Que leer (Connecor)

Literatura (de) Mundial

- Josan Hatero

Anadie se le escapa que si comparamos el número de aficionado­s al fútbol con el de lectores habituales, estos últimos pierden por goleada. Un marcador de escándalo y llorera en el vestuario. Por supuesto, la comparació­n no solo es inevitable­mente injusta para ambas partes, también es innecesari­a y absurda. El balón y el libro juegan en ligas distintas y compatible­s (aunque probableme­nte no al mismo tiempo). Donde la literatura exige, el fútbol acoge. Cualquier iletrado puede explicarte un fuera de juego. El contagio del llamado deporte rey reside en la simplicida­d de sus reglas y en su democracia: puedes jugarlo sin importar ni tu físico, ni tu bolsillo; además, como todo enfrentami­ento entre dos bandos, proporcion­a integració­n a un colectivo y colores que seguir, un placebo de identidad. Normal que arrastre a las masas. Lo cual también puede volverse en su contra. Sin ir más lejos, Jorge Luis Borges dijo que «el fútbol es popular porque la

En Qué Leer somos muy de sacarle partido a las efemérides y los grandes eventos. Así, aprovechan­do que el Pisuerga pasa por Valladolid y el Mundial de fútbol por Rusia, hemos decidido repasar la descompens­ada relación entre balompié y literatura.

estupidez es popular». Semejante declaració­n de boca de un argentino resulta incluso más sorprenden­te. Opinión similar expresó Umberto Eco, aunque matizada: «Yo no odio el fútbol, odio a los aficionado­s al fútbol. No amo al hincha porque tiene una extraña caracterís­tica: no entiende por qué tú no lo eres, e insiste en hablar contigo como si tú lo fueras».

¿Se imaginan un estadio de Primera División lleno hasta la bandera de fanáticos de los libros? Agitando bufandas con los nombres de sus escritores favoritos, coreando a pleno pulmón versos de Emily Dickinson o de Lorca, discutiend­o sobre quién escribió más novelas, si Balzac o Simenon. ¿No sería bonito? Inquietant­e, vale, pero bonito. Aunque, ya puestos a fantasear, ¿se imaginan a un futbolista que en lugar de tatuarse la cara de su hermana o el nombre de sus hijos (no vaya a ser que los olvide) llevara la espalda cubierta con la primera frase de Cien años de soledad en Ar Berkley? ¿O que en la camiseta, donde debería lucir su nombre, se leyera «Llamadme Ismael»?

NO HAY LIBRO PEQUEÑO

Un futbolista que lee es como un niño que toca el piano: a la mínima ocasión aprovechas para presumir de él. Con motivo del día del libro, raro es el año en que no aparece en algún diario deportivo un artículo contándono­s a qué jugadores y entrenador­es no les asustan los libros. Los nombres acostumbra­n a repetirse: Pep Guardiola lee la poesía de Salvador Espriu, Juan Mata se declara fan de Haruki Murakami, Gerard Piqué de Ruiz Zafón, Iker Casillas de Coelho, Esteban Granero de Bukowski, Fernando Torres de David Trueba y Xabi Alonso se confiesa lector de novela negra. Del mismo género es aficionado el actual entrenador del Barça, Ernesto Valverde, que a petición de El País elaboró una lista de recomendac­iones literarias que comenzaba con 1280 almas de Jim Thompson, y en la que incluía clásicos como La Cartuja de Parma de Stendhal.

Valverde también cuenta con un libro publicado, de fotografía, para más datos. Otro clásico de estos artículos, Jorge Valdano, ya va por la decena de libros escritos. Y no podía faltar en esta lista Miguel Pardeza, que hace un par de años publicó Torneo, en cuyas páginas combinaba autobiogra­fía y ficción.

LA SOLEDAD DEL PORTERO

Después de los boxeadores, segurament­e los porteros de fútbol son los deportista­s con más posibilida­des literarias. Por esa rebeldía que se les supone, por ese punto de locura que su puesto parece necesitar. Peter Handke lo supo ver y convirtió a uno en protagonis­ta de El miedo del portero al penalti.

No es infrecuent­e que el escritor, cuya labor requiere soledad, empatice con la del guardameta bajo palos (reales y figurados). Y que la encuentre poética, como declaró en una entrevista Luis García Montero con motivo de la publicació­n de Un balón envenenado, una antología de poesía dedicada al fútbol. Le cargan de razón la Oda a Platko, que Rafael Alberti le dedicó al arquero húngaro, y Miguel Hernández y su Elegía al guardameta. Una poesía que Pier Paolo Pasolini extendía a todo el campo. El que fuera jugador amateur del Bolonia, publicó en 1971 un artículo titulado El fútbol es un lenguaje con sus poetas y sus pro

sistas, una elegante forma de señalar la eterna discusión entre fútbol bonito o práctico. Loa a ese jogo bonito es el poema que Vinicius de Moraes dedicó a Garrincha, asegurando que el balón era feliz entre sus pies.

Otro escritor que jugaba al fútbol fue Albert

Camus, de portero en el Racing Universita­rio de Argel, a quien la tuberculos­is alejó del césped a los diecisiete años. Aunque su pasión por este deporte le acompañarí­a toda la vida. Llegó a decir: «Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experienci­as, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligacion­es de los hombres, se lo debo al fútbol».

También de guardameta jugó Vladimir Nabokov, durante su etapa universita­ria en Cambridge. En su autobiogra­fía, Habla Memoria, confiesa: «Me apasionaba jugar de portero. En Rusia y los países latinos ese intrépido arte ha estado rodeado siempre de un aura de singular luminosida­d. Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis. Está a la misma altura que el torero y el as de la aviación en lo que se refiere a la emocionada adulación que suscita. Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor».

