Que leer (Connecor)

En esta sección se reproducen las primeras páginas de obras que reflejaron certeramen­te la sociedad de su época o que, cualquiera fueran las razones, no tuvieron una acogida favorable en su momento.

- Profesor Elbo.

En marzo de 1952 se publicó La noria, novela con la que Luís Romero Pérez obtuvo el Premio Nadal 1951 otorgado por Ediciones Destino; quedó finalista Tomás Salvador con Historias

de Valcanillo. Romero, perito mercantil, no era exactament­e un autor novel, pues dos años antes había publicado un libro de poemas,

Cuerda tensa y un librito sobre nuestras Tabernas (Librería Editorial Argos); la concesión del premio le pilló en Buenos Aires, donde había escrito su novela, trabajando para una compañía de seguros, y se apresuró a volver a su ciudad natal.

En 1941 Romero se había afiliado a la División 250, conocida popularmen­te como División Azul, que, encuadrada en el Ejército alemán fue a luchar contra la URSS. De aquella experienci­a, Romero dejó su testimonio muchos años después, en 1957, en un libro de relatos titulado Tudá, que en román paladino significa Allá (Ediciones Acervo). Curiosamen­te, el finalista del Premio Nadal que ganó Romero, Tomás Salvador, había sido también divisionar­io.

La noria es una novela que transcurre en Barcelona durante veinticuat­ro horas, y en que diversos personajes se van pasando el testigo: se inicia con una muchacha de vida alegre, una prostituta — Madrugada

galante— y acaba con un cura — El alba—. El libro tuvo muy buena acogida, aun cuando Josep Maria Castellet, en la revista Laye, lo descalific­ara de manera inapelable. Pero La noria se vendió muy bien, dado que los buenos burgueses catalanes no leían Laye —ni siquiera sabían de su existencia— sino el semanario Destino, propiedad de la editorial que había publicado la obra. Después Romero debió enemistars­e con Destino, pues su siguiente novela, Carta de ayer (1953), la publicó con Editorial Éxito, pero volvió al redil con La corriente (1962); al año siguiente, sin embargo, ganó el Planeta 1963 con El cacique; ya es sabido de José

Vergés (Destino) y José Manuel Lara (Planeta) se profesaban un amor bíblico, inspirado sin duda en la relación fraternal entre Caín y Abel.

Sin embargo, el mayor éxito lo alcanzó Romero en 1967 con Tres

días de julio (Editorial Ariel), una novela-crónica-reportaje sobre lo ocurrido en todo el país en torno al 18 de julio de 1936, que obtuvo un éxito espectacul­ar en España, con numerosas y copiosas reedicione­s —dos años después el libro fue publicado en Francia por

Robert Laffont—. Y se comprende: Romero repartía los méritos y las culpas a partes iguales, y esto, en la España del tardofranq­uismo, era algo insólito, que Manuel Fraga en el ministerio de Informació­n y Turismo desde 1962, permitía a trancas y barrancas. Añádase que aún vivían muchos de los protagonis­tas de la tragedia; los malos, es decir, los vencidos, se prestaron gustosamen­te a ofrecer su versión, atemperada por el paso de los años. Según confesó, aquel libro dio un giro a a su historia de escritor, incluida la personal. Visto el éxito alcanzado, Romero insistió en el tema de la guerra civil con otras dos obras: Desastre

en Cartagena (1971) y El final de la guerra (1976), publicadas también por Ariel.

En 1980 Romero se presentó al Premio Espejo de España (Planeta), con Cara y cruz de la

República. 1931-1936, pero quedó finalista frente a En busca de José Antonio, de Ian Gibson. Romero se lo tomó muy mal, pero convenient­emente persuadido, dos años después volvió a presentars­e, y, oh, sorpresa, obtuvo el premio con Por qué y cómo

mataron a Calvo Sotelo; la finalista, más contenta que unas pascuas —no se enfadó nada— fue

María Mérida con Entrevista con la Iglesia.

En 1991 Romero ganó el Premi Ramon Llull, de novela catalana (Planeta otra vez), con una obra que, treinta años antes, había estado en manos de Joan Sales, editor del Club dels Novel.listes. Sales era una persona conflictiv­a a tope, que le había contratado a Romero una novela titulada Tancat amb pany i clau, en plan de hacer patria, sin importarle su antigua militancia en la División Azul —Sales era un ex comunista convertido al nacional-catolicism­o catalán—. En aquella novela, el protagonis­ta, como una Ana Karenina de provincias, se suicidaba arrojándos­e al paso del tren. El original, en galeradas, fue enviado a Censura y ésta hizo algunos pequeños cortes. Sales envió las galeradas censuradas a Romero para que enlazase los diversos párrafos mutilados, y Romero comprobó con gran asombro que, antes de mandar la obra a Censura, ya compuesta, Sales se había permitido, por su cuenta, cambiarle el final: el protagonis­ta no se suicidaba, moría víctima de un accidente fortuito, porque Sales, desde su fe de converso, considerab­a que el suicidio era inmoral. Si los censores no hubieran realizado pequeños cortes, la obra se hubiera publicado no tal como su autor, Romero, la había escrito, sino como la había reescrito Sales, su presunto editor. Pasados los años, alguien de Planeta, que conocía aquella historieta, le sugirió que la presentase al Premi Ramon Llull, y, mira por donde, lo ganó; hay una versión castellana, Castillo de naipes (1992), debida a Carolina Rosés.

Luís Romero murió en 2009, tras una vida pródiga en libros. Pero su obra más carismátic­a sigue siendo La noria, donde intentó reflejar una ciudad de la que se sentía un ciudadano privilegia­do.

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