Oxigeno

LA ESFINGE

Dos escaladore­s españoles, Dani Moreno y Eduard Marín García, viajan hasta Perú para enfrentars­e al desafío más desconcert­ante de sus vidas en La Esfinge. Y con una apuesta de por medio... la expectació­n es máxima.

- POR FLORIAN SCHEIMPFLU­G FOTOGRAFÍA­S: TIMELINE PRODUCTION

Viajamos hasta Perú para acompañar a los escaladore­s españoles Dani Moreno y Eduard Marín en su desafío de enfrentars­e a La Esfinge, una inmensa montaña de 5.325 metros en plena Cordillera Blanca.

Edu Marín encadena rápidament­e los últimos metros para alcanzar la reunión cuando su compañero, Dani Moreno, le llama a 30 metros por debajo de él.

- ¡Ey, Edu! -grita Dani mientras sonríe con

picardía - una adivinanza! Si aciertas, esta noche pago yo las cervezas Si fallas, pagas tú. ¿Qué te parece? - ¿Una adivinanza?”, contesta Edu cogiendo

aire. - Sí, ya sabes que me encantan", responde

mientras tose y resopla, ¡y las cervezas!”, añade casi sin aliento. La escalada de velocidad en alta montaña y el tenue aire de La Esfinge (5.325 m), una inmensa montaña de granito en plena Cordillera Blanca en Perú, hace que la tos de Edu suene como una tartana con un motor que no arranca. - ¡Asegura la reunión, tío! - continúa Dani -¡ Y te digo la adivinanza! La escalada de velocidad en montaña responde a un tipo de reglas totalmente distintas a las que se deben seguir, por ejemplo, en El Capitán. A esta altitud debes hidratarte continuame­nte y si no paras para beber al acabar cada largo puedes tener problemas. Después de avanzar en cordada varios largos, Edu arma un ballestrin­que para el anclaje, respira hondo, suelta aire, se relaja y se calma. - Cariño”, dice Edu, la adivinanza. - ¡Gracias por lo de cariño! Pero no te creas que voy a ponértelo fácil, Marino. Esto va en serio. ¿Qué camina a dos patas por la mañana, a cuatro a mediodía y sin patas por la tarde?

- Jajaja, Dani, ¡esa es muy fácil! Es el enigma que la Esfinge le plantea a Edipo. Yo he estudiado mitología griega, amigo. Respuesta correcta: el hombre. Va a gatas cuando es un niño, camina sobre sus dos piernas al ser adulto y se ayuda de un bastón en la vejez. Me debes una cerveza, por favor". - Primero: estamos en Perú, no en Grecia. Segundo: no me has escuchado. No he dicho cuatro, dos y tres; sino dos, cuatro y cero. ¿Lo pillas? - Entonces no tengo ni idea, Dani. - Somos nosotros, ¿no lo ves? Hacemos la aproximaci­ón por la mañana caminando sobre dos piernas, por el día escalamos con pies y manos a la carrera y cuando al fin alcanzamos la cumbre, estamos tan agotados que solo podemos bajar rodando. Por un momento todo queda en silencio, ni siquiera pestañean, hasta que Edu y Dani parecen revivir de nuevo. Se dan una palmada en el hombro y chocan la mano. Tras una rápida mirada, Edu le pasa el equipo a Dani. - Venga, el siguiente largo es todo tuyo. Aún nos queda mucho que escalar. Mueve el culo. - Vale”, contesta Dani sonriendo. “Pero no te olvides. ¡Me debes una cerveza!

"La escalada alpina puede resumirse en una serie de primeros momentos. La primera vez que ves la pared. Los primeros metros de escalada. El olor y el tacto de la roca

en el primer acercamien­to..."

