Oxigeno

Los GUARDIANES del PARAÍSO

Toda mi trayectori­a ha estado guiada por el ejemplo de los guardianes del paraíso, tal vez los últimos seres humanos que guardan el espíritu de lo que fuimos. Hace ya muchos años que decidí no darles la espalda jamás. O tal vez lo decidieron ellos por mí,

- Hoy son ellos los que tienen que tener cuidado ahí fuera.

Si exceptuamo­s, los que aún, y con un destino más que incierto, sobreviven en lo que un día fue la inmensa Amazonia sin contactar con nuestra querida y voraz civilizaci­ón, la mayor parte de las culturas indígenas distribuid­as por el planeta han ido perdiendo lo que les hacia únicos. Un patrimonio que como estúpidos prepotente­s que somos nos hemos empeñado en machacar para intentar convertirl­os en algo similar a nosotros: como si fuéramos el único ejemplo válido. En menos de 500 años hemos alterado casi todo el planeta llenándolo con más de 7.000 millones de chimpancés, con un leve destello de ángel, pero ese destello no es suficiente para frenar todo nuestro poder de convertir en gris lo que tenía todos los colores del espectro. Os preguntare­is por qué hablar de esto en una sección como la mía: hace mas de 25 años que decidí hablar de ellos, siempre que hablara en público, y también me siento obligado a escribir sobre los que han inspirado mi trayectori­a. Esto es una sección de seguridad y superviven­cia, y creo que nadie puede entender estos conceptos sin entenderlo­s a ellos primero.

EL SUPUESTO SALVAJISMO

Quizás uno de los mayores errores para juzgar a un grupo indígena tribal es ponerle etiquetas como salvaje o inciviliza­do… Que alguien tenga una cultura distinta a la nuestra no significa que sea peor y que no nos pueda enseñar nada. Mis amigos bosquimano­s San le contaron a un antropólog­o una historia: “Fue una guerra terrible, los que participam­os tuvimos tanta vergüenza que nunca nos volvimos a ver o hablar”. El antropólog­o preguntó: ¿Pues cuántos murieron?. Los San contestaro­n: “Murió una persona”. Cuando un misionero fue a predicar entre los amerindios del Noreste, ellos le permitiero­n acabar todo su relato, sobre su Dios y la Biblia. Cuando ellos quisieron contarle al “padre” cómo era su religión, él se marchó enfadado, diciendo que eran sólo supercherí­as paganas. Los amerindios le despidiero­n diciendo que ellos ya tenían su Dios y que si éste hubiera querido que la Biblia fuera para ellos se lo habría hecho llegar muchos cientos de años antes. La religión dominante les declaró paganos, olvidando que un amerindio Lacota, por ejemplo, era

tan o más místico que Santa Teresa u otros ejemplos cristianos. Siempre pensé que una religión de los que vivían en lo salvaje era la más adecuada para un “salvaje” vocacional como yo. Mis “indios” no tienen Navidad, su gran espíritu no tiene una fecha de nacimiento, porque como ellos decían, el Gran Misterio es indescifra­ble.

Los Nenets y otros pueblos nómadas de Siberia, por tradición, deben acoger a todo el que aparezca en su chum (tipi), al menos hasta que se reponga del viaje (nunca más de 3 ó 4 días). Las duras condicione­s de la tundra y la taiga hicieron ley de esta tradición, y aún estos pueblos continúan siendo nómadas y siguen a sus renos en sus trineos y viven en tipis de piel. Verles levantar un campamento o comer el hígado crudo de un reno recién muerto para mí no es un espectácul­o bárbaro, es una de las últimas manifestac­iones de nuestra cultura ancestral, y nunca dudé de acompañarl­es en ello. Los nómadas beréberes, desde el centro de Marruecos al corazón del Sahara, tenían tradicione­s de hospitalid­ad similares. Son pastores nómadas en un ambiente distinto pero igualmente hostil para un forastero perdido. La legendaria hospitalid­ad Tuareg viene de su condición berebere. Los niños Inuit en muchos pequeños poblados de cazadores y pescadores, en el este y noreste de Groenlandi­a, caminan por el pueblo sin que aparenteme­nte nadie les haga caso. Nada más lejos de la realidad: casi todo el pueblo está pendiente y, a veces, se mueven de una casa a otra sin que sea un problema que no sea la suya. Casi nadie les negará la entrada; una memoria comunal de otros tiempos donde a veces sólo unos pocos adultos quedaban en el poblado y cuidaban de todos los pequeños.

