Juan Herreros
JUAN HERREROS, ESTUDIO HERREROS
Asegura Juan Herreros que, para entenderse con las grandes corporaciones para el proyecto de un edificio de muchas plantas o un proyecto urbanístico de envergadura, hay que entender los mecanismos y prioridades de los clientes. Pero considera que la escala del proyecto no es relevante, que todos revisten importancia y que hay que abogar por la remodelación de espacios ya existentes.
Estudio Herreros tiene su sede en Madrid. Sin embargo, tu actividad docente transcurre en Nueva York. ¿Cómo se compaginan ambas actividades?
Mi actividad académica en la universidad de Columbia es una pieza clave de nuestra práctica global. Desde Nueva York hemos construido un intenso sistema de conexiones profesionales, intelectuales y académicas en todo el mundo y mis frecuentes viajes allí me han permitido vernos desde la distancia y definir el tipo de práctica que creo que es pertinente hoy. Con los medios actuales de comunicación, la compaginación entre oficinas no es un problema si entendemos que la arquitectura es una gestión colectiva de las ideas y los conocimientos y que la retro-visión de nosotros mismos desde la distancia ha sido una clave esencial para fundar nuestra cultura como estudio global con oficinas en Madrid, México y Nueva York y proyectos en Asia, Europa y toda Latinoamérica.
El estudio adopta ahora estructura de partnership ¿es una forma de ajustarse a la realidad de la práctica arquitectónica actual? ¿Qué ventajas presenta?
Hace cinco años entendí que tenía que refundar completamente mi estudio si no quería perder el tren de las novedades que venían y me lo tomé como un proyecto en sí mismo. Jens Richter era entonces el director de mi oficina y le invité a unirse en la nueva etapa. Juntos diseñamos el ADN de nuestro despacho e incluso buscamos un lugar para instalarnos sin las rémoras de estructuras anteriores. Nuestro modelo busca fomentar el talento de nuestros colaboradores y nos permite ser muy competitivos en los diferentes escenarios en los que nos movemos. Porque tenemos una personalidad, una manera de operar y unos temas de trabajo que ya son conocidos, aunque hemos evitado que degeneren en un código estético repetitivo. Todo lo contrario, alimentamos la posibilidad de que cada proyecto sea único. La ventaja más importante que le veo a nuestra estructura de partnership y directores de proyectos es que no diluye las responsabilidades ni fragmenta nuestra atención a los proyectos, pero nos obliga a mantener conversaciones abiertas y hacernos preguntas sobre qué es lo que queremos hacer y por qué. Además, la diversidad de las escalas, los tipos de cliente y los programas de nuestros proyectos exigen una estructura ágil en la que no hay proyecto pequeño o menor. Todos ellos son objeto de interés y dedicación y me remito a los premios que reciben nuestras casas industrializadas, nuestras galerías de arte o pequeños edificios residenciales o de oficinas como el de Hispasat.
¿Los proyectos de pequeño tamaño aportan experiencia para los más grandes? ¿de qué forma?
En un repaso crítico de mis primeros veinte años de práctica profesional descubrí que el modelo de crecimiento y prestigio de los estudios de arquitectura la aleja de los encargos de pequeña escala para consagrarse a los grandes encargos. Esta desaparición del corto plazo, del resultado fresco y menudo, de la condición experimental y del riesgo de lo pequeño, convierte los proyectos grandes en una aventura agotadora por larga y titánica. Llevamos diez años trabajando en el Museo Münch, hemos tardado siete en construir Ágora-Bogotá y hace siete años que ganamos los concursos del AVE de Santiago y el proyecto de Marsella. Nuestra cartera de pequeños proyectos muy bien seleccionados nos permite entrenar a nuestros colaboradores jóvenes,
producir excitantes novedades y penetrar en mundos como el arte, la vida doméstica, el espacio público o la cultura del consumo. Son temas que nos siguen interesando desde el punto de vista de nuestra reflexión responsable sobre nuestra cultura urbana y sus mecanismos. Las nuevas Salas del Museo Reina Sofía o el pequeño espacio público Communication Hut en Corea son buenos ejemplos.
