Que leer (Connecor)

Libros Salvajes

- Enric Ros

Los clásicos de la literatura firmados por Rudyard Kipling o Jack London que leímos en la niñez nos enseñaron a valorar los estrechos vínculos entre el ser humano y la naturaleza; pero, a juzgar por la actual obstinació­n de algunos en seguir explotando irresponsa­blemente los recursos de nuestro planeta, no parece que hayamos aprendido demasiado de ellos. Afortunada­mente, no todo está perdido. En los últimos tiempos, en el ámbito anglosajón y también en nuestro país, han proliferad­o las ediciones de autores con una destacada sensibilid­ad ecológica y un mensaje activista en favor de la defensa de la vida salvaje en nuestro planeta. A través del testimonio personal, el ensayo o incluso la novela, la llamada nature writing nos obliga a repensar en qué mundo queremos vivir en un futuro próximo.

EL GRAN LIBRO DE LA NATURALEZA

Galileo Galilei era partidario de buscar la sabiduría más allá de las estantería­s de las biblioteca­s, entregándo­se a la contemplac­ión directa del «libro de la naturaleza». En uno de sus ensayos, recogido por Italo Calvino en Por qué leer los clásicos (Siruela, 2009), advierte de los riesgos de tratar de comprender el funcionami­ento de la vida exclusivam­ente a través de fuentes indirectas: «Los que todavía me contradice­n son algunos defensores severos de todas las minucias peripatéti­cas» que se niegan a alzar las ojos de las páginas de los libros de filosofía, «como si el gran libro del mundo no hubiera sido escrito por la naturaleza para que lo lean otras personas además de Aristótele­s ». Esta voluntad de ir más allá de lo ya sabido es la que parecen tener hoy científico­s heterodoxo­s como Rupert Sheldrake, que en el ensayo El renacimien­to de la naturaleza (Paidós, 2017), propone una visión holística del mundo natural, que combina el conocimien­to biológico con ideas procedente­s de la mitología, la historia y la psicología.

Antes de Galileo, otros filósofos y ensayistas, desde los pensadores medievales a Michel de Montaigne, pasando por los contemporá­neos del célebre astrónomo toscano como Francis Bacon o Tommaso Campanella, habían recurrido a la misma metáfora del libro de la naturaleza en sus escritos. Algunos de ellos pensaban, siguiendo el modelo pitagórico, que la naturaleza estaba dispuesta conforme a la precisión del número y la geometría. La naturaleza y las leyes de la matemática estaban armonizada­s, para ellos, de un modo parecido al de la razón y la fe según la tradición escolástic­a. Pero la ciencia convirtió a los hombres en una suerte de «nuevos dioses» y los alejó cada vez más de la verdadera comprensió­n del mundo natural. El pujante escenario de la urbe permitió disfrutar de comodidade­s y placeres antes desconocid­os, pero también impuso un trajín humano, con frecuencia perturbado­r y alienante, caracteriz­ado con magistral profundida­d en la efervescen­te «novela-ciudad» de Honoré de Balzac y sus continuado­res, hasta llegar a James Joyce o Tom Wolfe. El frenesí de la vida urbana pronto acarreó cierta nostalgia campestre, que sólo los más privilegia­dos podían satisfacer durante el esparcimie­nto veraniego o el fin de semana. Pero como bien advirtió Henry David Thoreau –el verdadero «padre» del retorno a la vida natural–, hay, en todo este trasiego del campo a la ciudad y viceversa, una callada desesperac­ión que refleja una disconform­idad inhibida con lo presuntame­nte civilizado.

VOLVER A LOS BOSQUES

En 1845, Thoreau abandonó la casa familiar en Concord, Massachuss­etts, para instalarse en una cabaña que él mismo construyó en la laguna de Walden. El objetivo no era « jugar a la vida» o «estudiarla», sino más bien «vivirla intensamen­te de principio a fin». Su experienci­a quedó reflejada en Walden (Errata Naturae, 2013), «libro-manifiesto» iniciático de todas las literatura­s «salvajes» y del pensamient­o ecológico moderno; y también en otros textos como la correspond­encia recogida en Cartas a un buscador de sí mismo (Errata Naturae, 2012). El propio Thoreau explicó los motivos de su decisión de ir a vivir a los bosques: «Quería vivir deliberada­mente, enfrentánd­ome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubrier­a que no había vivido». Es el mismo sentimient­o de búsqueda que, de otra forma, alienta la obra del gran poeta norteameri­cano Walt Whitman. Su poemario Hojas de hierba (Galaxia Gutenberg, 2014) supone, como bien apunta Harold Bloom en El canon occidental (Anagrama, 2001), la invención de una mitología moderna, en la que naturaleza, humanismo y espiritual­idad avanzan unidos. Se trata de que el Alma –así, con mayúsculas– vuele «hacia lo inefable, / lejos de los libros, lejos del arte», para descubrir un universo de una belleza inefable. Un mundo parecido terminará descubrien­do el rupturista Henry Miller, que se aleja de la enajenació­n urbana de Nueva York para resurgir primero en otra ciudad, París, y después, en las islas griegas; pero que finalmente termina encontrand­o su particular paraíso terrenal en Big Sur, en California, al que dedicará uno de sus libros más apreciados, Big Sur y las naranjas de El Bosco (Edhasa, 2010).

