ERUPCIÓN EN HAWÁI
No hay espectáculo más antiguo, más intenso y más sobrecogedor que el de una erupción volcánica. En Hawái se encuentra uno de los grandes: el volcán Kilauea. Él nos demostrará que la naturaleza sigue estando muy por encima de nosotros y que la Tierra sigu
No hace falta que os recordemos la famosa canción de Mecano para que sepáis que la isla de Hawái es un auténtico paraíso. Pero sí que hemos querido mostraros en este artículo la exuberante belleza del exótico paisaje alrededor del volcán Kilauea.
La palpitante Big Island
Habíamos estado trabajando en el Etna, en Sicilia, en el Pitón de la Fournase, en la índica isla de Réunion y en el Arenal, en Costa Rica. Conocíamos algunos de los volcanes más activos del mundo, pero
nos faltaba él. El mito. El Kilauea. Un cráter que lleva en activo -vertiendo entre 200.000 y 500.000 metros cúbicos de lava a diario- desde hace exactamente 31 años. La misma fecha en la que The Police grababa su nuevo hit Every Breath You Take, en enero de 1983, el poderoso Kilauea, como si de una revelación se tratara, se puso a escupir lava. Y hasta hoy. Tras casi 24 horas entre vuelos y esperas en aeropuertos aterrizamos en la isla de
Oahu, una de las ocho que conforman el archipiélago de Hawái. Allí hacemos escala, y una avioneta nos lleva hasta Big
Island, hogar de nuestro adorado coloso de fuego. Desde el aire ya percibimos que la mayor de las hawaianas es distinta. Hemos dejado atrás la amable Oahu, una isla de playas coralinas y suaves colinas tapizadas en verde, para aterrizar en un paisaje que ya desde las aturas percibimos oscuro, devastado y agreste. Alquilamos una furgoneta VW California, uno de esos modelos que ya ni se fabrican, con embrague y cambio de marchas, algo realmente inusual en un país como Estados Unidos, donde los vehículos suelen llevar el cambio automático. Aquella reliquia con ruedas, convenientemente equipada con camas y cocinilla será, durante estos días en Big Island, nuestro humilde hogar. El primer destino hacia el que ponemos rumbo es el Kilauea Visitor Center, donde vamos para informarnos de las condiciones eruptivas y de las distintas posibilidades que aquel entorno nos ofrece.
La erupción avanza por dos frentes: uno completamente inaccesible -que se abre paso arrasando una densa masa forestal- y otra lengua a la que, con mucha suerte, podríamos acercarnos tras varias
horas de caminata. La información no nos desalienta. Todo lo contrario: añade cierta dosis de reto a nuestra aventura. Como primera toma de contacto decidimos caminar por los campos de lava que rodean el centro de visitantes. Primero recorremos el Halema’uma’u Trail, un sendero que, tras sortear un bosque tropical, se
adentra en una inmensa caldera que a principios de siglo estuvo ocupada por un lago de lava incandescente. Este camino fue uno de los primeros que se abrió en el parque, en 1846, momento en que los turistas de la época, poco conscientes del peligro que entrañaba semejante lugar, se dedicaban a freír huevos en la lava. Fue una época en la que fueron necesarios muchos rescates aquí, incluido el del escritor Mark Twain, uno de los cientos que, debido a las imprudencias, tuvieron que ser evacuados. Desde la retirada de la lava, en 1924, la superficie petrificada del lago puede recorrerse a pie sin (apenas) peligros. Algunas fumarolas evidencian que Pelé, la
diosa del fuego, sigue palpitando debajo de la superficie. Lo saben los hawaianos, que siguen considerando sagrado este lugar y a él acuden en fechas señaladas para purificarse con el aliento de Pelé. En nuestra caminata percibimos que uno de los cráteres de la zona despide una ingente cantidad de humo. Nuestra experiencia nos dice que aquí tendremos que volver de noche: la oscuridad es la mejor amiga del observador de volcanes.