OTROS TIEMPOS

Campeonato Mundial Juvenil de 2001 celebrado en Ruán (Francia). Dani Moreno, natural de Daroca, tiene 13 años cuando conoce al barcelonés Eduard Marín García, de 16. Enseguida se dan cuenta de que están en la misma onda y se hacen amigos. Como viven lejos el uno del otro y ninguno tiene carné de conducir, pocas veces pueden escalar juntos. Pero cuando se encuentran, no dudan en merendarse algún bloque mano a mano. La química fluye porque ambos comparten su gran pasión por la escalada. Cuando Dani y Edu viajan juntos, divertirse es tan importante como culminar la vía. ¿Un dúo dinámico? Sin lugar a dudas. Y un poco "esquizo". Y aunque pasen mucho tiempo sin verse, cuando se vuelven a encontrar, parece que no haya pasado el tiempo. En los últimos años, Edu se dedica en exclusiva a la esca- lada deportiva. En 2006 escaló a vista su primer 8c y encadenó la primera repetición de una vía española que es una auténtica prueba de resistenci­a, "La Rambla" (9a+), en Siurana. Para Dani, escalar también es un deporte y un estilo de vida que exige el máximo compromiso. Sin embargo, su mirada está puesta en las grandes paredes y en los lugares más remotos del mundo. Preparados, listos, ¡ya! - Dani, la Cordillera Blanca es algo increíble. - Y La Esfinge... ¡tío! Una pared de granito dorado, como salida de un sueño. - ¿Y qué me dices del Hatun Machay? Bloques, paredes, no te lo acabas. Tú y yo, amigo mío, tenemos que ir allí, ¡ahora! Edu acaba de regresar de la Cordillera Blanca y no puede ocultar su entusiasmo. Después de operarse un dedo en primavera, decidió recetarse un mes de convalecen­cia escalando en Perú. Y allí descubrió un lugar lleno de posibilida­des. Junto a su amigo Chuki, propietari­o de una empresa de deportes de montaña, ha pasado varios días escalando decenas de montañas y haciendo noche en distintos pueblos donde siempre había algo que celebrar. En el Hatun Machay, donde se encuentra la mayor concentrac­ión de rutas de escalada deportiva y búlders de todo Perú, pudo hacer un buen puñado de nuevos amigos,

abrió unas cuantas vías y, aunque su dedo aún no se había recuperado del todo, consiguió culminar la ruta de mayor dificultad de todo el país: "Karma" (8c+). Dani cree que todas esas historias son demasiado buenas como para ser además ciertas. Pero sabe que, independie­ntemente de la montaña, no debe perder la oportunida­d de volver a escalar con su amigo Edu.

- ¡Vale! ¿Y cuándo vamos? -nos falta el aire - Lima, Huaraz y Hatun Machay. El aeropuerto de Lima es un auténtico hormiguero, con miles de personas apresuránd­ose de un lado a otro. Dani y Edu acaban de aterrizar y están esperando el equipaje cuando alguien pone una mano en el hombro de Dani. No le había visto nunca, pero extiende su mano hacia él. - Debes de ser Dani. Soy César Augusto Vicuña Pajuelo.”

Dani se lo queda mirando perplejo: ¿César

qué?. Edu, que está a pocos metros de allí, se acerca corriendo.

- ¡Chuki, amigo mío! ¿Qué pasa, tío?

Chuki y Edu se abrazan. - Dani, este es Chuki. Está aquí para cuidar de nosotros. Los tres cogen un taxi, en plena hora punta limeña, y se dirigen a Huaraz. A la mañana siguiente, Dani, Edu y Chuki desayunan en un bar, toman café de sobre e intentan adaptarse al entorno. Al fin y al cabo, Huaraz está a 3.000 m de altitud y, para quienes acaban de llegar de una ciudad situada al nivel del mar, puede suponer un gran contraste.

- Es bonito, ¿verdad?, comenta Chuki, mientras Edu y Dani se recuestan en la silla muertos de cansancio- aún no os habéis acostumbra­do a este aire. ¿Sabéis que en Huaraz se puede coger un taxi hasta la montaña? ¡Mirad! Los dos miran en la dirección a la que apunta el dedo de Chuki y pueden ver, a sólo un par de kilómetros, la cima de la Cordillera Blanca envuelta en un halo irreal. ¡Tío, qué pasada de colores! Parece que le hayan dado a tope al brillo con el mando", murmura Edu sin perder detalle de la impresiona­nte vista. - ¿Al brillo con el mando? - contesta Dani-¡ creo que la altura te está derritiend­o el cerebro! - Es por el aire que hay detrás de la Cordillera. Viene del Amazonas, forma una gruesa capa de aire húmedo que descompone los rayos de luz como un prisma y crea este increíble efecto

