5 MISTERIOS QUE SURCAN LOS OCEÁNOS
La tradición manda. Los océanos reclaman los mitos y la superstición legada por las eras de la navegación: la necesaria mística de un escenario impasible ante la ambición de los
hombres y su baile de las ánimas.
uán lejos se dispara nuestra imaginación cuando no reconocemos los horizontes, cuando el punto al que nos dirigimos es indistinguible del lugar que nos precede. Cuando, al final, nos damos cuenta de la horrorosa verdad: que apenas somos una efímera mota de polvo (polvo de estrellas, eso sí) en los dominios de la naturaleza y del tiempo. Y el océano, como inmenso escaparate de esa circunstancia, no tiene parangón; a menos que traspasemos los límites del firmamento, para regodearnos en nuestra levedad allá por el inasequible cosmos. Si nos desasimos de las zarpas de nuestra eventualidad, o preferimos no comprenderla, es inevitable llenar los abismos del espíritu con las historias que nos contamos a lo largo de las vidas. Reforzar nuestra inconsistencia con algo tan potente como la aventura, la ineludible incógnita y la mística irracional, conceptos firmemente amarrados en el imaginario de las aguas y sus mareantes. Proverbialmente supersticiosos, muchos de los hombres que han surcado la sangre de nuestro planeta en épocas pasadas han prolongado y acentuado el misterio primitivo que ya de por sí se mantiene como una bruma férrea sobre el océano. Así nos zambullimos en la mayor de las creaciones del espíritu marinero, los navíos fantasmas: los que más han alimentado la leyenda de infinitud de los mares. Gran parte de esas historias tienen una base más real de lo que a priori permitimos creer a nuestra mente empírica. En 1931, en pleno siglo XX, un barco construido en Suecia y propiedad de la
Hudson´s Bay Company era abandonado en las costas de Alaska, cerca de la ciudad de Barrow, cuando se quedaba atrapado en la barrera de hielo. Sus tripulantes buscaban refugio durante dos días antes de regresar a la embarcación, que en ese tiempo se vio liberada de su glacial prisión para desertar a un derivar inerte por las costas del Gran Norte americano. El buque fue botado con el nombre de Ångermanelfven, y posteriormente rebautizado como SS Baychimo. Previsiblemente al borde del naufragio, el navío decidió combatir los temporales del mar de Beaufort, emergiendo -con calculada constancia- en las difusas lejanías para estupor de los navegantes que acertaban a distinguirlo. Se convirtió, como manda la tradición, en un barco fantasma. Fue visto por última vez en 1969, cuatro décadas después de quedar huérfano de dotación. Hoy se desconoce su paradero y quizá rezongue sereno en los fondos árticos. Contingencias similares, siglos atrás, bien podrían explicar algunos de los más ufanos relatos de marineros, barruntados entre brindis de grog y peleas tabernarias. Y bien que hicieron, pues al hombre le gusta soñar. Y le gusta temer. Ese motivo nos ha llevado, curioso lector, a presentar aquí una selección con los más célebres ejemplos de espectros con casco y velas. Del cinematográfico Holandés Errante, al fúnebre Lady Lovibond, todos ellos comparten un núcleo esencial: son a la vez historia viva y muerta, anclas de la gran incógnita sideral y de la necesidad humana por someter lo indomable.