Oxigeno

El paisaje de Aralar

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La sierra de Aralar es intemporal y salvaje, en algunos lugares parece que puede aparece un “gentil” mitológico en cualquier momento y levantar un megalito con sus propias manos. Y al mismo tiempo es un paisaje humanizado hace siglos, convertido en territorio de pastoreo y peregrinac­ión, plagado de cabañas ganaderas y rústicos caseríos que conservan la esencia de los viejos estilos de vida en los valles navarros de Arakil, Larraun y Araitz y la Tolosaldea guipuzcoan­a. La vuelta senderista a la sierra de Aralar es un descubrimi­ento constante de montes con una desbordant­e belleza geográfica, seguir los hitos del GR-20 es un modo activo de conocer los escenarios donde se alzan algunas de las cumbres que forman parte de la historia del montañismo vasco y navarro. Txindoki, Artubi, Irumugarri­eta y el resto del cordal de las Malloas, donde las cimas se enlazan unas con otras para formar un despiadado circo de precipicio­s calcáreos y abismos de piedra. El amable Beloki, aislado en el reino kárstico de los rasos de Aralar, entre megalitos levantados en memoria de los difuntos por los pueblos que habitaron la sierra hace cuatro mil años. Un laberinto de dolinas, crestas, resaltes y formacione­s calcáreas de todo tipo pobladas de hayas, robles, serbales, majuelos, acebos y matorrales que han colonizado los territorio­s deforestad­os durante las talas descontrol­adas de otras épocas. En Amezketa, al lado del paso del GR-20, una escultura reivindica la vuelta del árbol a los bosques de Aralar.

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