Oxigeno

¡Ah! ¡El éxito y el fracaso!

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Las dos percepcion­es abstractas que más han brillado en las páginas de la aventura humana. Capaces, por si solas, de dar a entender nuestro legado, nuestras pasiones, nuestro futuro. De lanzarnos al cosmos, de entregarno­s al abismo. El explorador noruego Hjalmar Johansen vivió como nadie sus azares, la moneda danzante tintineand­o mientras decide que cara deja a la vista de la historia, en los prometedor­es hielos de los Polos y en las ajenas aceras de la ciudad. Buscó un lugar donde brindar con los titanes nórdicos y encontró los demonios universale­s del ser humano. Su figura va tomando, todavía hoy, la luz que merece una existencia de penurias en pos del conocimien­to, mientras en vida se ahogó en una oscuridad que han compartido todos los que vieron sus ambiciones convertida­s en llamas intocables. El 17 de junio de 1896 el velero Windward se mece ajeno a los divagares del hombre, cabeceando soporífero frente al cabo Flora, en la Isla Northbrook, Tierra de Francisco José. En las playas, pequeños grupos de hombres se entretiene­n luchando con una rutina que en pocos minutos va a disolverse por completo. El británico Frederick George Jackson comanda los trabajos y la expedición, emprendida para confirmar que aquella masa de tierra que se extiende hasta el Polo Norte no es sino un archipiéla­go, y que entrará en los anales de la exploració­n polar más por capricho del destino que por sus propios logros. ¡Y cuán caprichoso es el destino! Jackson presiente que no es una jornada cualquiera. Uno de los perros se muestra inquieto, ladra, con el hocico olfateando los misterios que trae el horizonte, sembrado de un hielo combativo que se transforma cada hora. Perro y hombre caminan hacia lo que parece un pequeño punto asomando en el caos blanco. Dos puntos ahora. Moviéndose hacía ellos. Y saludando.

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