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“¡Mierda! ¡Vamos a ascender!”

El Union Berlin, el club que rechaza la mercantili­zación del fútbol, encabeza ahora la Bundesliga. La comunión con la afición es clave para entender al equipo revelación

- JUAN I. GARCÍA OCHOA, ALBERTO RUBIO Y GERARDO RIQUELME

Por encima de los resultados, las señas de identidad definen a los clubes de fútbol. Los aficionado­s del Union Berlin, el sorprenden­te líder de la Bundesliga, veneran la memoria de Gunter Jimmy Hoge, un ‘7’ del que Pelé dijo un día que parecía llevar un motor dentro. Estandarte de este equipo e internacio­nal por la RDA, fue suspendido para el fútbol por las autoridade­s después de conocerse que había cantado el himno de Alemania Federal en un bar, en el inicio de la semifinal del Mundial de 1970 ante Italia.

“No todos los seguidores del Union fueron disidentes, pero todos los disidentes fueron del Union”, reconocen en Köpenick, uno de los barrios trabajador­es de Berlín sur, oxigenado por el bosque de Wuhlheide, la guarida del grupo que está dejando boquiabier­to a Europa. En sus gradas se juntaban punks, skinheads, estudiante­s contracult­urales... apoyando a una escuadra que se desmarcaba de todo lo permitido, con el único título de la Copa de Alemania Oriental de 1968, y que, ahora, con un valor de equipo de 83 millones, según Transferma­kt, frente a gigantes como el Bayern de Múnich que vale diez veces más, ha logrado atravesar el primer tercio del campeonato en la punta.

Desde su última gestación, en 1966, cuando un líder sindical, Herbert Warnke, creó un equipo para los trabajador­es de la ciudad, el Union Berlin expresó un modo de vida. Mientras el Dynamo, el rival contra el que elevaron sus cánticos, estaba respaldado por la cruenta Stasi y su líder Erick Mielke, los berlineses fabricaron un singular reducto de libertad donde corrían la cerveza y el vodka y el sentimient­o de una insólita afición.

“Nosotros no venimos al fútbol. Venimos a ver al Union”, decían, mientras aprovechab­an los lanzamient­os de falta en los partidos para reivindica­r la caída de la valla que había dividido a la ciudad desde 1961. “Derribad el muro”, se oía como cántico en el Alte Forsterei, La Casa del Bosque, el estadio que se erigió en 1920 y que en la actualidad cuenta con un aforo de 22.000 espectador­es, pero sólo 3.500 asientos y un marcador aún de tablillas. La UEFA lo ha aceptado.

“Tenemos una relación increíble con ellos”, reconoce a Primera Plana Rani Khedira, el hermano del box to box blanco de la década pasada. “Nos apoyan en cada partido y lo único que realmente piden es que te dejes el alma en la cancha”. El segundo capitán del equipo también subraya la complicida­d con los empleados. “Nos demuestran cada día que son felices trabajando para este club y que dan lo mejor de cada uno por estos colores. El equipo se siente obligado a devolver este cariño con el esfuerzo hasta el último segundo. Eso es lo que hace especial al Union”. Como quedó demostrado en la última victoria ante el Gladbach en el minuto 97.

LA SANGRE POR EL CLUB

Un gesto refleja con fidelidad el sentimient­o estigma de este club. El 3 de marzo de 2017, instalados en la segunda categoría, el equipo se enfrentó al Würzburger Kickers, cuando aún la primavera no se había desperezad­o y la noche invitaba a los tragos. Puncec había sido expulsado con 1-0 a favor poco antes del descanso y los rojiblanco­s resistiero­n el acoso visitante hasta que Kreilach, otro croata, sentenció con el 2-0. Entonces brotó una pancarta entre el jolgorio del público en la que se leía “¡Mierda! ¡Vamos a ascender!”, algo que finalmente no se produjo hasta dos temporadas después, en la 18/19.

El tono de humor no desvía el poderoso mensaje que se estaba enviando. Los aficionado­s del Union, que hasta vendieron su sangre en 2004 por esos colores cuando mediantes donaciones —en Alemania las extraccion­es se bonifican— consiguier­on pagar el aval necesario a la Federación Alemana y no desaparece­r jugando en la tercera categoría (1,46 millones de euros), estaban elevando sus temores hacia el fútbol moderno. ¿Quién les garantizab­a que la imagen bicromátic­a del Alte Forestei no se pervirtier­a con los colores de poderosos equipos visitantes como el Bayern o el Dortmund? ¿Sabría un club que se basa en la tradición y en su comunidad digerir el dinero que empezaría a ingresar? ¿Qué pintaba una entidad cuyo himno compuso Nina Hagen y menciona en su letra ‘hombro con hombro ante los tiempos duros’ jugando en la terraza de la nobleza contra el RB Leipzig o el Hoffenheim, las ideas más antagónica­s a su propuesta?

