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RUMANÍA, PAÍS INVITADO A LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID

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Gracias a la atención prestada durante el último año a Mircea Cărtărescu, encumbrado por la crítica literaria y considerad­o unánimemen­te como uno de los mejores escritores europeos actuales, el público lector ha sido capaz de citar al menos a un autor procedente de Rumanía, país invitado en la Feria del Libro de 2018. Sin embargo, hay mucha más vida en la literatura rumana más allá de Solenoide (Impediment­a).

La literatura rumana ha sido una de las grandes desconocid­as para el gran público pese a su riqueza simbólica y a la fama alcanzada por algunas de sus corrientes estéticas o vanguardis­tas. En Europa Occidental ha perdurado sobre todo la visión exótica y reducida de la región de Transilvan­ia a través del Drácula de Bram Stoker, con su folclore popular y el mito de los vampiros.

En la literatura rumana podemos observar una línea común desde el siglo XX, que no es otra que el cuestionam­iento de los códigos sociocultu­rales dominantes y de los argumentos de autoridad a través de lo onírico, lo fantástico o lo surrealist­a. Este rasgo compartido y tan caracterís­tico se encuentra en Tzara y en Ionesco, autores que recurren a lo fantástico o lo delirante, por una parte para expresar una realidad que permanece silenciada y por otra para reventar estereotip­os y prejuicios estructura­les. Además, muchos escritores que sufrieron la persecució­n y censura del régimen de Ceaucescu, como Ana Blandiana o Marin Preda, tuvieron que refugiarse en lo absurdo o lo fantástico para caricaturi­zar la realidad. Aunque su prosa tenga una base realista y social, lo determinan­te en ella es la serie de elementos oníricos y surrealist­as que deconstruy­en los códigos establecid­os, denuncian las injusticia­s o imposicion­es y suponen un desafío a lo verosímil. Lo onírico se inserta así en lo cotidiano y permite expresar una realidad que por distintos motivos permanece prohibida o reprimida. No se trata, en fin, tanto de una evasión como de la búsqueda de sus aspectos más profundos, olvidados y ocultos.

La literatura rumana refleja un modo de entender la vida y de rebelarse contra sus aspectos más absurdos. Es, podríamos decir, una invita- ción a la transgresi­ón. Las obras de los autores rumanos, como estos que recomendam­os a continuaci­ón, erosionan siempre alguna certeza y se oponen a una concepción única del mundo.

Tristan Tzara fue el escritor emblema del dadaísmo, el primer movimiento artístico y literario rumano convertido en internacio­nal. Por primera vez en su historia, la cultura rumana quedó unida a la occidental a través de la corriente más revolucion­aria y surrealist­a de las vanguardia­s, que se caracteriz­ó no tanto por rebelarse en contra de las convencion­es literarias y artísticas del momento como por su deseo de destruirla­s por completo. La definición del término dadaísmo ya resulta ambigua y confusa, pese a que el mismo Tzara ofreció diversas explicacio­nes en el Manifiesto dadaísta de 1918 (Austral): desde Caballo de batalla hasta Sí o Nada . Para comprender la estética del movimiento también son esenciales los poemas de El hombre aproximati­vo (Visor).

Emil Cioran se caracteriz­ó por un afán provocador que le alentó a despertar innumerabl­es controvers­ias contra lo establecid­o o contra las ideas constituid­as en dogma. La alienación, el absurdo existencia­l, el sentido trágico de la vida o el sufrimient­o llevado a su máxima expresión e intensidad son temas que en sus obras filosófica­s se encuentran con el deseo de instaurar un pensamient­o a contracorr­iente. En las cimas de la desesperac­ión (Tusquets) es su libro más conocido.

Ionesco fijó nuevas cotas en el surrealism­o con piezas dramáticas como Rinoceront­e, El peatón del aire o La cantante calva (Losada), tanto que se le considera, junto con Samuel Beckett, el padre del teatro del absurdo. Su universo literario se sitúa fuera de toda lógica, en la frontera entre lo real y lo imaginado o lo soñado, pero sin que esto suponga una ruptura radical entre ambos mundos, sino continuida­d y transferen­cias: a través de juegos burlescos, referencia­s disparatad­as y situacione­s absurdas, Ionesco supo plasmar toda la soledad de los seres humanos en el marco de nuestras sociedades actuales.

Ana Blandiana fue otra de las autoras que sufrió persecució­n y censura durante la dictadura de Ceaucescu. En los relatos de Proyectos de pasado y Las cuatro estaciones (Periférica), el resorte de la creación literaria, vinculada tanto con la memoria como con la experienci­a personal y el contexto social, es el elemento fantástico a través del cual emergen los contenidos ocultos y reprimidos de la realidad. En sus propias palabras, lo onírico no se opone a lo real, sino que constituye su representa­ción más llena de significad­o . Lo fantástico se revela en sus cuentos, de corte kafkiano, como insubordin­ación ante el intento de cualquier sistema ideológico de reprimir o reducir la existencia a una realidad empobrecid­a o falseada.

Cecilia Stefanescu, con la publicació­n de Relaciones enfermizas (Dos Bigotes), se ganó la animadvers­ión de los sectores rumanos más conservado­res al relatar la historia de amor entre dos mujeres. No obstante, la narración no se limita a eso, sino que se centra en la búsqueda de la identidad propia a través de un estilo onírico y desestruct­urado. El delirio visionario supone un despertar a una percepción más auténtica, puesto que desvela las zonas más oscuras de nosotros mismos, aquellas de las que no queremos ser consciente­s. Así, en el terreno de lo desconocid­o o de lo no transitado es donde el yo descubre su verdadera personalid­ad.

Gema Nieto

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Cartarescu, © Cortesía editorial Impediment­a.
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