Las soluciones integrales implican conocimientos muy diversos ¿cómo se gestiona esto desde el estudio?
Aunque me sigue pareciendo admirable la cantidad de registros de los jóvenes arquitectos recién graduados, que presentan esa mezcla emocionante de cabezas técnicas con intereses sensibles y habilidades de todo tipo, nunca he apoyado la figura del arquitecto que lo sabe todo. Para colmo, la práctica de la arquitectura se ha vuelto extremadamente compleja y el proceso de diseño es una sucesión de acuerdos, renuncias, conocimientos y
contradicciones sobre las que es inútil pretender el control y la autoridad de antaño. Por eso, el arquitecto contemporáneo debe entender que la gestión del conocimiento ajeno y la negociación de las coherencias necesarias son la base del proyecto. En nuestro estudio se diseña hablando con los clientes, los colaboradores o los expertos, más que dibujando cuando ellos no están presentes, generando confrontaciones amistosas más que fomentando la creatividad aislada, demostrando flexibilidad para entender las contingencias más que enrocándose en soluciones que solo no interesan a nosotros.
¿El diseño de espacios es una dimensión más de la arquitectura?
La arquitectura es el diseño del espacio en sí misma. Obviamente tiene muchas dimensiones que informan el proceso: culturales, sociales, económicas, materiales, tecnológicas, medioambientales… pero el espacio no es uno más de la lista, es el medio en el que ocurren todas las demás.
¿Cómo se cuida a clientes del tamaño y la importancia de ADIF, la Municipalidad de Ciudad de México o el Museo Reina Sofía? ¿Cómo son las relaciones con ellos?
Lo más importante en la relación con este tipo de clientes es entender sus prioridades y sus mecanismos para tomar decisiones. Esto parece una obviedad, pero no me refiero a la receta básica para resultar eficiente. Lo que quiero decir es que es importante buscar en los intersticios los intereses compartidos que se puedan convertir en oportunidades para la arquitectura que queremos hacer. De todas formas, la gran corporación tiene su propio músculo y muchas veces un departamento de arquitectos interlocutores. Lo que hoy en día es más delicado es la relación con los clientes de tamaño medio que pueden sentirse más indefensos ante un despacho que construye grandes edificios. Es a esos clientes a los que queremos transmitir la seguridad y la complicidad de que trabajaremos con dedicación y seriedad y, sobre todo, con el placer de hacer algo mano a mano con ellos, algo que no es tan fácil en el gran encargo. Para unos y otros, nosotros implementamos un método de trabajo basado en reuniones de toma de decisiones, nunca nos mostramos empeñados en convencer sino convencidos de que el diálogo generará novedades inesperadas. El proyecto no le pertenece en exclusiva al
arquitecto. Es más, el cliente es el que tiene un proyecto, nosotros somos el medio para darle forma.
¿Qué importancia tienen los avances técnicos para vuestra profesión?
Una importancia esencial, especialmente ante la velocidad a la que se producen los cambios y las opciones que podemos manejar. Afortunadamente, ante un panorama desbordante de novedades, no es necesario estar a la última de todo si creemos en la profesionalidad de nuestros consultores. Ellos conocen el estado del arte de cada capítulo. Ellos hacen factible construir Ágora-Bogotá sin gastar un peso en electricidad para máquinas a la hora de acondicionar el edificio, por ejemplo.
¿La arquitectura ha asumido ya un modelo absolutamente global o siguen contando las especificidades de cada país o ciudad?
