GALAPAGOS, VIAJE A LOS ORÍGENES
Con un 97% de territorio declarado Parque Nacional, pisar las Islas Galapagos, un hábitat único e insólito, te hace percibir la vida de forma muy diferente.
Lavidasepercibedeunamaneramuydiferentecuando pisamos por primera vez las Islas Galápagos. Si el placer de viajar se traduce en poder contemplar lo que pasa en el “teatro del mundo” desde una privilegiada butaca en primera fila, en el caso de Galápagos es una hermosa oportunidad de acceder a un hábitat natural tan único como insólito, en el que sus moradores no muestran temor alguno por el intruso humano, el mayor y más
despiadado de los depredadores.
Llegué a la Isla de San Cristóbal cargado de emoción; posiblemente, con la misma emoción que, imagino, pudo sentir el joven naturalista Charles Robert Darwin cuando, con apenas 26 años, desembarcó del bergantín HMS Beagle en esa misma isla un 17 de septiembre de 1835. El archipiélago había sido descubierto –absolutamente de chiripa- justo tres siglos antes. Una calma chicha y una fuerte deriva habían arrastrado hasta allí al barco de Fray Tomás de Berlanga, a la sazón obispo de Panamá, cuando se dirigía hacia el Perú por encargo del rey Carlos I. Una vez en las Insulae Galopegos (Islas de las Tortugas), Darwin tuvo muy poco tiempo, apenas cinco semanas, para explorar y recoger muestras en cuatro de sus trece islas mayores; cinco semanas que redefinieron la manera de entender la historia natural y que fueron el germen de la idea más revolucionaria del pensamiento humano: la Teoría de la Evolución, presentada en sociedad el 24 de noviembre de 1859, bajo el título “El origen de las Especies”. Pese a la resistencia brutal de algunos estratos sociales, la primera edición del libro (apenas un mero resumen de la extensa obra que Darwin estaba preparando) se vendió por completo ese mismo día. Sin duda alguna, hay muchos y fantásticos lugares en el mundo donde poder observar fauna salvaje. Pero hay sólo uno, las Islas Galápagos, donde esa fauna no teme al ser humano, no nos ve como intrusos ni como el más temible de los depredadores. Cinco millones de años de total aislamiento tienen la culpa de haber convertido a estos animales en los más confiados del planeta. Los afortunados viajeros que llegan hasta aquí, tienen el privilegio de contemplar uno de los pocos paraísos vírgenes que quedan en la Tierra, con paisajes primigenios por los que parece no haber pasado el tiempo. Como acertadamente dijo un compañero de viaje, descubrir Galápagos es como hacer turismo en el Jurásico…pero sin dinosaurios. Conviene saber que estamos en un lugar único en el mundo, con el 97% de su superficie declarada Parque Nacional, y con unas normas absolutamente estrictas de uso. Olvídate de montarte rutas por libre; siempre, sin excepción, tenemos que ir acompañados por un guía oficial. Por ello, hay sólo dos formas para moverte: desde tierra, alojándote en un establecimiento hotelero en alguna de las cuatro islas habitadas y realizando excursiones por la propia isla, o en un barco, haciendo recorridos tipo “vida a bordo”. Esta opción, sin ser la más barata, es la más aconsejable, porque nos permite ver más lugares en mucho menos tiempo. Como he dicho antes, llegué a San Cristóbal (uno de los dos aeropuertos, junto con el de Baltra) en un corto vuelo de poco más de hora y media desde Guayaquil. Una zodiac -o panga, como aquí las llaman- nos estaba esperando para llevarnos hasta “La Pinta”, nombre evocador para una embarcación destinada a realizar descubrimientos, que sería mi palacio flotante durante tres maravillosas jornadas. En lo que me quede de vida, ya no podré olvidar el espectáculo de ver amanecer, antes del reparador desayuno, desde la cubierta del barco; ante mis ojos, bañado por la suave luz del alba, se iba dibujando un paisaje con una fisonomía inalterada desde hace millones de años, mientras que mi mente tenía la inusual certeza de que la destructora mano del hombre no había modificado absolutamente nada en todo este océano de tiempo. El primer desembarco lo hicimos en Punta Pitt, en el extremo noroeste de San Cristóbal. Un sinuoso sendero, que nace directamente desde la misma playa, nos conduce hasta lo alto de un cerro de toba volcánica. Desde esta atalaya la vista de toda la costa es, simplemente, espectacular. Por el camino habíamos tenido los primeros avistamientos de aves, que perfectamente se habrían dejado acariciar si no estuviera prohibido. Curiosamente, este lugar es el único de las Islas en el que se pueden observar las tres especies de piqueros y las dos de fragatas anidando en la misma área. Es muy frecuente que encuentres un patas azules (el más pintoresco de los tres piqueros, gracias a sus llamativas patas teñidas de un azul intenso) en medio del camino, tomando el sol plácidamente y sin ninguna intención de moverse por mucho que te acerques a tomarle fotos.