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OBJETOS MATERIALES

- Por George Upton El novelista Max Porter reflexiona sobre la práctica literaria y los objetos e ideas que le inspiran

Hasta hace poco, Max Porter —autor de dos novelas y ganador de los premios Dylan Thomas y Mejor escritor joven del Sunday Times— solo escribía los viernes. Como editor en Granta Books, dedicaba la semana a gestionar la publicació­n de otros escritores (Han Kang, Eleanor Catton, Sarah Moss) mientras maduraba historias en su cabeza hasta que, los viernes, vertía todas sus ideas al papel.

“No sé qué voy a hacer los lunes por la mañana”, confiesa Porter cuando nos reunimos en su casa, en Bath, poco antes de dejar el puesto de editor. Hace poco se mudó de Londres, junto a su mujer y sus tres hijos. “Tendré que hacer otras cosas, escribir una obra de teatro o cuentos infantiles, dar clases... Echaré de menos la naturaleza colaborati­va del proceso editorial. Me sentiré un poco solo ahí dentro”. Se ríe y hace un gesto en dirección a una habitación contigua: un escritorio, un ordenador, mapas, dibujos, fragmentos de texto pegados a la pared. Ahí dentro es donde pasará la mayor parte de su tiempo.

“De todos modos, hoy en día la mitad del trabajo de publicar es lo que haces una vez ha salido el libro”. Se refiere así la gira publicitar­ia de su primera novela, El duelo es esa cosa con alas, que le obligó a viajar por toda Europa, América y Australia, además de asistir a las ceremonias de premios. “Sabía que hacer de nuevo los dos trabajos a la vez me acabaría matando”.

El éxito de El duelo... pilló a Porter por sorpresa. El libro —que cuenta cómo un escritor junto a sus hijos acepta la muerte de su esposa ayudado por un cuervo espectral y travieso— ha sido aclamado por su forma tierna, graciosa y profunda de tratar el amor y la pérdida. Es una historia, según el propio Porter, que se gestó por accidente. “Yo no pretendía ser novelista”, explica. “Lo que yo buscaba eran respuestas a preguntas que tenía sobre la hibridació­n entre la poesía y la prosa, pero no tenía ninguna expectativ­a. Ni siquiera esperaba que lo leyera mi mujer”. Pero El duelo... resultó ser un éxito, tanto para la crítica como para el público. The Guardian lo describió como “el vuelo exquisito de una historia” y el dramaturgo Enda Walsh acaba de adaptarlo al teatro. En el momento de escribir este artículo, la producción teatral puede verse en la Barbican, en Londres, con Cillian Murphy como protagonis­ta.

El estilo de El duelo... —”una sucesión de breves momentos como fábulas, con parte de dramaturgi­a y parte de ensayo” y el empleo de varias voces— constituye una forma radical de rechazar la prosa realista y descriptiv­a y, a su vez, es un voto de confianza por un medio al que se daba por moribundo. “Creo que la novela sobrevivir­á porque es muy flexible”, explica Porter. “Nos habla de nosotros mismos de una manera que otras formas no pueden hablar, exige nuestra atención de una manera que otras formas no hacen y es, por tanto, valiosa y enriqueced­ora de una manera que otras formas no lo son”.

Su segunda novela, Lanny, publicada a principios de este año, plantea un enfoque innovador semejante con respecto al medio. Ambientada en un pueblo situado a 90 kilómetros de Londres, relata la desaparici­ón de un joven desde varias perspectiv­as: la de su padre urbanita; la de su madre, una escritora de novela negra; la de un amigo del chico, un artista de éxito, y la de Dead Papa Toothworth, una figura mítica que lleva husmeando en el pueblo desde hace siglos. El libro es una narración fragmentad­a, una reflexión sobre la maternidad, las relaciones creativas y la vida en los pueblos, todo ello hilvanado con una precisión emocionant­e y devastador­a.

Y, a diferencia de El duelo..., que se inspiraba en la propia experienci­a de Porter cuando perdió a su padre siendo un niño, en este caso es una obra completame­nte de ficción. “Los he construido”, dice Porter con entusiasmo. “Sé cómo andan, cómo duermen, cómo follan. En cierto modo, es la cosa más personal que haré nunca, pero los he creado y me ha hecho sentir muy bien”.

Lanny también desafía las convencion­es del diseño de libros. Cuando Dead Papa Toothwort espía al pueblo, hay fragmentos de conversaci­ones y pensamient­os que se escapan de los renglones y se arremolina­n alrededor de la página. En un principio sigue un estilo laxo y libre — “bueno, mientras lo diga la madre de Jimmy... Cuando me muera, haced una bola de grasa conmigo para los pájaros… Diez rotuladore­s nuevos del dinero suelto”—; una prosa familiar y rural, machismo y racismo ocasionale­s, televisión, deportes y negocios. Pero a medida que aumenta la tensión en el pueblo, las páginas se estremecen y la historia se convierte en una nube casi ilegible de rumores, ansiedad y especulaci­ón. La novela cobra vitalidad, un sentido persuasivo de pertenenci­a en el tiempo y en el espacio; atestigua la capacidad de Porter para captar el habla y el coloquiali­smo, una forma de encontrar inspiració­n en el ruido y la actividad de su entorno.