Hay una globalización arquitectónica que, siguiendo el modelo del mercado, exporta indiscriminadamente modelos obsoletos que destruyen condiciones locales sensibles de alto valor homogeneizando las ciudades. Pero hay un pensamiento crítico que también llamamos global que busca la forma de ser local en muchos sitios, de entender sus condiciones y reinterpretarlas poniendo en valor especificidades que los propios locales ya no aprecian. Simplemente, porque sueñan con importar modelos que representan una forma de progreso que no es tal. Finalmente, el pensamiento global es también esencial para trabajar en nuestras ciudades y entendernos a nosotros mismos desplegando sentido crítico, evitando que se pierdan ingredientes valiosos de nuestra cultura y, a la vez, permitiendo un progreso que sea verdadero.
¿Por qué han adquirido mala prensa los arquitectos estrella cuando los grandes estudios siguen trabajando a pleno rendimiento?
Para mí este asunto de los arquitectos estrella es un tema agotado. Hay muchos arquitectos que dirigen grandes estudios y despliegan una labor pionera y ambiciosa que siempre ha sido reconocida y no debería dejar de serlo ni debe extrañarnos que trabajen intensamente. Desgraciadamente, en paralelo corre una proliferación de ciertas ambiciones políticas que necesitan de la arquitectura para hacerse realidad y que, por lo general, produ-
cen unas obras penosamente sobreactuadas que la propia disciplina rechaza de pleno. La buena arquitectura de cualquier escala es extraordinariamente generosa en los efectos positivos que es capaz de producir y es una lástima que se hable tanto de un fenómeno que opera en una esfera extra-disciplinar ensuciando el respeto y orgullo que nuestra sociedad debería desplegar ante el empeño, el cariño y el compromiso derrochado por tantos colegas, de todas las edades, en todas las ciudades, que solo quieren hacer su trabajo lo mejor posible.
¿Estáis a favor de los complejos híbridos como los que habéis proyectados ya? ¿Qué ventajas aportan?
La ciudad monofuncional se ha revelado desastrosa en sus capacidades para generar convivencia, diversidad y oportunidades. Los barrios tienen que ser fragmentos completos de ciudad con las limitaciones de su masa crítica, pero con las ventajas de la proximidad y la facilidad de movimientos. Los edificios de cualquier tamaño deberían ser un reflejo de esta cultura. Cuanto más rico es su programa, más fácilmente se adaptarán a los cambios futuros y no se quedarán anclados en un pasado obsoleto. En los últimos años hemos visto cambiar el uso de multitud de edificios y hemos asistido a renovaciones drásticas del mapa social de
Los barrios tienen que ser fragmentos completos de ciudad con las limitaciones de su masa crítica
muchos barrios. En Finlandia, el 70% de la actividad constructiva se dedica a la renovación de edificios existentes y todos estamos de acuerdo en que la ciudad se debe densificar en lugar de seguir ocupando el territorio. En este panorama, la hibridación de programas no es una moda más, es una necesidad orgánica vital que asegurará una larga vida útil a lo que construimos y por lo tanto es una apuesta por la resiliencia de la arquitectura en sí misma.
¿Qué significan los reconocimientos y premios para vuestro estudio?
Son muy bien recibidos. Los compartimos con nuestra gente y nuestros clientes. Nos gusta mucho que nos premie nuestro colectivo, pero cuando lo hacen otros estamentos sentimos que estamos haciendo un papel útil permitiendo que los no profesionales se fijen y confíen en la arquitectura como vehículo para la construcción de una sociedad civil bien estructurada.
¿Puedes mencionar un espacio que te haya emocionado especialmente?
La emoción por la arquitectura es de las más gratificantes. Solo hay que mantener los ojos abiertos y estar dispuesto a sentirla. Creo que no hay viaje, por muy profesional y de ajustada agenda que sea, que no me deje una emoción para recordar. Vengo de visitar Manifesta en Palermo y el diálogo entre arquitecturas alucinantes en estado de ruinoso y arte contemporáneo que se hace preguntas sobre nuestro futuro, me ha parecido emocionantísimo.
ESTUDIO HERREROS. Boix y Morer 6. 28003 Madrid. www.estudioherreros.com.