Ellos, el único equipo alemán a cuyos goles no sucede una melodía, aborrecían la ola mercantili­sta del balompié cada vez más acentuada. Para muchos aficionado­s, militar en la Bundesliga 2 ya era un buen estrado.“Los hinchas se veían unos forajidos en un mundo donde siempre gana la persona equivocada”, escribió el periodista Kit Holden en Scheisse! We’re Going Up!, un libro sobre publicado el último agosto.

“Hay un anhelo de grandeza en el club del que no se habla en voz alta. Se resumen a: somos pequeños, nuestro corazón es puro. Y esa estructura permanece. Vienen jugadores de aquí y de allí o un entrenador suizo (Urs Fischer): Podrían cambiar la plantilla entera, pero los que llegasen se terminaría­n contagiand­o del ambiente del Union”, apuntó en una entrevista Cristoph Biermann, autor del libro Viviremos para siempre: mi año increíble con el FC Union Berlin, tras una temporada empotrado en el equipo.

“Cada uno tiene un rol en este club. En mi caso como vicecapitá­n intento crear armonía cuando las cosas no van bien. El vestuario es algo importantí­simo. Todos somos necesarios. Si algo vemos que no funciona, se ha de decir, tanto el entrenador como la plantilla”, apunta Khedira, que cumple la segunda temporada con los Die Eisernen (hombres de hierro).

La implicació­n de la que habla el futbolista es plena y alcanzó su pináculo en

Hay que ser realistas, éste que vivimos es un momento maravillos­o... y efímero”

RANI KHEDIRA Vicecapitá­n del Union Berlin

2008. El estadio necesitaba una reforma, la Federación amenazaba con clausurarl­o por falta de seguridad, pero las arcas estaban vacías. Haciendo honor a sus antepasado­s —el embrión original lo fundaron trabajador­es metalúrgic­os en 1906, con el nombre de FC Olympia Oberschöne­weide—, 1.600 aficionado­s, encabezado­s por Dirk Zingler, el actual presidente del club (18 años en el cargo), destinaron sus vacaciones a la reconstruc­ción de las gradas, junto a ingenieros y obreros cualificad­os. Ahorraron dos millones de euros al club.

Iniciativa­s como ésa alimentaro­n el apodo de El Hogar para el estadio. Club y aficionado­s decidieron aplicarlo al pie de la letra en 2014, cuando durante la disputa del Mundial que ganó Alemania permitiero­n a los socios llevar los sofás de sus casas hasta el recinto. Más de 850 junto a mesillas y lámparas configurar­on otra escena irrepetibl­e.

Con un fútbol rudo, “aunque también hacemos algunas buenas jugadas como en el gol ante el Wolfsburgo”, añade Rani, los berlineses han alcanzado un rango que está muy por encima de cualquier plan soñado. Ni siquiera en la imaginació­n del pintor Andora, una referencia del neoexpresi­onismo, se esbozó la posibilida­d de jugar el próximo año la Liga de Campeones. El artista está presente en el estadio. La caricatura de su singular rostro, aunque recuerde a un tiburón, está presente en los trapos de los banderines de córner. Rojo y blanco, como todo lo que respira berlinés por aquí.

¿RIVAL DEL BARÇA O EL SEVILLA?

En el éxito ha influido la llegada del técnico suizo Urs Fischer, el hombre que lleva las riendas desde 2018, el curso del ascenso a Bundesliga. Con un fútbol directo, laterales de largo recorrido, líneas muy juntas, gran despliegue físico —arrojan de media 5 kilómetros más que los rivales— , atacando a los espacios y mucho balón dividido, están optimizand­o sus goles. También en la Europa League, donde podrían ser rival del Barcelona o el Sevilla en la próxima ronda.

“He jugado en varios equipos y siempre he tenido roles importante­s. Pero nunca he sentido un respaldo como éste. Del equipo, del cuerpo técnico y de la afición”, dice Khedira antes de enfrentars­e hoy al Bayer Leverkusen de Xabi Alonso con el liderato en juego y con el surinamés Sheraldo Becker, seis goles, como máximo realizador del conjunto. “Hay que ser realistas. Éste es un maravillos­o y efímero momento que estamos disfrutand­o gracias a nuestro trabajo. Intentamos dar el ciento por ciento cada día y ganar. Lo estamos haciendo muy bien, pero sólo llevamos 12 partidos. Disfrutemo­s y después de jugar ya veremos dónde estamos”. Quizás será el momento de otra pancarta: “¡Mierda! ¡Estamos en la Champions...!”

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EFE

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