EL MUSEO DE ARQUEOLOGÍA E HISTORIA DE MELILLA
Para quienes no han tenido la suerte de poder visitarla, Melilla no es más que uno de los puntos que aparecen marcados en la costa norte de Marruecos en los mapas del tiempo de la tele, el más alejado hacia la derecha concretamente. Y, como me pasaba a mí, no saben lo que se están perdiendo. Si bien los contactos entre los jefes locales y los Reyes Católicos comenzaron en 1492, la ciudad no pasó a manos españolas hasta el 17 de septiembre de 1497, cuando la ocupó Pedro de Estopiñán, contador mayor de la casa de Medina Sidonia. Apenas medio millar de años lleva entonces la plaza fuerte, pues siempre lo ha sido, como parte del territorio español.
La verdad es que cuando uno la ve en el mapa resulta diminuta y todavía más cuando uno se fija en la superficie que ocupa, poco más de doce kilómetros cuadrados; pero esto no son más que números, porque cuando uno la visita la escala crece, y mucho. Es entonces cuando uno se da cuenta de que en realidad es una ciudad grande, cerca de 86.000 habitantes, que son unos pocos más de los que tiene Toledo, por ejemplo. Además tiene un aeropuerto que facilita enormemente las comunicaciones con
la península (Madrid-Melilla en hora y media, ahí es nada). Por supuesto, si uno prefiere la tranquilidad del barco ya estamos hablando de bastantes horas más llegando desde Málaga, Almería... Una corta travesía al final de la cual nos encontramos con una ciudad que tiene mucho que ver, tanto que serán necesarios dos y hasta tres días para disfrutarla a conciencia. Entre las muchas cosas que ver se encuentra el Museo de Arqueología e Historia de la Melilla, que ofrece al visitante un recorrido cronológico, por lo que ha sido la existencia de la ciudad.
El museo se encuentra junto uno de los accesos más antiguos de la ciudad, la puerta de la Marina. El paso ya existía en el siglo XVI, pero fue reformado en época de Carlos IV y por él se accedía a un pequeño embarcadero. Subiendo las escaleras de piedra acaba uno desembocando en la plaza de la Maestranza, o de los Aljibes de las Peñuelas, un lugar lleno de encanto: un espacio rectangular hundido cerca de seis metros respecto a la plaza de Estopiñán, que lo rodea por encima. Enfrente nos encontramos con el acceso a los aljibes, una de las grandes obras hidráulicas del reinado de Felipe II, terminados en 1571, y frente a la esquina de los depósitos de agua comienza la escalera que da salida a la plaza y frente a la cual está el almacén de las Peñuelas. Este edificio en varias alturas fue terminado en 1781, durante el reinado de Carlos III. Si antes contenía víveres para la ciudad y su guarnición hoy, alberga el Museo de Arqueología e Historia de Melilla. En la planta superior recorreremos siglo a siglo la larga historia de la ciudad, mientras que en la planta baja podremos conocer un poco más de las culturas que se dan la mano en la ciudad: la sefardí y la amazigh. Un ambiente moderno con suelos de tarima oscura, paredes de sillares groseros y techos abovedados de ladrillo, ligeramente encalados.
El recorrido cronológico del museo comienza con la sala 1, donde podemos ver una vitrina con utillaje lítico del paleolítico, la reconstrucción de refugio prehistórico y vitrinas dedicadas a las cerámicas neolíticas de Zafrín. Como demuestran los hallazgos arqueológicos realizados en la ciudad, Melilla remonta sus orígenes a fechas muy tempranas. En la ciudad han aparecido también tres fondos de cabaña de la Edad del Bronce y algunos pithoi (enterramientos que utilizan grandes cerámicas a modo de ataúd).
La sala 2 del museo nos introduce en el mundo fenicio-púnico. La llegada fenicia creó puertos a ambos lados de las costas del Estrecho. En la cos-
ta africana, al este de las columnas de Hércules, apareció en el siglo VII a. C. la ciudad de Rusaddir, el primer nombre conocido de la que hoy conocemos como Melilla. Situada en un punto donde se podían explotar salinas y con minas cercanas, la ciudad prosperó y alcanzó gran relevancia en el siglo III a. C. como fortaleza púnica. En el museo se pueden ver interesante ejemplos de uno de los principales restos de la actividad económica de ese período: las ánforas, el recipiente donde viajaban las mercancías por entonces. De esta época y el período de transición que acabó con el norte de África convertido en una provincia romana a costa del imperio de Cartago, data el yacimiento de la Casa del Gobernador. Se trata de unos restos encontrados tras un edificio del siglo XIX, huellas de la ocupación fenicia, con una vivienda de dos alturas y cuatro habitaciones del siglo II a. C. a la que sustituye después una casa del siglo siguiente edificada directamente sobre la roca.
