UNA TARDE EN LA SUR DEL ANNAPURNA
La cara sur más indomable del Himalaya, una de las paredes más difíciles del mundo. En ella se han escrito alguna de las grandes gestas del alpinismo, y ahora su abrupto perfil sirve para unira a la comunidad montañera en un ejemplo de solidaridad.
E l tres de junio de 1950 Maurice Herzog y Louis Lachenal pisaban por primera vez la cumbre del Annapurna (8.091 m). Era la primera vez que un ser humano violaba la tranquilidad de una cima de más de ocho mil metros. Lachenal tomó una fotografía que pasaría a la historia: Maurice levantaba el piolet en el aire, por encima de su cabeza abotargada por la altitud, en el que ondeaba una pequeña bandera francesa. La imagen dio la vuelta al mundo y se convirtió en un símbolo del progreso, de la conquista de los últimos rincones de la naturaleza. Sesenta y tres años después David Ravanel, presidente de la Compañía de Guías de Chamonix, recibió una llamada con un intrigante mensaje sobre “algo que podía interesar a la Compañía”. El ocho de agosto de 2013 David dejó a sus compañeros celebrando la fiesta de los guías en Saint Gervais para reunirse con la voz misteriosa de la llamada que quiso permanecer en el anonimato. En una cafetería de la cercana población de Cluses, a las puertas del valle del Mont Blanc, una dama de ochenta y cuatro años de edad le mostró la histórica bandera del Annapurna. “En aquella expedición había cuatro guías de la Compañía de Chamonix. Maurice Herzog le regaló esta bandera a mi marido, fallecido el año pasado, y hoy es el momento de entregarla a los hombres de la Compañía”. En octubre de ese mismo año 2013 Ueli Steck escaló en solitario una nueva ruta en la cara sur del Annapurna. Escaló en solitario, superando las principales dificultades de noche, guiándose por su agudo instinto alpino. Escaló y descendió la pared en veintiocho horas, batiéndose con asombrosas dificultades por encima de los siete mil metros, con cinco pitones, un tornillo de hielo y un cordino como talismanes en la mochila. La suya ha sido una de las más grandes escaladas de todos los tiempos. Unos días después los franceses Stéphane Benoist y Yannick Graziani ascendieron la misma pared, prácticamente la misma ruta, en 10 días. Durante el épico descenso, Benoist sufrió congelaciones que han dado como resultado la amputación de ocho dedos de los pies y varias falanges de las manos. Stéphane como Yannick son guías de montaña, la reincorporación laboral de Benoist es incierta. Por ello varios guías y compañeros de Benoist vinculados a la Compañía de Guías de Chamonix han creado la asociación Retorno a la
Montaña. A través de esta organización nació la idea de hacer una tarde de encuentros y conferencias dedicada a la cara sur del Annapurna en la que se recaudarían fondos para ayudar a Benoist y su familia. Para esta celebración solidaria René Ghilini consiguió que el museo del Comité Olímpico Internacional prestase temporalmente el piolet con el que Maurice Herzog había alcanzado la cumbre del Annapurna. Sesenta y cuatro años después de que el primer hombre conquistase un ochomil, el piolet y la bandera de una imagen que ha dado la vuelta al mundo se encontraron para una celebración de las cimas y del espíritu de compañerismo. En la montaña siempre ocurren cosas mágicas, a veces también en el valle. El catorce de febrero los pasillos del Majestic estaban abarrotados de gente. En una sala lateral tocaba una banda de jazz mientras voluntarios de la Compañía de Guías de Chamonix vendían bebidas a los visitantes. En la habitación opuesta más voluntarios ofrecían camisetas diseñadas especialmente para la ocasión y litografías de un cuadro del pintor y alpinista británico Andy Parkin, donado para apoyar la iniciativa. Según Parkin “este tipo de actividades refuerzan conceptos profundos del alpinismo como la solidaridad, en una actividad en la que hay mucho más que la performance”. En la entrada se ofrecían boletos a cinco euros para el sorteo de los piolets con los que Yannick y Stéphane escalaron la pared sur. Más de cuatrocientas personas fueron tomando asiento en el majestuoso salón principal construido en 1913. Los guías de la Compañía vestían sus uniformes de gala, los voluntarios vendían ramos de violetas, el cuadro de Parkin presidía el escenario y el piolet y la bandera que inauguraron el nacimiento del ochomilismo estaban a punto de aparecer. La cara sur del Annapurna es una de las paredes más difíciles del mundo. Con tres kilómetros de altura y trece de longitud es una de las barreras naturales más impresionantes del Himalaya nepalí. Cuando en 1950 Herzog y Lachenal llegaron a la cumbre de la montaña y observaron el abismo de la cara sur, aseguraron que esta pared jamás podría ser escalada por el ser humano. Se equivocaron. Veinte años después, el veintisiete de mayo de 1970, los británicos Dougal Haston y Don Whillans superaron la pared en estilo pesado (fijando cuerdas durante casi los tres mil metros de recorrido) en una expedición liderada
Esta es la historia de una pared donde “no se puede escalar sin la certeza de que puedes morir”
por Chris Bonington. Parece ser que, el siempre excéntrico y rebelde, Whillans llegó a la cumbre sin calcetines tras haber pasado varios vivacs fumando cigarrillos y bebiendo güisqui Glenfiddich. Toda una muestra de actitud deportiva. En el estrado del Majestic estaban René Ghilini, Enric Lucas, Christophe Profit, Ueli Steck, Yannick Graziani y Stéphane Benoist. Si sumáramos todos los largos de cuerda que estos hombres han escalado a lo largo de sus vidas quizás podríamos circunvalar la Antártida. Todos ellos habían sido protagonistas en la que es considerada la pared más difícil del mundo, excepto Profit que habló en nombre de Pierre Béghin, desaparecido en la montaña en 1992. Ghilini relató el primer intento en estilo alpino de la pared en el año 1982 cuando compartía cuerda con el británico Alex McIntyre. El estilo alpino es el más puro, en el que una cordada sin ningún apoyo realiza una ascensión en total autonomía, sin sherpas, cuerdas fijadas previamente o depósitos de material. Es el estilo más puro y también el más comprometido. Tras varios días de escalada alcanzaron un muro de gran dificultad que no pudieron sortear con el escaso material que transportaban. Durante el descenso una piedra golpeo a McIntyre en la cabeza y le hizo precipitarse al vacío. René descendió en solitario, un ejercicio que se ha convertido en clásico en esta vertiente.