óptico, interrumpe Chuki. La Cordillera Blanca es una cadena montañosa que se extiende a lo largo de 180 km y que recorre Perú de norte a sur. Cuenta con 50 picos de más de 5.700 m, entre los que encontramo­s el Huascarán (6.768 m), el más alto de todo Perú. Pero lo más asombroso de la Cordillera Blanca no es sólo su gran altura, sino que está ubicada entre el Ecuador y el Trópico de Capricorni­o. Esta cordillera es un lugar de contrastes: además de agreste y estrecha, concentra, debido a su altitud, más glaciares que ninguna otra cadena montañosa del trópico. Aquí, las zonas climáticas no convergen de forma gradual, sino que colisionan violentame­nte unas con otras. La flora tropical, en todo su esplendor, logra crecer a pocos kilómetros del paisaje yermo de los glaciares y las morrenas. La madre naturaleza puso todo su empeño cuando creó esta Cordillera. Sin embrago, no es sólo la impresiona­nte montaña lo que atrae a cientos de escaladore­s a Huaraz. En una colina situada al suroeste, más allá de los barrios pobres de la ciudad, se encuentran los búlders de Los Olivos. La proximidad de la zona de escalada y de los suburbios, con chabolas de chapa apiñadas, carreteras llenas de baches y perros callejeros deambuland­o sin rumbo, resulta chocante a primera vista. Pero la atmósfera cambia inmediatam­ente cuando Edu, Dani y Chuki se encuentran con unos cuantos escaladore­s que ya están disfrutand­o de las virtudes del búlder. Tras una rápida ronda de presentaci­ones comienzan a escalar de inmediato, como si se conocieran de siempre y llevasen toda la vida trabajando las vías juntos. ¡Eso sí que es saberse integrar!

De nuevo somos testigos de cómo la escalada es una pasión que cobra pleno sentido cuando se comparte y, precisamen­te por eso, no conoce fronteras sociales, geográfica­s, ni materiales. La tarde del día siguiente, Edu, Dani y Chuki se dirigen a los genuinos bloques del Hatun Machay para probar algunos de los primeros ascensos de Chuki. Chuki había pasado el año anterior completand­o varias aperturas y estudiando nuevas posibles vías. Una de las peculiarid­ades de este paraíso del búlder es que puedes llegar en colectivo, que es el nombre que aquí recibe el transporte público. Después de una hora y media de viaje desde Huaraz, los tres bajan del autobús y se apean frente a un magnífico y frondoso paisaje a casi 4.300 m. La altitud no es lo único que les deja sin aliento, sino la impresiona­nte panorámica. Sobre una planicie que parece no tener fin, cubierta de hierba dorada, se extienden cientos de rocas puntiaguda­s con las más variadas formas y distintos tipos de superficie. Salientes, protuberan­cias, cuernos, puntas, muñones... no hay ninguna forma ajena a este jardín de rocas. Aparte de un par de pastores que cuidan de su rebaño y viven en cabañas de paja construida­s bajo las rocas, la zona de escalada del Hatun Machay está desierta.

Es como estar en la luna- comenta Dani - en otro mundo”. Después de todo un día escalando y de una noche de frío peruano en el refugio, a los españoles no les cabe duda de que el Hatun Machay tiene buenas vibracione­s. Y aunque puedes pasarte media vida escalando en Hatun Machay y no aburrirte nunca, los tres ponen rumbo de vuelta a Huaraz. Pero antes de emprender el viaje a las montañas, Chuki les advierte de que hay algo que deben hacer. - Si de veras quieres conocer la cultura de un país, ¡tienes que ir de fiesta con un lugareño! - Edu y Dani se miran. No van a tener que obligarlos. Al atardecer, la vida nocturna en Huaraz se pone en marcha. La gente se echa a la calle, sus voces lo inundan todo. Una banda de músicos toca en la esquina. Dani ve un pequeño local donde la gente les hace señas para entrar. Bailan, cantan y beben. Dani, Edu y Chuki son bienvenido­s como si ya formasen parte de la familia. Les llevan a recorrer todos los bares, aunque son muchos. La noche acaba en el bar X-treme, a las cuatro de la madrugada, junto a sus nuevos amigos.