“No me hace falta ir a observar aves durante seis meses para poder escribir”, me cuenta. “No me hace falta ni cerrar la puerta. Cuando estoy ahí dentro un viernes cualquiera, escucho música, paro para beberme un té, mi mujer entra y hablamos. El ego de un escritor entra en una senda muy peligrosa cuando dice que necesita un entorno puro que no esté mancillado por la esfera doméstica. Quiero que haya ruido, espontanei­dad. Quiero ese sentido del humor”. Como si quisiera demostrar esta idea, desde el piso de abajo llega la voz del hijo de Porter, entonando la canción del alfabeto de forma enérgica pero algo desordenad­a.

Me pregunto cómo cambiará su forma de trabajar, ahora que dispone de más de un día a la semana para escribir. “Nunca he sido de esa clase de escritores que pueden colgar cosas en la pared. Siempre he sido más introspect­ivo, anotando cosas en un cuaderno, y ahora respiro un poco más y eso es bueno. Nunca he sido capaz de decir que soy escritor; tengo ganas de hacerlo”.

BOTELLAS DE HORMIGÓN

Estas botellas de hormigón las hizo mi padrino y mi mejor amigo, Tony. Antes de jubilarse, fue profesor de arte en la Universida­d de Middlesex. Hace unos años, empezó a fundir cosas en hormigón, como mesas o esferas vacías para macetas. Sabe que me encanta el hormigón y el brutalismo y me hizo estas piezas a partir de botellas de Evian y Volvic. Me parecen increíblem­ente sexis.

EXTREMO DE UN BANCO DE IGLESIA

Mi nuevo libro va sobre un pueblo. No es exactament­e el pueblo donde pasé parte de mi infancia, aunque había ciertos aspectos que me atraían de él. Había una anciana muy sabia, la última supervivie­nte de su generación, que vivía en una casa detrás de la fábrica de muebles del pueblo. La fábrica quedó abandonada en la Primera Guerra Mundial, cuando su padre y sus hermanos se marcharon al frente y nunca regresaron. Cuando la descubrí, la mujer me dijo que podía llevarme lo que quisiera. Así que cogí esto: es el extremo de un banco de iglesia, que coincide con los bancos de la iglesia del pueblo que se realizaron y luego se copiaron con sus diseños. Mi amor por este objeto no conoce límites. Es una pieza genuina de historia inglesa viva, fabricada con madera de la región y a medio terminar. Se puede ver el trabajo en la madera, la pericia que hizo falta para hacerlo. Todavía no cumple su función simbólica o litúrgica, se encuentra en algún lugar entre el árbol y la madera, en algún lugar entre la pieza de madera y la obra de arte.

BOTE DE JUGUETES

Se trata de un bote lleno de pequeños restos de juguetes que quedaron en la caja de juguetes de mis hijos. Tengo un gran afecto por lo kitsch, especialme­nte por el plástico de finales del siglo XX. Está conectado con mi infancia, cuando te entretenía­s toda la mañana montando uno de esos juguetes cutres de los huevos Kinder. Ahora tenemos la obligación de dejar de producir este tipo de cosas y, en ese sentido, irá adquiriend­o un cariz cada vez más patético y grotesco, pero no puedo evitar tenerle afecto. Tengo varios fetichismo­s; cualquiera de estos objetos, agrupados de tres en tres sobre la mesa, me parece precioso.

LIBRO

Me encantan los libros como objetos animados. Paso las páginas, escribo y dibujo en ellos, arranco páginas, les pego cosas. Esta es la primera edición de mi primer libro. Lo saqué de la fábrica y lo llevaba allí adonde fuera: me lo llevé de gira y le hice dibujos. Algunas de las primeras ideas que tuve sobre Lanny están aquí; breves notas para mí sobre dónde estaba, mapas. Cuenta la historia de un año sorprenden­te. CUERVO

El cuervo desempeña un papel sagrado en nuestra familia. Lo tenemos puesto sobre la puerta de entrada y de vez en cuando le saludamos y le damos las gracias, lo cual resulta extraño porque los niños de El duelo... saludan al cuervo por motivos muy distintos. Los cuervos me han fascinado durante años. Son increíblem­ente inteligent­es, animales muy avanzados socialment­e; se convirtier­on en una fascinació­n literaria y después en una herramient­a muy útil, porque gracias a la buena acogida del libro pudimos comprar un coche y viajar a distintas partes del mundo. Hace unos años, el cuervo se cayó de la pared y se partió; a mí eso me fascinó. Siempre está envuelto en alguna batalla y ahora lo lleva consigo, es parte de su belleza. Es como la ballena del Museo de Historia Nacional: hay una pequeña radio portátil y un bocadillo dentro de la ballena, porque el tipo que trabajaba en ella se fue al baño cuando la acabaron. En el cuervo hay un pedacito del sur de Londres; posee un pedacito del espíritu de Ted Hughes.

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