De estrellas y fuego
Y así hacemos. Esperamos a que la noche se cierna sobre la isla y volvemos con la furgoneta al centro del parque. Por la tarde se ha levantado un viento terrible y al salir del vehículo comprobamos en nuestra piel que la temperatura ha bajado muchos, pero que muchos grados. Estamos a 1.200 metros de altura y el frío se hace notar. Hacemos acopio de toda la ropa que podemos ponernos y salimos del coche en busca de la grieta humeante que hemos visto por la mañana. En pocos segundos se nos agarrotan las manos y maldecimos el momento en que dejamos los guantes y el gorro pensando que nos íbamos al trópico. Pero un minuto después nos asomamos al mirador y entramos en calor al instante. En medio del campo de lava se abre un agujero iluminado por el fulgor de la lava incandescente. Nos quedamos unos minutos parados, perplejos, observando aquella herida de fuego en la tierra. Estamos sin palabras. Nos quedaríamos toda la noche contemplando aquel magnífico espectáculo, pero el viento gélido nos convence de que mejor estaremos a resguardo en nuestra confortable California. Otro día más en el Hawaii Volcanoes
National Park lo pasamos recorriendo
el Crater Rim Trail, un sendero de 18 kilómetros que circunda la caldera superior del Kilauea. Tenemos mucha suerte de encontrarlo abierto pues este camino se cierra cada vez que el volcán se pone más fiero de lo habitual. Cosa que ocurre con cierta frecuencia. Pero hoy el
coloso está tranquilo, así que nos lanzamos a andar por sus vértices y a descubrir los impactantes paisajes devastados por temperaturas capaces de fundir unas rocas que ahora bajo nuestros pies se rompen como si fueran de cristal. En otros lugares el suelo aparece replegado, petrificado en su fluidez, evidenciando que en algún momento aquello fue un río de fuego que se detuvo en pleno avance. Nos adentramos
también en tubos volcánicos, cuevas
casi perfectas que muestran los efectos que dejó la lava tras de sí en su apresurado camino por salir de las entrañas de la tierra. Pero entre tanta desolación en negro la vida se abre paso a cada rincón. Nos sorprende que haya tantas flores, y que la mayoría luzcan un color rojo intenso, como si sus raíces bebieran del propio fuego que corre bajo ellas. Aquí -en un espacio donde el 90% de la flora es endémica- crecen las bellísimas ohi a lehua ( Metrosideros
polymorpha), de un bermellón encendido, e
incluso los helechos ama`u fern ( Sadleria
cyatheoides) presentan el color de las llamas. Los hawaianos nunca han tomado a la ligera la amenaza que supone vivir en un lugar que es una verdadera bomba
de relojería. Aceptan los designios que la tierra les envía en forma de fuego y celebran que su isla cambie a diario; que en cada erupción Hawái sea un poquito más grande. Para terminar el día nos acercamos hasta la costa suroeste, un lugar que un día dejó de ser habitable debido a los excesos del implacable Kilauea. Aquí la masa petrificada cubre casas y caminos, y sólo alguna señal de tráfico asoma entre la negrura, señalando, a modo de paradoja, que la carretera una vez estuvo allí. Desde este lugar observamos toda esa extensión oscura, de un negro intenso, brillante, que se adentra en el mar. Es la nueva Hawái. La que hace apenas diez años ni siquiera existía.
"Algunas fumarolas evidencian que Pelé, la diosa del fuego, sigue palpitando debajo de la superficie"
Cara a cara con Pelé
Llevamos varios días recorriendo Big Island, visitando todos los rincones del
Hawaii Volcanoes National Park, pero aun no hemos mirado al Kilauea a los ojos. La dificultad que entraña acercarse a las zonas donde la erupción está más activa nos ha hecho desistir en varias ocasiones. Las medidas de seguridad en esta isla se respetan al dedillo, hay vigilantes a cada paso y resulta imposible salirse de los límites que marcan las autoridades del parque. Para postre algunos caminos son privados, y a pesar de que no hace mucho la lava pasó por allí, hay quienes han construido sus casas en las mismísimas lenguas de roca volcánica. Ello añade a la dificultad física de acceso, una dificultad burocrática. Tras varios días de intentos llegamos a una conclusión: si queremos ver la lava en acción solo tenemos dos opciones, o caminamos diez kilómetros por el campo de lava desde el centro del Parque Nacional sin saber muy bien hacia dónde ir, o andamos cuatro kilómetros desde el sur de la isla con un tour guiado que organizan algunas compañías. Tras descartar nuestra alocada idea de salir de noche, esquivar los guardas y llegar al amanecer, decidimos contratar un guía que en dos horas caminando nos llevará a los puntos interesantes. Es la única forma de acercarnos al volcán sin terminar en el calabozo, o lo que es peor, en el hospital. Cuando por fin llegamos después de un buen rato andando a trompicones por la accidentada costra terrestre, lo primero que nos llama la atención es el sonido, un chisporroteo como si alguien estuviera asando carne a la brasa. Enseguida entendemos porqué: la piedra incandescente alcanza una temperatura de 800 ºC. Los curiosos chasquidos no son otra cosa que la propia roca hirviendo, y el ardor que desprende es tal que uno no puede aguantar más de 30 segundos a un metro de distancia. Nos quedamos perplejos mirando los distintos focos ardientes y el avance, lentísimo, de la piedra fundida. Cualquier cosa que se acerque a la lava ardería en segundos, nuestro guía es muy explícito advirtiéndonos sobre ese extremo y sobre la necesidad de mantener cierta distancia de seguridad entre nosotros y la bestia volcánica. Para demostrarlo acerca un palo a la lava y éste se enciende como si de una cerilla se tratara. Nos sentamos en un rincón y simplemente observamos, mientras oscurece, la función que Pelé ha preparado para nosotros. Estamos ante la escena más antigua de la tierra, un espectáculo que se sucede a diario desde el principio de los tiempos, desde mucho antes de nuestra existencia. Y que se perpetuará mucho después de que el hombre haya desaparecido de la faz de la tierra. Es uno de esos momentos en los que comprendes lo pequeños e insignificantes que somos ante el poder de la naturaleza.