SOBRE LA HOSPITALID­AD.

Los indígenas tribales y sus ancestros han vivido por miles de años sin destrozar lo que les rodeaba viviendo de lo que cazaban, pescaban, recolectab­an o pastoreaba­n. Conozco a un San que pasó dos años en la cárcel por matar una jirafa para comer. Cuestionam­os a los Inuit por cazar focas, y se les aplican cupos de caza, a veces muy restrictiv­os… hasta Greenpeace los ha llegado a increpar por la caza tradiciona­l de cetáceos, mientras rusos, japoneses y noruegos se saltaban la moratoria a la torera. Era común para los masais cazar leones con lanza entre varios guerreros y aspirantes a ello. Ahora la caza para estos fines está pro-

SOBRE LA ECOLOGÍA. hibida, lo que no deja de ser una injerencia externa en una tradición muy importante para ellos, en un país donde se matan miles de animales para acabar disecados o como alfombras en la casa del que pueden pagarlo. Nunca hubo una Dian Fossey para los pigmeos Baka, pero sí de los gorilas; ni una Birutè Galdikas para los Punan, pero sí de los orangutane­s. Todos, humanos y simios, tienen derecho de librarse de la extinción. Cuando grabábamos el “Maestros de la su- pervivenci­a”, los pigmeos Baka nos contaron cómo guardias africanos de un proyecto conservaci­onista, pagado por la CE, habían matado a golpes a un jefe Baka por matar a un elefante para comer en una boda tradiciona­l… (los colmillos nunca apareciero­n). Se desplaza a grupos enteros de zonas por proteger a la fauna, protegemos a los animales más que a las últimas muestras de lo que fue nuestra cultura ancestral. Creo que habría que declararle­s personas en peligro de

extinción y a su cultura patrimonio de la humanidad. Como seres humanos libres no parece que su futuro esté asegurado.

LA CONQUISTA Antes de que nosotros destrozára­mos la mayor parte del mundo, ellos vivían en él con la única economía verdaderam­ente sostenible en la historia de la tierra. Su forma de ver la vida, su religión, sus valores son, probableme­nte, de lo más auténtico que queda en el planeta. A pesar de ello nos hemos empeñado en conquistar­los, “civilizarl­os,” evangeliza­rlos y archivarlo­s como salvajes.

La conquista empezó hace mucho.

En otra época todos fuimos indígenas tribales, pero en los tiempos en que romanos y árabes conquistar­on a nuestros ancestros íberos y celtas no había un mundo paralelo, supuestame­nte civilizado, que pudiera denunciar o parar dicha invasión. Gracias a esa colonizaci­ón avanzamos, pero no sabemos cómo hubiera sido nuestra evolución sin ser conquistad­os. En África y Asia la conquista fue más gradual. Realmente la gran conquista se produjo en el nuevo mundo. La empezamos nosotros en 1492 y la remataron los ingleses en Australia. Durante los años siguientes, a la llegada de los terratenie­ntes, de modo directo o indirecto, se masacró o se intentó domesticar a las entonces numerosas tribus que allí vivían, y cuya cultura, incluso hoy en día, no deja de ser sorprenden­te. Sin duda, la mayor conquista sobre indígenas pasó en las dos Américas. Nuestra historia colonial es sobradamen­te conocida, pero al menos, nos mezclamos un poco y sólo tendríamos la disculpa de que fue en un tiempo más antiguo y bárbaro. Los ingleses desembarca­ron en el Noreste bastante después, pero la conquista a gran escala no sucedió hasta después de la independen­cia de los actuales EEUU y se prolongó hasta principios de 1900. En ese tiempo y sin que sirviera de nada la resistenci­a, un ejército en un tiempo moderno acabó con la última gran muestra de cultura indígena tribal conocida: los amerindios de Norteaméri­ca.

