago Tanganica. Burton agonizaba postrado en cama y Speke continuó hasta el lago Victoria que considera el nacimiento del Nilo. Aquí comienzó una agria disputa que ni la historia ni los hombres pudieron saldar. Speke quiso para sí la fama del descubrimiento y acusó a Burton de mentiroso y de comportamiento homosexual. Burton también quería su nombre escrito junto al Nilo y ambos se enzarzaron en una campaña de desprestigio. Para verificar su idea Speke salió de la isla de Zanzíbar junto al oficial Grant en octubre de 1860 y casi tres años después, en febrero de 1863, su expedición alcanzó la población de Gondokoro, en Sudán, después de haber navegado el Nilo, certificando así su posición geográfica. En 1864, un día antes del esperado debate que iba a enfrentar a los dos exploradores en la reunión anual de la Asociación por el avance de la ciencia con el doctor Livingstone de moderador, el capitán Speke perdió la vida en “un accidente de caza”. Si la escopeta se accionó por azar o por la presión de un hombre atormentado, es algo que está todavía por dilucidar. En las cien caras de Richard Burton hay una que tiene especial protagonismo y es la de erudito traductor. Sus libros no solo sentaron las bases de primeras ediciones en inglés de obras que han marcado la historia de la intelectualidad, sino que abrieron la mente de sus coetáneos, no sin grandes dosis de polémica. Tradujo la primera versión sin censurar del Kamasutra y su pensamiento era tan avanzado a su tiempo que incluso se preocupó de la sexualidad de las mujeres traduciendo libros como el Kama Shastra, dedicado especialmente al placer femenino. Tradujo Las mil y una noches, incluyendo los pasajes homosexuales y pederastas. Tradujo los poemas épicos del portugués Camoens, escribió tratados de esgrima, de utilización de la bayoneta. Diseñó un rif le con el que disparar a galope desde un caballo. Quiso escalar el Aconcagua y vivió en Damasco. Estudió la poligamia mormona en los Estados Unidos y a los caníbales Dahome en el oeste de África que crucificaron a un prisionero en su honor. Fue uno de los primeros occidentales en entrar a La Meca y practicó el sadomasoquismo. Llenar una vida de más conocimiento hubiera sido imposible.