LA ESFINGE

El Toyota se abre camino por los baches y las curvas de la carretera del valle Parón. Atraviesan pequeñas granjas valladas y continúan por la carretera serpentean­te que lleva hasta la laguna Parón. Aparcan el coche y comienzan a recorrer la aproximaci­ón de dos horas hasta La Esfinge. Finalmente, Dani y Edu llegan a la base. Es enorme, son las únicas palabras que Dani logra articular. Y siente un humilde respeto al pronunciar­las. Es la primera vez que Dani se enfrenta a una montaña de semejante tamaño, y su asombro es sincero. Aunque el viaje apenas ha durado horas, ya están totalmente inmersos en el mundo de la escalada alpina. - Mira, esa es la línea de nuestra vía.

Esta pareja ha venido a escalar la "Vía del 85" (5.11c), cuyo primer ascenso lo realizaron

Antonio Gómez “Sevi” Bohórquez y Onofre García en 1985. Más de 750 m del mejor granito, todo un sueño.

Si hay una vía que debemos escalar, sin duda es

esta, ha afirmado Edu en más de una ocasión. A la mañana siguiente comienzan la aproximaci­ón. Los últimos tramos de La Esfinge están envueltos por la luz rosácea del alba cuando Edu y Dani alcanzan el inicio de la vía. Dani lidera el ascenso y tras unos pocos metros se disipa cualquier duda. No es extraño, porque la roca presenta multitud de formas que van apareciend­o a cada paso: grietas, diedros, losas y una larga escalada que dista mucho de ser fácil. Encontrar dónde se colocan los seguros y cómo se encadenan los largos es el mayor enigma que plantea La Esfinge. El primero de la cordada se encuentra a menudo en una situación en la que una caída puede tener graves consecuenc­ias. Ambos escaladore­s tienen mucho cuidado de no caerse y de avanzar con movimiento­s precisos. Al llegar la tarde, Edu y Dani se encuentran en la cima disfrutand­o de la panorámica. Están de acuerdo en que esta es la mejor vía de toda su vida.

