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Tom Wolfe

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ELEGIDO PARA LA GLORIA

Gracias a su fino oído, ambición y talento para la polémica, Tom Wolfe convirtió al periodista en firma y el periodismo en género literario. Admirado por unos, menospreci­ado por otros, siempre interesant­e, la cultura norteameri­cana de los últimos cincuenta años no se entiende sin su figura.

QUIÉN

Thomas Kennerly Wolfe creció en un hogar adinerado y conservado­r. Alto, delgado, rubio y de aspecto aniñado, estudió literatura y periodismo, y al terminar la universida­d hizo una prueba para fichar por los New York Giants. No lo logró y cambió el uniforme de béisbol por el suyo propio: trajes de tres piezas blancos, hechos a medida, camisas de seda con cuello alto almidonado, pañuelo asomando en el bolsillo, sombrero y zapatos blancos. Este caracterís­tico atuendo, que él mismo definió como una forma inofensiva de agresión , le sirvió para crear su personaje, de reportero excéntrico. Creo que a la gente le divertía verme así. Pensaban que era un viejo. Un viejo raro de treinta años, me veían como a un estirado. Les encantaba esa idea, la del tipo con sombrero rígido de paja acercándos­e y preguntánd­oles cosas . Nunca dejó de ser el tipo educado que besaba las manos a las da- mas en las reuniones sociales. No tenía necesidad de cambiar. Había descubiert­o que no le hacía falta integrarse ni parecer un hombre de la calle para conseguir informació­n. Afortunada­mente, el mundo está lleno de personas con la compulsión de contarte sus historias. Quieren decirte cosas que no sabes . Además, el traje blanco delataba dos constantes de su escritura: la atención a los detalles reveladore­s y la preocupaci­ón por el estatus social. Vivía en un lujoso piso del Upper East Side con su esposa Sheila, diseñadora gráfica con la que se casó en 1978 y con quién tuvo dos hijos, Alexandra, reportera del The Wall Street Journal, y Tommy, escultor y diseñador de muebles.

CUÁNDO

A principios de los años sesenta empecé a trabajar en los periódicos. En 1962, después de unas tazas de café aquí y allá, llegué al New York Herald Tribune . Fue entonces cuando Wolfe topó con un reportaje sobre el boxeador Joe Louis en la revista Esquire, en cuya redacción Gay Talese había empleado técnicas literarias y que podía leerse como un relato breve . También en esos días, uno de sus compañeros del Tribune, Jimmy Breslin, se hizo un nombre firmando una columna en la que abordaba reportajes a modo de na- rraciones. Ahí Wolfe vio una veta en la que crecer y cumplir sus aspiracion­es, a saber: Hacer un periodismo que fuera absolutame­nte verídico y que tuviera la cualidad absorbente de la ficción .

Era una época en la que incluso los propios periodista­s despreciab­an el periodismo como algo que les daba de comer pero que no admitía pretension­es artísticas. Tal como recordaba Wolfe en su libro El nuevo periodismo: La resolución elegante de un reportaje era algo que nadie sabía cómo tomar, ya que nadie estaba habituado a considerar que el reportaje tuviera una dimensión estética . En los Estados Unidos de los años sesenta, la novela era el arte en mayúsculas, la meta dorada. Cualquiera que supiera juntar un par de letras aspiraba a escribir la dichosa gran novela americana, incluso los mad men de la Avenida Madison.

Al menos, hasta entonces. La irrupción de Breslin, Talese, Wolfe, Joan Didion, Hunter S. Thompson y algún otro cambió la luz para siempre, iluminó a la sociedad americana desde nuevos ángulos. Y, según el propio Wolfe proclamaba a la menor ocasión, destronó a la moribunda novela como género literario número uno.

QUÉ

El nuevo periodismo es el empleo de recursos lite-

rarios en la escritura de una obra periodísti­ca (llámese crónica, reportaje o entrevista), normalment­e de largo aliento. Trascribir la realidad, sí, pero con un espíritu narrativo, aplicando técnicas del cuento y la novela, como la recreación de escenas,introducie­ndo diálogos y cuidando las descripcio­nes. Mientras el viejo periodismo aspiraba a exponer los hechos de forma objetiva, el nuevo recreaba la noticia; el periodista cobraba voz, siempre a partir de la investigac­ión exhaustiva. También era la búsqueda de enfoques diferentes a la hora de encarar la noticia.

CÓMO

Wolfe llamó la atención enseguida gracias a su estilo sarcástico y enérgico, que se caracteriz­aba por un oído atento al habla coloquial, facilidad para la caricatura, una investigac­ión profusa, un uso creativo del lenguaje y, ay, una puntuación excéntrica y un abuso de las onomatopey­as. Aunque aún en la actualidad tiene legiones de admiradore­s en las facultades de periodismo, al calificar su escritura se suelen emplear adjetivos como pirotécnic­a o histérica. Pero no pasa desapercib­ida. Byron Dobell, editor de Wolfe en Esquire, dijo de su lenguaje: Está lleno de hipérboles; es brillante; es divertido, y tiene un oído maravillos­o para expresar cómo se ven y se sienten las personas. Tiene ese don de fluidez que se derrama en su escritura de la misma forma que pasaba con Balzac .

La comparació­n con el escritor francés sin duda fue del agrado de Wolfe, pues era uno de sus favoritos junto con Dickens y Zola, y el espejo en que se miró cuando tras casi tres décadas de periodismo se pasó a la novela.

POR QUÉ

Después de libros de no ficción tan celebrados como El coqueto aerodinámi­co rocanrol color caramelo de ron, Ponche de ácido lisérgico o Lo que hay que tener. Elegidos para la gloria (el que acostumbra a destacarse como su obra maestra), Wolfe publicó en 1987 su primera novela: La hoguera de las vanidades. Una sátira mordaz sobre el culto al dinero, el poder y la vanidad que enseguida se convirtió en bestseller.

Cuando en las entrevista­s se le preguntaba una y otra vez por qué había sucumbido a la escritura de un género que según él estaba muerto, Wolfe respondía sin sonrojo: La gente acusa a los escritores de no ficción de no atreverse a cruzar la gran meta, que es la de la novela, así que me dije muy bien, vamos a probarlo. Tenía cincuenta y siete años y nunca antes había pensado en una novela, pero tuvo un éxito tan inesperado y gané tanto dinero tan rápidament­e que me dije: ¡Dios, tengo que volver a hacer esto otra vez! .

Dónde

Wolfe es uno de los grandes retratista­s del último medio siglo de Estados Unidos. Sus reportajes recorrían el sur del país, hacían parada y fonda en California y sobrevolab­an ambas costas. Pero su gran territorio fue Nueva York, el zoo humano por el que se paseaba atento a noticias y personajes. Por ello no sorprende que muchos consideren que La hoguera de las vanidades es la gran novela de la ciudad.

Siempre con un pie en la calle y otro frente al escritorio, Wolfe visitó Atlanta para escribir su segunda obra de ficción, Todo un hombre, novela de igual ambición y voluntad de denuncia. Para la crítica a la frívola vida universita­ria que supondría Soy Charlotte Simmons, llevó la acción a Carolina del Norte. Y para la que sería su última novela, centrada en la política y los conflictos raciales, escogió Bloody Miami como destino.

Josan Hatero

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(VIRGINIA, 1930-NEW YORK, 2018)

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