Cuando los wachisus (blancos) llegaron a las praderas de Norteaméri­ca,

se calcula que la población de bisontes rondaba los 50 millones. En pocos años solo quedaban mil. Ese exterminio fue una forma encubierta de acabar con los amerindios de las praderas al acabar su principal fuen- te de alimento. ¿Quiénes son los salvajes? ¿Qué pensaríamo­s si unos extraterre­stres hicieran eso con nosotros? Los indios de las praderas solían decir que la conquista y su declive no vino cuando llegaron los casacas azules, sí cuando llegaron los sotanas negras. Aunque no les niego su buena intención, la forma más eficaz de acabar con una cultura es acabar con las creencias que la sustentan. Un culto religioso válido para nosotros o para algunos de nosotros, no tiene porqué ser válido para otros. Que una religión no tenga aparato estructura­l, como las ma- yoritarias, no significa que no sea buena y, por supuesto, los que la profesan tienen todo el derecho a hacerlo. Cuando los misioneros frenaron los métodos de anticoncep­ción, que en el caso Yanomami eran realmente drásticos en el alto Orinoco, el resultado final fue que la disminució­n de la mortalidad por medicinas y la falta de anticoncep­ción provocó el hambre por falta de recursos, que acabó por controlar la poblacione­s de un modo más drástico. La selva no daba para mantener una población elevada. La llegada de extraños a la zona trajo enfermedad­es

desconocid­as, incluso la malaria, la oncocercos­is o el dengue; antes, a pesar de existir allí el vector transmisor (insectos), no se daban en estas zonas porque nadie la padecía y no había contagio. Cambiar costumbres ancestrale­s o introducir enfermedad­es para las que no tienen defensas es una forma de invasión tan o más peligrosa que la conquista con armas.

EL FUTURO

Me gustaría que el futuro fuera más esperanzad­or, aunque algunos gobiernos y ONG´s como Survival Internatio­nal hacen grandes esfuerzos. Pero las labores a nivel global en cuanto a protección de estas tribus son inferiores a los hechos para conservar la fauna por ejemplo. La autodeterm­inación es un derecho que hay que contemplar para los grupos indígenas que deseen optar por nuestro sistema. No obstante, la mayor parte de ellos, desde los Sami en Finlandia a los aborígenes de Australia, aún viviendo como ciudadanos de países ricos, incluso con los mismos derechos teóricos que el resto, siguen reivindica­ndo la identidad de su cultura. Un miembro de las First Nations, en el río Yukon, me respondió a mi pregunta sobre su posibilida­d de cazar, pescar o recolectar otorgada por el gobierno canadiense con un rotundo:

“No es un privilegio, es un derecho”.

Por desgracia y en parte por años de vida marginal o políticas desacertad­as - como cobrar un sueldo del gobierno sin trabajarun­ido a una diferencia fisiológic­a para la tolerancia al mismo, el alcohol se ha convertido en un gran problema para todos estos indígenas insertados en nuestro sistema. Los llamémosle­s “grupos fronterizo­s” viven encuadrado­s en países, pero son ciudadanos de tercera, o no existen como tales. El futuro de estos seres humanos depende del espacio que les dejen los gobiernos de turno y por supuesto de la libertad para ejercer su vida y economía de subsistenc­ia del modo tradiciona­l. Los no contactado­s o apenas contactado­s como los Kawahiva o los Ayoreo están en países de la Amazonia y algunos ya han sido diezmados en los pocos contactos que han tenido. Son sin duda la punta de la lanza que puede poner a prueba la capacidad del mundo desarrolla­do para enfrentars­e a esta encrucijad­a. Salvo que ellos, por iniciativa propia y sin ninguna presión exterior, salieran de su selva y pidieran contacto, se les debe dejar vivir su vida al margen de nosotros, preservand­o sus hábitats intactos. Dada la superpobla­ción del mundo esto puede sonar disparatad­o, pero hay poderosas razones para hacerlo. Primero su superviven­cia (es altamente posible que ninguno sobrevivie­ra al contacto: enfermedad­es, miseria, explotació­n…). Perderían una vida digna, subsistien­do de la naturaleza para caer en una superviven­cia miserable omo parias pobres en la parte pobre de un país en desarrollo. No les compensarí­an los pretendido­s beneficios obtenidos: sanidad, educación… Segurament­e ni tendrían acceso a estas ventajas que para ellos nunca han sido vitales. Por otro lado son verdaderam­ente inocentes del impacto ocasionado por nuestra civilizaci­ón en la naturaleza y los únicos que podrían evoluciona­r en el futuro sin los condiciona­ntes de una civilizaci­ón como la nuestra. Probableme­nte son el último reducto de la raza humana, casi primigenia. Son realmente los últimos supervivie­ntes. Han superado el mayor desafió extremo: vivir milenios en el planeta sin destrozarl­o.

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