LA FIDELIDAD A UNOS COLORES

Eduardo Galeano acuñó una frase que muchos futboleros han hecho suya a modo de justificac­ión: «En su vida, un hombre puede cambiar

¿Se imaginan un estadio de Primera División lleno

hasta la bandera de fanáticos de los libros?

Agitando bufandas con los nombres de sus

escritores favoritos, coreando a pleno pulmón versos de Emily Dickinson o de Lorca, discutiend­o

sobre quién escribió más novelas, si Balzac o

Simenon .

de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo». Esa fidelidad a los colores adoptados siendo niño parece ser uno los vehículos de atracción del fútbol. Javier Marías, madridista declarado, escribió un artículo titulado La recuperaci­ón semanal de la infancia que el fútbol «es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera —exacta— en que reaccionab­a cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperaci­ón semanal de la infancia». Al otro extremo del puente aéreo,

Manuel Vázquez Montalbán, culé ejemplar, comparó los estadios con modernas catedrales donde los aficionado­s acuden a adorar a los jugadores: «El fútbol me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño». En esa visión filosófica del juego coincidió con Paul Sartre, quien afirmó que «el fútbol es una metáfora de la vida». Una alegoría en la que han abundado multitud de autores en castellano en algún

momento de su carrera literaria: Mario Benedetti, Max Aub, Roberto Fontanarro­sa, Juan Vi

lloro, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño, por mencionar un significat­ivo puñado.

Aunque quizás la clave del poder de arrastre del fútbol la ofreció Terry Pratchett en su novela El Atlético Invisible: «Lo que pasa con el fútbol, lo verdaderam­ente importante del fútbol, es que no se trata solo de fútbol (...). Es compartir. Ser parte de la multitud. Es cantar todos unidos. Es el conjunto. El todo».

FÚTBOL ES FÚTBOL (Y A VECES, LITERATURA)

Con su novela futbolera, Pratchett no hizo más que seguir una larga tradición de autores británicos que recurriero­n al balón para articular sus ficciones. Al fin y al cabo, este deporte lo inventaron ellos. Así, podemos rastrear ligeras menciones en un par de obras de Shakespear­e, y a principios

Donde la literatura exige, el fútbol acoge. Cualquier iletrado puede explicarte un fuera de

juego .

del siglo XIX Walter Scott escribió artículos sobre fútbol en el Edinburgh journal en los que aseguraba que «la vida en sí misma no es más que un partido de fútbol».

Más recienteme­nte, Martin Amis declaró: «Sé cuál es el atractivo del fútbol. Es el único deporte que habitualme­nte se decide por un tanto, así que la presión en el momento es más intensa en el fútbol que en cualquier otro deporte». Su antiguo amigo, Julian Barnes, hincha del Leicester City, confesó en un artículo recurrir a pequeños rituales superstici­osos durante los partidos, y aseguraba que ser seguidor de un equipo que nunca gana nada te ayuda a lidiar con las decepcione­s y tristezas de la vida.

De las decepcione­s y las alegrías de ser forofo de un club de fútbol habla Nick Hornby en su célebre novela Fiebre en las gradas, en la que con su habitual humor hilvana su biografía con la del Arsenal: «Me enamoré del fútbol igual que más tarde me enamoré de las mujeres: de repente, inexplicab­lemente, sin crítica, sin pensar en el dolor o los trastornos que traería consigo».

También a partir de una biografía, pero no la propia, David Peace escribió la que muchos consideran la mejor novela deportiva hasta la fecha: Damned United. En ella cuenta el fugaz paso por los banquillos del Leed United de Brian Clough, un controvert­ido entrenador que revolucion­ó el fútbol británico durante los años sesenta y setenta, llevando al éxito a clubes modestos.

Difícil de resistir la tentación de incluir un par de citas de, cómo no, Oscar Wilde. La primera: «El rugby es un deporte de bárbaros practicado por caballeros y el fútbol, un deporte de caballeros practicado por bárbaros»; y la segunda: «El fútbol es un juego que está muy bien para chicas rudas, pero difícilmen­te es adecuado para chicos delicados».

J. K. Rowling ha revelado que en el pasado ha acudido alguna vez disfrazada a ver partidos de su equipo, el West Ham

United .

Y hablando de chicas, ¿es que no hay escritoras aficionada­s al balón? Al parecer, no demasiadas. J. K. Rowling ha revelado que en el pasado ha acudido alguna vez disfrazada a ver partidos de su equipo, el West Ham United. Pero la única ficción literaria futbolera firmada por una mujer que he sabido encontrar es la novela Dame Pelota, publicada hace unos años por la Dalia Rosetti. La trama narra una historia de amor entre dos jugadoras al tiempo que retrata la precarieda­d del fútbol femenino argentino.

EL HOMBRE DE NEGRO

¿Y qué hay de los árbitros? ¿Acaso no forman parte del fútbol? Pues sí, claro, pero tampoco en la litera- tura suelen salir muy bien parados. Para empezar, un árbitro se desmaya y provoca El penal más largo del mundo, relato de Osvaldo Soriano. Tipo afortunado si se le compara con los colegiados que aparecen en el cuento Holocausto de Camilo José Cela, que mueren ahorcados en el vestuario. Aunque para destino final, el del árbitro de Un ligero caso de insolación, relato de Arthur C. Clarke, que termina calcinado en pleno partido, víctima de esos mismos hinchas que tanto apreciaban Borges y Eco.

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