En 1984 los jóvenes catalanes Nil Bohigas y Enric Lucas, apenas entrados en la veintena, intentaron de nuevo la pared por el mismo itinerario que McIntyre y Ghilini. Con la información del guía francés fueron capaces de superar el muro principal . Tras un incómodo vivac a 7.800 m alcanzaron la cumbre y comenzaron el largo descenso en el que abandonaron todo el material. Abandonaron también los piolets y destreparon con las manos apoyadas en la nieve hasta saltar la rimaya en la oscuridad. Lucas hizo una valerosa intervención en francés ante una audiencia que le observaba sobrecogida. Con los piolets expuestos en subasta para recaudar fondos bromeó: “me
hubiese gustado traer también el mío”. La ascensión de Enric y Nil fue la primera
en estilo alpino de la gran muralla. Una semana para subir y bajar, en un viaje que se costearon ellos mismos, muy lejos del aspecto comercial de las ascensiones actuales. Lo que Yvon Chuinard definió como “la época en que escalar era peligroso y el sexo era seguro”. Christophe Profit es un hombre templado de una presencia imponente, pero cuando comenzó a hablar de su amigo Pierre Béghin transmitió una fuerte emoción. En 1992 Beghin y Jean-Christophe Lafaille intentaron una nueva ruta en la pared. A partir de siete mil metros un muro vertical les cerraba el paso. Escalaron varios largos de cuerda antes de darse por vencidos. En uno de los primeros rápeles Béghin arrancó el anclaje que le sujetaba y se precipitó al vacío, dejando a Lafaille sin cuerdas en la pared más grande del mundo. Su descenso fue una epopeya hasta alcanzar el glaciar, exhausto y con un brazo roto. Murió siete años después intentando el Makalu en solitario y en invierno. Christophe Profit repasó la ascensión que realizó con Béghin del espolón noroeste del K2 en estilo alpino en 1991. Hubo momentos en que parecía que este gran hombre de cabello plateado fuese a desplomarse de emoción sobre el estrado. Para el final quedaron las ascensiones actuales de Ueli, Stéphane (con los dedos de su mano izquierda vendados) y Graziani. Ueli realizó la que es hasta el momento la mayor gesta en la historia del alpinismo. Ascendió la ruta intentada por Lafaille y Béghin en 28 horas de escalada. Sin ningún tipo de apoyo y superando las mayores dificultades durante la noche. Alcanzó la cumbre a la una y media de la madrugada. Las palabras del suizo cuando describía el miedo que le produjo comenzar el descenso y buscar las pequeñas marcas de sus crampones para encontrar el camino en cuarenta kilómetros cuadrados de pared, pusieron los pelos de punta a la audiencia. En un momento Steck admitió “haber ido demasiado lejos”. Ueli donó a la asociación el piolet con el que realizó la ascensión, el mismo con el que escaló la cara norte del Eiger en tres horas y cincuenta minutos. La magistral herramienta fue subastada y vendida por seis mil quinientos euros. Yannicky Stéphane comenzarons u aventura con una vaga idea de la realización del suizo. Querían mantener su independencia. Su idea original era ascender el espolón Japonés, escalado en estilo pesado en 1981, pero acabaron realizando la misma ruta que Steck. Su ascensión duró diez días. Progresaron más despacio pues utilizaron un estilo con mínimos márgenes de seguridad al avanzar asegurándose en cordada, transportando dos sacos de dormir y una tienda. En la actuación de Ueli no había ningún margen. Cualquier mínimo error o contratiempo hubiera significado la muerte. Cuando los franceses alcanzaron la cumbre Benoist estaba tan agotado que sintió una presencia que le acompañaba mientras progresaba por las últimas pendientes detrás de Graziani. Su condición fue empeorando durante el descenso. Yannick reconoció haber estado “aterrorizado” al comenzar los primeros rápeles. Tras dos días de descenso, cerca de la base, Yannick pidió un helicóptero para poder evacuar a su compañero que sufría graves congelaciones y edema pulmonar. Después de once días en la cara sur del Annapurna fueron trasladados desde el Campo Base Avanzado a un hospital en Katmandu. Esta es la historia de una pared donde “no se puede escalar sin la certeza de que puedes morir”, uno de los grandes retos del himalayismo actual. Escenario de épicas tragedias y sobrecogedoras victorias. Esta es la historia de una fiesta de la solidaridad en la que se han recaudado catorce mil euros para Benoist y su familia. Una historia de montañeros que, por una vez, vivieron la magia en el valle; dando ejemplo y manteniendo lo que Walter Bonatti llamó “la responsabilidad del alpinista”.