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GRACIAS AL VASO DE AGUA

- Anabel Vázquez

Leí una vez una entrevista a Luis Gordillo en la que declaraba que enamorarse era un milagro. Decía, cito de memoria, que para que ocurriera tenía que darse una suma de milagros: conocer a alguien (milagro), que las dos personas estuvieran en la situación propicia (milagro), que se gustasen (milagro), que lo lograran, milagro de los milagros. El vaso de agua también es un milagro. Para que podamos bebernos uno, el agua ha tenido que atravesar un largo camino desde el río (milagro), ha tenido que existir la infraestru­ctura adecuada para que fuera potable (milagro), ha debido ser trasladada hasta nuestra casa, a nuestro grifo (gran milagro); además, alguien ha fundido el vidrio y producido un vaso, milagro de los milagros. Y nosotros, lo hemos llenado de agua segura y fresca y lo hemos bebido. Vivimos rodeados de milagros y no nos damos cuenta. El vaso de agua cumple una función social insoslayab­le. Nos prepara antes de tomar decisiones importante­s y nos alivia una vez tomadas . Eso por no mencionar que nos mantiene vivos. Qué pequeñez. Toda la gratitud que sintamos hacia este artefacto de tecnología punta es poca. En un número dedicado a la filantropí­a, tiene sentido darle las gracias. Cuántas donaciones de equipos médicos se habrán realizado en torno a vasos de agua, cuánta agua habrán bebido los directores de museo después de comprar un Picasso, cuánta hidratació­n es precisa en un viaje humanitari­o. El agua es la última frontera. Cuando no quede nada por conquistar, buscaremos agua. Contiene la vida, por eso, beberla de un vaso es una forma de seguir alimentand­o la nuestra. El vaso de agua junto a la mesilla es una medicina inocua que colocamos cada noche junto al libro, la crema de manos, el reloj. Este es un escenario antiguo, que suena a novela de Jane Austen, pero que sigue repitiéndo­se cada noche en habitacion­es (afortunada­s) de todo el mundo. No todas las personas pueden beber un vaso de agua limpia y fresca cuando quieren y esa es una de nuestras muchas vergüenzas. Un vaso de agua no es inocente. Cuando alguien miente, la boca se seca y un poco de agua a tiempo acalla la conciencia. No lo coloquemos cerca del portátil, porque puede haber drama. Cuidado con confiarse ante él. Es, también, un derecho natural. Padres de la patria, cuando toquen la Constituci­ón, inclúyanlo. Pidamos un vaso de agua en un bar como acto de vanguardia, sin complejos. La OCU está empeñada en que ofrecerla sea una obligación y no una cortesía. Una botella de plástico afea cualquier mesa y un vaso de agua le imprime dignidad. Es elegante como una camisa blanca bien cortada, como un edificio de Tadao Ando. El artista cubano Wilfredo Prieto expuso en 2005 en ARCO Vaso medio lleno (2005) una pieza consistent­e en, justo, un vaso de agua medio lleno valorada en 20.000 euros. La polémica tardó segundos en aparecer. El artista no se justificó, como es lógico en cualquier artista. Algo tan sencillo no puede costar tanto, decían las voces. Qué poco valoramos lo sencillo, parecía decir Prieto. Y lo optimista. Al vaso de agua le han dedicado espacio pintores como Velázquez, Zurbarán o Juan Gris. Es un símbolo de pureza y un desafío técnico. Algo tendrá. El escritor canario Sánchez Robayna escribió un ensayo en torno a él llamado Variacione­s sobre el vaso de agua (Galaxia Gutemberg) que introducía con una frase de Cocteau: "Un solo vaso de agua alumbra el mundo". Tampoco Cocteau iba por ahí perdiendo el tiempo y dedicando semblanzas a cualquier cosa. En el cine se ha usado como metáfora del equilibrio. Una escena mítica de Parque Jurásico muestra la llegada del T. rex a través de la vibración de dos vasos de agua. Spielberg también sabía lo que hacía. Los vasos que aparecen en la película, que fue filmada en 1992, eran de plástico. Hoy, cuando el plástico es anatema, esta escena no se habría rodado así. El cristal reaparece como material ecológico y lógico. Beber agua en un vaso es un gesto de modernidad; cómo somos. La mezcla de la dureza de uno con la ligereza de la otra es un espectácul­o. Y, lo más extraordin­ario es que lo vivimos (y lo bebemos) cada día varias veces. Cuántos milagros juntos.

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