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10000 HORAS

Gael García Bernal.

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Suele decirse que hacen falta 10 000 horas de práctica para alcanzar la absoluta maestría en casi cualquier actividad humana. En el caso del actor mexicano Gael García Bernal, con el que tuvimos la oportunida­d de hablar durante el pasado Festival de San Sebastián, el gran viaje empieza en la primera juventud, con una vocación condiciona­da por el ejemplo de sus padres, actores los dos. Una llamada del destino a la que trató de resistirse sin ningún éxito.

Según entrevista realizada por Fernando Bernal. Mi padre y mi madre son actores. Y yo crecí viéndolos todo el tiempo jugar como niños. ¿Cómo no me iba a enganchar a la interpreta­ción? Ves a tus papás pasándolo bien en una obra de teatro y lo único que puedes decir es: «Yo quiero hacer lo mismo». Según fue pasando el tiempo me di cuenta de que no tenía escapatori­a, pero no quería vivir la misma vida de ellos. Soñaba con ser periodista, futbolista, filósofo o médico; es lo que quería. Incluso una mezcla de todas estas cosas. Pero el punto medio, o el común denominado­r de todas estas profesione­s, es la actuación. Es lo que te habilita, te da el chance de conseguir ese deseo. Es la posibilida­d de vivir un cachito de otras vidas. Por ejemplo, yo nunca soñé con ser director de orquesta, pero cuando empecé a interpreta­r a Rodrigo en la serie Mozart in the Jungle (2014-2018), descubrí otra profesión en la que me hubiera gustado trabajar. Sin embargo, no me sentí actor hasta después de Y tu mamá también (2001), de Alfonso Cuarón, cuando me llamaron de Argentina para trabajar en Vidas privadas (2001), de Fito Páez. Ahí decidí que me iba a dedicar a la actuación. Cuarón es increíble, y junto con «el Negro» Iñárritu, con el que hice Amores perros (2000), me presentó el cine. Trabajar con Alfonso Cuarón significa tocar con las manos la historia, te obliga a tomar decisiones todo el tiempo. Y él también me dio la oportunida­d de trabajar con Diego Luna. Diego es mi carnal, mi «charolastr­a». Un hermano con el que crecí. Fue por elección, pero también fue una imposición bonita de la vida. El destino nos dijo que teníamos que estar juntos. Nos conocemos desde que somos bebés, porque nuestras madres eran muy amigas. Trabajamos muy bien juntos, pero a la vez mantenemos una amistad muy sólida. Conozco a gente que trabaja muy bien, pero que no son amigos. Nosotros fluimos. Solo puedo poner un pero: que nos reímos mucho y es muy difícil controlarn­os. Después hice La ciencia del sueño (2007), de Michel Gondry, que es una película que todo el mundo me recuerda, y creo que ha perdurado en el tiempo, pero no ganó ni un solo premio. Este tipo de cosas son las que te empujan a relativiza­r los galardones y los festivales. Sin embargo, yo aprendí mucho y si alguien pregunta al resto de los actores, por ejemplo, a Charlotte Gainsbourg, te dirá lo mismo. Tras estas tres películas, y después de rodar Diarios de motociclet­a (2004), de Walter Salles, donde interpreta­ba al Che Guevara, no volví a recuperar la alegría en el cine hasta que rodé No (2012) con el chileno Pablo Larraín. Era una época en la que yo andaba un poco cansado, creo que tiene un poco que ver con la paternidad. En cuanto tienes niños hay algo que te aleja de tu trabajo, lo que quieres es estar con ellos. Larraín me trajo de vuelta la alegría del cine. Me dio la oportunida­d de sentir la misma complicida­d, telepatía y maldad para explorar los misterios. De usar el cine para irse por los grises que tiene la vida. Y ahora llego hasta el Festival de San Sebastián con otra película de Larraín (Ema), otra con Olivier Assayas (La red avispa) y también con mi segunda obra como director (Chicuarote­s). Mi trabajo no es ser cineasta, pero quiero dirigir películas. Porque es algo que tiene que ver con esa preocupaci­ón mía de cuando era niño, en la que quería tener varias profesione­s, y satisfacer una necesidad de dar mi propia visión de una historia. Lo que yo pienso como actor no importa a la hora de hacer un personaje. Sin embargo, como director sí. El punto de vista es el mío. Puedo elaborar hipótesis y generar accidentes. Me gusta dirigir como me gustaría que me dirigieran. De pequeño practicaba ese juego ligero de soñar con ser varias cosas, pero ahora mismo, en este justo momento en que hablo con vosotros, estoy encantado de ser actor.

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