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ALPINISMO EN ÉCRINS

Francia. Alpes. Parque Nacional des Écrins. Cien cumbres de más de 3.000 m y una cuarentena de glaciares. Su punto culminante es la Barre des Écrins, la cima de 4.102 m más cotizada de los Alpes del Sur y que, junto con el Dome de Neige, son las dos cumbr

- Texto y fotos: Fran Moreno

Os proponemos viajar hasta Francia para disfrutar del alpinismo en uno de los últimos paraísos alpinos del país vecino: el Parque Nacional de Écrins; y una vez allí intentar hacer cumbre en algunas de sus cimas más representa­tivas: la Barre des Écrins y el Dome de Neige.

Llega el verano, vacaciones, tiempo libre… ¡Alpes! Después de que el mal tiempo nos estropease los planes originales primero en Chamonix y luego en Saas Fee, decidimos movernos al sur, a los Écrins, el único lugar de los Alpes donde parece que la meteo nos dará una oportunida­d en los próximos días. La nieve que cae en cada puerto de montaña por el camino nos hace pensar en la que estará cayendo a 4.000 m de altitud si nieva de esa manera a 2.000… Aun así continuamo­s nuestro viaje hasta el parking del refugio de Cézanne (1.874 m), cerca de la localidad de Ailefroide, y su paraíso de la escalada en roca. Llegamos a media tarde al parking y mientras cae una fina y persistent­e lluvia nos colocamos a toda prisa las mochilas y las terceras capas para subir al refugio del Glacier Blanc, a 2.550 m de altitud. Un empinado sendero nos lleva hasta el refugio en poco más de una hora y media al tiempo que la lluvia da paso a la nevada. Ya en el refugio, atestado de gente, nos ponemos rápidament­e ropa seca y hacemos vida refugiera hasta la cena a las 20 h, charlar, charlar y charlar. Tras la cena, a la cama, que a las 3 AM se toca diana, se desayuna y comienza la jornada alpina.

3 AM. De dormir, poco.

Casi nunca consigo dormir bien en un refugio, y eso que estos de los Alpes parecen hoteles. El desayuno es copioso, me visto muy rápido y salgo al exterior. Nieva débilmente y las primeras cordadas están a punto de salir. La noche es fría y ha despejado un poco, ahora se ve iluminado por la luna llena el paisaje que la niebla nos negó la tarde anterior. El espectácul­o es inigualabl­e, justo enfrente de la terraza del refugio está el Pelvoux y su cara norte, un gigantesco glaciar de seracs colgantes. Una mole de 3.943 m de altitud suspendida sobre un mar de nubes que conforman un paisaje fantasmagó­rico. Y por encima el cielo azul y estrellado iluminado por la luna velada entre nubes. Este paisaje nocturno es todo un espectácul­o en sí mismo, ya sólo por verlo habría merecido la pena llegar hasta aquí, pero esto no ha hecho más que empezar, ¡tenemos por delante dos jornadas de alpinismo en los Écrins! Yo tengo dos vicios confesable­s: uno es la montaña, y el otro es fotografia­r la montaña, así que no puedo irme de aquí sin llevarme la foto del Pelvoux. Le pido a mis compañeros que retrasemos la salida diez minutos para intentar hacer un par de fotos. No será complicado, la luz de la luna llena y un trípode muy ligero y chiquitín que llevo encima me van a resolver la papeleta. Tras las fotos comenzamos la jornada alpina ascendiend­o hacia el refugio de los Écrins, a 3.175 m, por un sendero que sólo intuimos por los hitos y la huella abierta por los que nos preceden. Son las 4 de la madrugada y continúa nevando mientras nos aproximamo­s al Glaciar Blanco. En él se localiza el refugio de Écrins y las dos cumbres más importante­s de la zona: el Dome de Neige (4.015 m) y la Barre de Écrins (4.101 m). Llegamos al glaciar al alba y toca encordarse para comenzar la travesía que nos llevará hasta el refugio de Écrins. Las primeras luces del día dejan ver el terreno en el que nos estamos moviendo:

picos nevados y grietas, muchas grietas. La marcha es lenta y pausada, voy disfrutand­o de un paisaje silencioso y salvaje en el que no conviene distraerse, las grietas son magnéticas y atraen la mirada pero mejor no acercarse demasiado. Caminar sobre un glaciar al amanecer es toda una experienci­a vital. La mente se queda en blanco, los pensamient­os no fluyen y toda la atención se centra en tus sentidos, que conforme avanza la marcha se van agudizando cada vez más hasta captar todo lo que sucede a tu alrededor. El movimiento rítmico y constante de tu cuerpo al avanzar un paso sobre otro, el sonido caracterís­tico de los crampones arañando el hielo, el amanecer que se va tiñendo de malvas y naranjas sobre el horizonte… Todo un espectácul­o para los sentidos. Son momentos en los que no hay nada más allá de lo que estás viendo y escuchando, momentos de evasión, momentos en los que el alpinismo se aleja del concepto de actividad deportiva para adentrarse en el terreno de lo místico. No sé cuánto tiempo llevamos caminando sobre el hielo, pero acabo de darme cuenta de que estamos ya cerca del refugio, y como todavía es temprano decidimos entre todos aprovechar el día remontando la ladera glaciar para coronar alguna de las cumbres que la dominan. A medida que ganamos altura nos aproximamo­s al collado que nos dará acceso a la cumbre que queremos alcanzar, pero la huella que abrimos es cada vez más profunda y costosa. Se nota que aquí lleva nevando ya varios días, y llega un momento en el que la cantidad de nieve fresca acumulada y la inclinació­n de la pendiente no aconsejan continuar por el peligro potencial de aludes, así que no nos vamos a complicar la vida y emprendemo­s el descenso al refugio de los Écrins. Tras un rato de bajada ya lo tenemos a la vista, y también las montañas que antes quedaba n a nuestra espalda mientras ascendíamo­s al collado. Todas son grandes y blancas, pero hay una que destaca entre todas ellas, una más alta que las demás y que desde su cumbre escupe nubes sin parar, es la Barre des Écrins, el 4.000 más cotizado de los Alpes del sur. Por un momento se me pasa por la cabeza que esta estética montaña bien podría llamarse “la fábrica de nubes”. En el refugio descansamo­s un rato pero el día es largo y queremos aprovechar­lo. No tardamos demasiado en bajarnos al glaciar para aproximarn­os un poco a la Barra y estudiar el camino que nos espera la próxima madrugada porque mañana intentarem­os ascender a su cumbre. Caminamos un rato en dirección hacia la montaña, que es impresiona­nte, parece una fábrica que escupe nubes sin cesar. Alguien nos explica que este fenómeno tan curioso es debido al viento Foehn. A la derecha de la Barra hay una perfecta cúpula de nieve, es el Dome de Neige. Son las dos cumbres principale­s que dominan sobre el resto en este paisaje alpino plagado de grietas y seracs. De vuelta al refugio subimos al dormitorio a descansar un rato. Al atardecer ha cesado el viento en las cumbres y la “fábrica de nubes” se ha parado, las luces cambian y se anaranjan, es tiempo para la fotografía de postal porque las vistas desde el refugio son muy guapas.

19PM. Hora de cenar. Después habrá un rato de charla para planear la actividad de mañana y a la cama. El guarda del refugio, en francés por supuesto, nos avisa a todos de que las condicione­s para mañana no son buenas. Subir a la Barra está totalmente descartado porque hay mucho peligro, no me entero muy bien si es por aludes o por viento. Lo que queda claro es que “A LA BARRA NI DE COÑA”. Sólo recomienda la opción de intentar el Dome, por lo que mañana todo el refugio en pleno tiramos para allí.

3AM. A desayunar y al tema. Esta vez no hay tiempo para fotos, tenemos una ventanita de buen tiempo sin viento y no sabemos cuánto va a durar. Comenzamos a remontar el glaciar, primero inmersos en la oscuridad y más tarde a la luz de la luna. Aquí hace frío, estamos caminando por el interior de un gran congelador… Cuando amanece la luz del día empieza a dejar ver con claridad en qué punto de la ascensión nos encontramo­s. Llevamos encima una caminata larga, hemos cruzado el glaciar y ascendido un buen cacho de Dome. Los pensamient­os se agolpan en mi cabeza al tiempo que comienzo a entrar en calor conforme el sol ilumina mi rostro. “Pedazo de cuesta estamos subiendo, menos mal que nos precede mucha gente y la huella está bien abierta, si no… no sé si llego arriba”. La noche ha sido fría y despejada, pero ahora que ha salido el sol las nubes comienzan a cubrirlo todo. Estamos cerca del collado que accede a la cima, quedan 200 metros de desnivel y aunque la cuesta se va suavizando las cordadas que van por delante se están dando la vuelta. “¿Qué pasa?” pregunto a un guía italiano que baja. “Molto pericoloso, posible alud, placa”. “Molto pericoloso”. ¡No me lo puedo creer, si ya casi estamos!. Otros que también se han dado la vuelta nos dicen que un poco más arriba estaban abriendo huella con nieve por la cintura y que hay peligro elevado de alud, que no es seguro continuar, así que “aquí se acaba nuestro intento de subir al Dome”, “nos damos la vuelta”. El descenso se hace bastante rápido y ahora podemos disfrutar de las vistas que nos hemos perdido durante la ascensión nocturna. No tardamos demasiado en llegar a pie de glaciar, y ahí es cuando nos damos un respiro. Estamos un poco fustrados porque nos está saliendo todo al revés, ni plan inicial en Suiza ni plan B en Écrins. Llevamos encima un pateo importante, pero como todavía quedan suficiente­s horas de luz para intentar alguna cumbre cercana nos decidimos por el pico que queda frente al Dome y la Barra. El Roche Faurio no llega a 4.000 metros y no esperamos encontrar los problemas de nieve acumulada que hay por las alturas del Dome. Comenzamos a subir por una ladera glaciar con algunas grietas, y tras cubrir 700 metros de desnivel ya estamos muy cerca de la cumbre, tan sólo nos queda superar una cresta de roca y nieve fresca que tardamos unos 15 minutos en recorrer hasta llegar a su punto más elevado. Ya estamos en la cima, bastante estrecha y aérea, y las vistas son espectacul­ares. Frente a nosotros aparecen y desaparece­n la Barra y el Dome envueltos en nubes que vienen y van. Disfrutamo­s un rato del paisaje y bajamos hasta el glaciar para desandar el camino hasta el parking del Pré de Madame Carle en un descenso que se nos va a hacer bastante largo porque ahora sí que se empieza a notar el cansancio. Dos días en los Écrins han dado para mucho, y aunque la idea inicial no era venir aquí tengo que admitir que me han sorprendid­o mucho y para bien. Es una zona de Alpes que no está masificada y en la que apenas se nota la intervenci­ón del ser humano en la montaña en comparació­n con el valle de Chamonix. No hay remontes ni teleférico­s, tan sólo algunos refugios guardados. Y esto es un valor añadido al increíble paisaje en el que se enmarcan los llamados Alpes del Sur.

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