Oxigeno

Guillermo Isidoro Larregui

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Guillermo Isidoro Larregui nació en 1885 en el barrio de la Rochapea de Pamplona. Con quince años emigró a Argentina donde comienza esta historia. Corría el mes de marzo del año 1935 y la acción se desarrolla en un pequeño pueblo de la Patagonia llamado Mata Amarilla donde se alojaban los trabajador­es de la petrolera Ultramar que acababa de cesar su actividad. Los obreros desemplead­os gastaban el tiempo tomando mate, charlando y jugando a las cartas. Guillermo era un tipo estrecho de carnes, de baja estatura, con los pómulos hundidos, siempre ataviado con su boina vasca. Tenía por aquel entonces cincuenta años y seguía manteniend­o ese carácter reservado y parco en palabras que le acompañó toda su vida. Estaba el vasco sentado en una mesa junto a varios amigos que hablaban sobre las últimas proezas realizadas por automovili­stas o aviadores que habían cruzado medio mundo para batir sus récords cuando Guillermo, saliendo de su mutismo, comentó: "A cualquiera de esos señores aviadores y automovili­stas los desafío yo a hacer la travesía desde estos lugares hasta Buenos Aires, sin tanto aparato, caminando y cargando una carretilla". Entonces alguien retó a Larregui diciéndole que él tampoco era capaz, a lo que respondió: "Un vasco es capaz de todo lo difícil". Así comienza el primer periplo de Guillermo Larregui que el 25 de marzo de 1935 salía del municipio de Comandante Luis Piedrabuen­a, en la provincia de Santa Cruz en las remotas regiones australes de la Patagonia, con una carretilla cargada con ciento treinta kilos de peso donde transporta­ba todo lo necesario para sobrevivir en el camino. Recorrió alrededor de 3.000 kilómetros en catorce meses hasta que alcanzó Buenos Aires donde fue recibido como un héroe, aclamado por multitudes, mientras arrastraba su carretilla cubierta de flores. En los salones del diario Crítica fue entrevista­do por los motivos que le llevaron a emprender el viaje y a concluirlo, esta fue una de sus respuestas: “He llegado por que soy vasco; soy vasco y tenía que llegar. Por eso pude terminar el viaje. Cualquier otro se hubiera quedado en las primeras etapas, ¡yo no! Había prometido hacer este viaje y lo hice. Me agradaría dar la vuelta al mundo empujando mi carretilla. Me sobran fuerzas y voluntad, para eso soy vasco. Pero me faltan recursos. Soy pobre y un viaje así exigiría mucha plata”. Según sus propias palabras gastó treinta y un pares de alpargatas. Cuando le preguntaro­n si esperaba algún premio o recompensa respondió: “Aunque nada tengo, nada quiero. Esta hazaña la he realizado porque la prometí cumplir. Con ser hombre de palabra cualquier vasco está bien pagado”. En 1936 comienza una nueva aventura. Esta vez parte desde la localidad de Coronel Pringles, en la provincia de Buenos Aires, y recorre 2.300 kilómetros hasta La Quiaca, la ciudad más septentrio­nal de Argentina, en la provincia de Jujuy. Cuatro años más tarde, 1940, parte desde Villa María en la provincia de Córdoba y camina con su carretilla hasta Santiago de Chile, recorriend­o algo más de mil kilómetros. Durante aquellos años Guillermo Larregui se convirtió en una celebridad, pero compensó su fama con un estilo de vida ermitaño, alejado de todo reconocimi­ento social. En 1943, ya con cincuenta y ocho años de edad, emprende su último viaje que le llevará desde Trenque Lauquen (en la provincia de Buenos Aires) y le dejará seis años más tarde en las cataratas del Iguazú, en la provincia de Misiones, donde el parque nacional le otorgó el permiso de construir una pequeña cabaña donde vivirá, acompañado tan sólo por los animales de la selva y de las visitas de sus amigos, hasta su muerte a los setenta y nueve años de edad. Según algunos estudiosos de la figura del vasco, Larregui no fue sólo un ejemplo de tenacidad, fortaleza y espíritu de aventura, sino que dentro de ese semblante riguroso y reservado había todo un hombre de negocios y el vasco fue pionero de la comunicaci­ón en el camino y captación de patrocinad­ores para sus aventuras. Lo que empezó como una apuesta de vasco acabó como un estilo de vida extravagan­te, mediático e incluso rentable.

El vasco de la carretilla. Halvorsen, Patricia.Editorial Dunken

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