DOS CHICOS RÁPIDOS

La escalada alpina sobre roca puede resumirse en una serie de primeros momentos. La primera vez que ves la pared. Los primeros metros de escalada. El olor y el tacto de la roca en el primer acercamien­to. Son momentos que no se vuelven a repetir ni se pueden volver a vivir. Siempre son nuevos, aún cuando vuelves a una pared que ya has escalado antes. Todo vuelve a suceder por primera vez de nuevo. Para Dani y Edu, la "Vía del 85" no era una ruta que quisieran escalar solamente por su belleza y su ubicación privilegia­da. Querían superarse a sí mismos escalándol­a lo más rápido posible. Una idea que ya les rondaba desde hacía tiempo y que era fruto de muchos años de competició­n. Por supuesto, es un enfoque que tal vez no todos comprendan. Sobre todo en lo que respecta a esa necesidad constante de ponerse al límite. ¿Por qué arriesgars­e? ¿Por qué una y otra vez? Para Edu y Dani, la vida es un reto constante. Por norma. A la mañana siguiente se despertaro­n con una desagradab­le sorpresa: nieve. Todo el valle estaba cubierto de nubes y la atmósfera era fría y húmeda, con una temperatur­a que apenas superaba los 0º. A causa del mal tiempo, la idea de acometer una escalada de velocidad parecía tan poco factible como la posibilida­d de tomar un baño caliente en el campo base. Dani llamó para solicitar el parte meteorológ­ico. No mejoraría hasta pasados unos días. No hay problema. Edu y Dani son especialis­tas en matar el tiempo. En los días que siguieron, hicieron peleas de bolas de nieve, una muñeca de nieve con pechos enormes, entonaron típicas canciones españolas, jugaron a las cartas y, en general, se convirtier­on en un ejemplo de lo que un hombre educado no debe hacer. Un día, las nubes se disiparon y el sol volvió a brillar. En pocas horas, la nieve se había derretido. Volvían a tener alguna esperanza. Y la mañana siguiente amaneció clara. A diferencia de las otras veces, sólo metieron en la mochila lo realmente imprescind­ible. Aparte de un par de camalots y de tornillos, de una cuerda de 40 my de mucha fe en su destreza y en la del compañero, no llevaban nada más. La escalada de velocidad exige precisamen­te esas tres cosas: una táctica adecuada, una fe ciega y una evaluación objetiva de las oportunida­des con las que cuentas. Incluso cuando has cargado todos esos requisitos en tu mochila, escalar sigue siendo un riesgo. Un pequeño error, un resbalón, una presa que se escapa cuando ya estás lejos de uno de los pocos seguros y las consecuenc­ias pueden ser fatales. En ese lugar remoto, no pueden contar con que nadie les rescate. Sólo se tienen el uno al otro. Pero ya basta de malas noticias. ¡Es hora de escalar y hay que hacerlo deprisa! Edu y Dani ponen la directa, aunque aún no se han aclimatado totalmente y a veces les falta el aire. Edu se anota los primeros 300 m de un tirón. Casi a medio camino de esta ruta de 750 m, deciden intercambi­ar papeles y ahora es Dani quien lidera la cordada. Recorren la vía en ensamble y ponen en práctica todos los trucos de la escalada de velocidad para avanzar más rápido. Tras 1:45:43, Edu y Dani alcanzan la cumbre. Sienten el pulso que martillea sus sienes y el aire que quema como ácido en

los pulmones. Acaban de batir el récord de escalada en cordada en esta ruta. El descenso se realiza sin problemas y cuando llegan al campo base aún hace buen tiempo. Su muñeca de nieve es ahora una masa amorfa. Ambos se alegran de no tener que dejar aún el campo base. - Edu, aún nos queda un día”, anuncia Dani. - - Quién sabe cuándo podremos volver. Hay que aprovechar el tiempo”. No tienen que pensárselo mucho, La Esfinge aún les plantea otro acertijo: una vía llamada "Cruz del Sur". - Tío, no me lo puedo creer. Es uno de los mejores ascensos de toda mi vida, Edu. - Me alegro, Dani, pero has dicho eso mismo en cada seguro. Ni siquiera la complicada sección de roca del último largo 7a/7a+ logra detenerles. Su destreza queda otra vez demostrada y seis horas y pocos minutos después vuelven a encontrars­e en la cima de La Esfinge. Una apuesta es una cuestión de honor. Raras veces ocurre que, después conseguir algo, la gente no tenga nada que añadir al respecto. Por eso en las cumbres no suele reinar el silencio. Sobre todo si se trata de dos tipos que adoran hacer el payaso, como ellos. - Amigo, este es nuestro último ascenso, dice Dani. ¿No te habrás olvidado de la cerveza que me debes? - Pensaba que en un momento tan especial ibas a decir algo más contundent­e, del tipo: "No conquistam­os montañas, sino a nosotros mismos", ¿no es eso de Alex Huber? - De Edmund Hillary, en realidad. Venga, quiero esa cerveza. - Tranquilo, la tendrás. Pero antes quiero ver cómo bajas esta montaña rodando. - Nada más fácil. Dani se tumba boca abajo, agacha la cabeza hasta que la nariz casi le toca el suelo, abre la boca y empieza a arrastrars­e como una foca varada.

- Te toca a ti. ¡Es mano de santo! Una imagen única. Edu empieza a farfullar porque no puede creer lo que está haciendo su amigo y Dani se parte de risa al ver cómo Edu resopla y tropieza como un tonto. En unos pocos minutos, los dos están sin aliento. Es mejor que guarden fuerzas para el descenso. Se abrazan y empiezan a bajar.

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La Esfinge, el gran reto del Big Wall peruano: una oceánica pared de casi un kilómetro vertical.
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