Que leer (Connecor)

Mesa de recepción

- J. ERNESTO AYALA-DIP J. ERNESTO AYALA-DIP ES UNO DE LOS DECANOS DE LA CRÍTICA LITERARIA EN LENGUA ESPAÑOLA. EN DOS DÉCADAS DE NARRATIVA EN CASTELLANO (HUERGA & FIERRO, 2017) COMPENDIA SUS MEJORES RESEÑAS DE CUARENTA AÑOS DE OFICIO.

Antes de nada, lectores, la tarea pendiente. El mes pasado, hacia el final de la sección que nos convoca, me despedía diciendo que me quedaban por leer dos libros recién llegados a mi Mesa. Se trataba de Prins, de César Aira (Literatura Random House), y de Loxandra, de la escritora griega

María Iordanidu (Acantilado). Pues bien, tarea cumplida. La nueva novela de Aira me encandiló por las mismas razones que me encandilar­on sus anteriores. Una finísima línea de locura narrativa para razonar mejor los fundamento­s de la auténtica ficción. Prins es la historia de un escritor de novelas góticas. Un día decide cambiar de rumbo y enfilar hacia lo desconocid­o. En medio de esa aventura indescifra­ble, se le aparece Alicia. Es posible que todos en la vida hubiéramos deseado una aparición semejante, como le sucedió a Marcel Schwob con su Monelle. O a André Bretón, en París, con Nadja. Tiene algo de prestidigi­tador César Aira. O de mago. Cualidades imprescind­ibles, a veces, si se quiere uno quedar en la literatura verdadera. Razones familiares me llevan cada tanto a Grecia. Exactament­e a Saloniki. Estamos en el territorio de la Macedonia que vio nacer a Aristótele­s ya Alejandro

Magno. La presencia otomana se nota en los sabores y, a veces, en los cabellos negros de sus mujeres Y hombres. No faltan tampoco las señas bizantinas en sus iglesias antiguas. Pero allí, en Grecia, a comienzos del siglo veinte, hubo entre turcos y griegos unas guerras feroces, en la que los que más perdieron fueron los griegos, expulsados de la entonces Constantin­opla donde vivían como comunidad, junto a otras etnias y culturas, a un lado y otro del Bósforo. Pues bien, Loxandra, nos habla de ese tiempo de paz y felicidad antes de esos crueles hechos históricos. Escrita en tercera persona, la vida de la protagonis­ta de la novela se nos va desgranand­o como si sólo lo cotidiano, lo familiar llenaran de felicidad pero tambien de algunos no pocos desasosieg­os, la vida de aquellos griegos de la hoy Estambul, sin sospechar nunca lo que se avecinaba. Por favor, querido lector, no deje de leer esta hermosísim­a obra de la literatura de todos los tiempos. Le deparará momentos de alegría estética, además de enseñarnos cuestiones del pasado que muchas veces se nos pasan de largo, como si no fuera con nosotros. Y vaya si van nosotros. Me llegó y ya lo devoré La edad de la penumbra, de la escritora y periodista inglesa Catherine Nixey (Taurus). Debo reconocer que poco sabía de este asunto con la precisión y honestidad historiogr­áfica con que lo trata su autora. Se nos habla de los primeros cristianos, que no del fundador del cristianis­mo. De su fanatismo hasta alcanzar grados de obsesivo martirolog­io. De hecho de lo que trata este libro es de la discusión entre paganismo y cristianis­mo. Y de cómo una vez aceptado el cristianis­mo como religión oficial en las postrimerí­as del imperio romano, aquél se oficializa como institució­n universal y a la vez como fuente de los futuros fanatismos religiosos. Recomiendo con fervor este libro, incluso a los propios creyentes, entre los que me cuento. Y termino la Mesa de este mes con un libro que no me esperaba, sobre todo que no me esperaba que alguna vez se escribiera. Pues aquí el milagro. Se trata de El orden del día, del escritor francés Éric Vuillard (Tusquets). Se relatan (nunca mejor empleado el verbo relatar) en este libro las conversaci­ones privadas entre los jerarcas del nazismo y los grandes capitostes de la industria alemana de esos días (1933). Es posible, y perdonen el justificad­o dramatismo de mis palabras, que algunos de nosotros tengamos en nuestros hogares algún electrodom­éstico de la misma marca que hace decenas de años atrás permitiero­n las matanzas y los genocidios de la segunda guerra mundial. Dicho esto, quedé prendado de este libro, no sólo por lo que cuenta sino sobre todo por cómo lo cuenta. Es la prueba de cómo la ficción puede ser la única en llenar los vacíos que la historiogr­afía no puede llenar. Un ejercicio maestro de estilo y mecanismo narrativo. Gracias, lectores, por vuestra atención y hasta el mes que viene.

La ficción puede ser la única en llenar los vacíos que la historiogr­afía no puede llenar

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