Comprobado el beneficio económico que se le podía sacar a Hispania y las costas norteafricanas, romanos y cartagineses terminaron en conflicto durante las guerras Púnicas, que acabaron con la destrucción de Cartago y con Roma haciéndose con todas sus posesiones en la zona, entre ellas Russadir. Finalmente, en el año 42 a. C., durante el segundo triunvirato romano, el norte de África pasa a ser la provincia de la Mauritania Tingitana. (Precisamente del latín mauro ‘mauritano’, viene la palabra «moro».) Los principales restos de esta época proceden del yacimiento de San Lorenzo, un cerro de 30 metros de altura separado de la ciudad por la desembocadura del río de Oro y en cuya necrópolis han aparecido importantes enterramientos, uno de los cuales aparece reconstruido en la sala 3 del museo, dedicada a mauros y romanos.
Tras perder relevancia en época romana, Melilla vuelve a coger aire durante la época medieval musulmana, cuando recibe el nombre de Malila y aparece documentada por primera vez a principios del siglo VIII d. C. A ella se destina el espacio de la sala 4 del museo. No sería hasta el siglo X d. C. cuando el nombre de la ciudad se transformó definitivamente en el actual de Melilla, ciudad a las órdenes de Abderramán III, el califa cordobés. Los textos del siglo XI d. C. hablan ya de una ciudad propiamente musulmana, con mezquita, catedral, baños y varios mercados. En este período Melilla se convierte en un reino de taifa, que sufrió las iras primero de los almorávides y luego de los almohades, éstos en 1142. La llegada de los
benimerines supuso un nuevo renacimiento. De hecho, uno de los puntos fuertes de la exposición es el llamado tesorillo de Guardana, un conjunto de 789 monedas acuñadas en 1286/1307. No fueron encontradas en la propia Melilla, sino a unos 70 km. La inmensa mayoría de ellas (775), son monedas nazaríes acuñadas en la ceca de Granada, aunque también hay algunos ejemplos almohades (4) y meriníes (6).
La Melilla española de los siglos XVI-XIX es el tema de la 5 sala del museo, desde poco después de la entre de la ciudad a los Reyes Católicos hasta la fijación definitiva de los límites de la ciudad en 1859 mediante el expediente de disparar el cañón llamado Caminante y trazar la frontera marcando los puntos a los que habían llegado sus balas, lanzadas desde el fuerte de Victoria Grande. Por este motivo la ciudad autónoma tiene esa peculiar forma de abanico. Considerada desde el primer momento como una ciudad-fortaleza, las murallas y el puerto siempre han formado parte de su historia y ello se puede ver en los estupendos mapas dibujados en todas las épocas por los ingenieros militares y varios de cuyos ejemplos se pueden ver colgados en el museo. Otra de las piezas destacadas de esta zona del recorrido es una gran maqueta de la ciudad de Melilla a mediados del siglo XIX donde los puntos principales de la ciudad quedan iluminados al pulsar el botón correspondiente. Del mismo modo, dada la relevancia que para las fortalezas tenía el trabajo de cantería —uno de cuyos mejores ejemplos se puede ver justo al lado del museo, en los aljibes—, parece lógico que se le dedique un espacio a los maestros canteros y sus marcas de cantería. Construir una muralla necesitaba precisión y bien hacer si quería resistir los embates del enemigo.
La sala 6 está dedicada a la Melilla contemporánea, cuando a partir de principios del siglo XX la ciudad creció más allá de los límites de sus murallas dotándose de una interesante colección de edificios modernistas y otras modificaciones urbanísticas de calado. Un recorrido por las cuales podemos ver en los diferentes planos y figuraciones del entramado urbano de la nueva ciudad, así como una perspectiva del edificio para la junta municipal y los nuevos juzgados o un plano del crecimiento de la ciudad en 1927.
Para poder visitar la segunda parte del museo hay que salir de nuevo a la calle y descender un tramo de escaleras y regresar a la plaza. Allí se abre la primera puerta de los antiguos almacenes, que da
paso al espacio museístico dedicado a dos de las culturas que conviven en Melilla desde mediados del siglo XIX, cuando pasa a convertirse en una vibrante economía del Mediterráneo occidental al transformarse en puerto franco. A partir de 1863 comienzan a llegar sefardíes desde Tetuán y son los rasgos más destacados de su cultura los que se describen en grandes paneles acompañados de vitrinas con elementos de acompañamiento. Así se explican al visitantes detalles sobre el pesaj, el contrato con Dios, y símbolos judíos como la menorah. Otro tanto se dedica en esta parte del museo a la cultura amazigh, es decir, la de los bereberes pobladores de todo el norte de África, que comparten una cultura común y más de 4.000 variedades dialectales de su lengua, el tamazight. Temas como la sociedad bereber, la joyería, las jaimas, las armas, etc. permiten descubrir al visitante esta interesante cultura.
En total, con una hora de recorrido tranquilo hay de sobra para pasar por todas las salas del museo y salir de él listo para recorrer la ciudad y disfrutar tanto de sus monumentos como de su gastronomía. Merece la pena la visita.
JOSÉ MIGUEL PARRA es doctor en Historia Antigua y autor de numerosos libros de investigación. Sus dos últimas obras son La vida cotidiana en el antiguo Egipto (La Esfera de los Libros) y Eso no estaba en mi libro de historia del antiguo Egipto
(Almuzara).