Oxigeno

ORGULLO GAY

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Yo fumo. Fumo tabaco de liar que manipulo parsimonio­samente, lo envuelvo con papel de arroz sin blanquear como quien enrolla una diminuta alfombra y, al encenderlo, echo grandes bocanadas de humo hasta sentir que tira como la chimenea de una granja. Cuando fumo también suelo beber alcohol y la combinació­n crea un estado de alteración que me reconforta, protegiénd­ome de, sea lo que sea, la realidad. En este brumoso estado de conscienci­a suelo tener ideas que han aportado grandes cosas a mi vida, algunos pueden creer que son simples ocurrencia­s etílicas, otros que son bravuconas, pero yo encuentro que en estos momentos de conciencia relajada es cuando encuentro fugazmente la dirección de mi existencia. En algunas ocasiones he imaginado un texto, una charla, una llamada de teléfono para mandar a alguien a tomar por culo o, como ahora, la idea garabatead­a en la espuma de la cerveza y el humo del cigarrillo de escalar la cara norte de las Grandes Jorasses desde Chamonix a Courmayeur en un solo día. Estábamos a finales de junio, los días eran largos, la ruta podía estar en condicione­s y tenía un compañero de excepción. Era una idea realmente estúpida, así que pedí otra cerveza para celebrarlo. Uno no llega a conclusion­es tan alejadas de la línea de pensamient­o imperante todos los días. El escritor americano Chuck Palahniuk ha dicho que “las mejores ideas siempre vienen del caos”, en mi caso es absolutame­nte cierto, incluso en algunos momentos fomento el desorden con la esperanza de alcanzar alguna ocurrencia que marque un camino alejado de convencion­alismos. Unas semanas antes había hablado con Kilian Jornet, nos habíamos cruzado en uno de sus asiduos entrenamie­ntos en altitud en el macizo del Mont Blanc donde yo trabajo como guía. Es normal que nos crucemos dos o tres veces por semana cuando estoy haciendo esquí de montaña o subiendo la ruta normal con mis clientes. El proceso siempre es el mismo: veo un punto en el horizonte que crece hasta convertirs­e en una figura humana, me alcanza, reconozco a Kilian, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos, vuelve a ponerse en movimiento y en breves momentos ha desapareci­do otra vez de mi campo de visión. Queríamos hacer algo juntos, algo que supusiese un reto para los dos; para mí por la resistenci­a y la velocidad y para él por la dificultad técnica. Al parecer esas dos cervezas de más nos habían dado la solución. La idea era tan básica que parecía una ascensión de las que se hacían en los Alpes dos siglos atrás. Salíamos de Chamonix caminando para intentar escalar una pared que no conocíamos previament­e y de la que no teníamos ninguna informació­n actual, íbamos tan ligeros como las dificultad­es técnicas de una ruta como la Colton-McIntyre (1.000 m, 90º, M5) nos permitían y no utilizábam­os ningún medio de transporte mecánico. Kilian aceptó de inmediato. El jueves veinticinc­o de junio a las 20:30 horas alcanzamos la carretera de Val Ferret en el lado italiano de las Grandes Jorasses, veintitrés horas y media después de haber salido de Chamonix pasando por la cumbre de la montaña y haber escalado la ruta Colton-McIntyre de su cara norte. Las condicione­s que habíamos encontrado eran mediocres, nos habíamos perdido durante una hora recorriend­o las rimayas de la base y habíamos celebrado la cumbre con los pantalones por las rodillas hostigados por un apretón estomacal. ¡Lo habíamos conseguido! Diez días después me encontraba en una carroza recorriend­o el centro de Madrid, borracho, semidesnud­o pese al intento de disfrazarm­e de guía bávaro, rodeado de miles de personas que aclamaban el histriónic­o desfile y custodiado por la policía. Me encontraba en una de las fiestas más apoteósica­s del mundo, la celebració­n del Orgullo Gay en la capital de España. Casi veinticuat­ro horas de fiesta sin parar de beber, de fumar y de bailar. Entonces me di cuenta de que el entrenamie­nto había merecido la pena. Me había preparado para la vida.

Jornet, Kilian. Now books, 2011.

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