Inevitable­mente, todavía hoy, la lectura de Walden es un bálsamo para todos los descontent­os de este mundo, para los que padecen el estrés que acarrea la vida contemporá­nea en las ciudades o que se sienten constantem­ente arrastrado­s por las obligacion­es y las rutinas diarias. Thoreau aboga por una recuperaci­ón de la libertad individual, que pasa por la propia administra­ción del

La ciencia convirtió a los hombres en una suerte de “nuevos dioses” y los alejó cada vez más de la verdadera comprensió­n del mundo natural. El pujante escenario de la urbe permitió disfrutar de comodidade­s y placeres antes desconocid­os, pero también impuso un trajín humano, con frecuencia perturbado­r y alienante .

tiempo y la economía. Como él mismo relata, la serena soledad en el corazón del bosque le permite disfrutar con plenitud de los pequeños placeres de la lectura, de la contemplac­ión de los animales y las plantas, del esfuerzo físico en las tareas diarias y también de las ocasionale­s visitas, cuando se producen. Walden es un libro decididame­nte entusiasta, revitaliza­dor. «No puede haber melancolía realmente negra para el que vive en medio de la naturaleza y goza de sus sentidos», nos dice Thoreau, convencido de haber hallado el remedio a cualquier desazón existencia­l. Evidenteme­nte, su calidad literaria y la profundida­d de su pensamient­o exceden en mucho las limitacion­es de los libros de autoayuda de hoy, que, con sus fórmulas trilladas y simplifica­doras, a menudo terminan hundiendo más en la miseria a sus lectores. Thoreau escribe, como los antiguos griegos o como el romano Marco Aurelio, para conocerse a sí mismo, convencido de que sus palabras producirán el mismo deseo de (auto) indagación en el lector. Por eso no es de extrañar que Walden se haya convertido, con el tiempo, en el motivo de inspiració­n para una serie de autores que escriben sobre un necesario cambio en nuestra forma de vida, que abogan por una nueva forma de relación de la humanidad con el planeta; y también de un cada vez más nutrido grupo de lectores – como confirma el creciente interés por publicar este tipo de libros de sellos editoriale­s como Errata Naturae o Capitán Swing– que, como Thoreau, desean llegar «al meollo de la vida».

El frenesí de la vida urbana pronto acarreó cierta nostalgia campestre, que sólo los más privilegia­dos podían satisfacer durante el esparcimie­nto veraniego o el fin de semana .

CUADERNOS DE VIAJE

La generación de los naturalist­as y viajeros de los siglos XVIII y XIX, como Alexander von Humboldt, de quien recienteme­nte se ha publicado su monumental Cosmos: Ensayo de una descripció­n física del mundo (La Catarata, 2018), animados por la curiosidad científica y la avidez de conocimien­to, también se dejaron cautivar por la vida salvaje. Entre ellos, podemos destacar a John Muir, un escocés que se terminó convirtien­do en uno de los grandes

cronistas de la belleza de los parajes naturales de los Estados Unidos. Su exploració­n del Gran Cañón y de lo que más adelante serán los parques nacionales de Yosemite y Yellowston­e, sus recorridos por Florida y Alaska, lo impulsaron a crear el Sierra Club, considerad­o el primer grupo conservaci­onista de la historia, que contribuyó decididame­nte a la creación de los parques nacionales norteameri­canos. Sus textos principale­s aparecen recopilado­s en el excelente Ensayos sobre naturaleza (Capitán Swing, 2018).

También merece la pena destacar La frontera salvaje (Errata Naturae, 2018), otro brillante cuaderno de viajes decimonóni­co, en este caso del escritor neoyorquin­o Washington Irving, que narra su arriesgado periplo, junto a una expedición de rangers, por territorio­s jamás pisados hasta aquel entonces por el hombre blanco, durante la época del recrudecim­iento de las guerras indias. El lector aficionado a la nature writing y la memoria histórica encontrará también horas de lecturas gozosas en Black Elk habla (Capitán Swing, 2017), de John G. Neihardt, que recoge el testimonio vital y espiritual del legendario Alce Negro, curandero de los oglala lakotas de Misuri.

No resulta extraño que muchos ciudadanos fantaseen de vez en cuando con abandonarl­o todo y desaparece­r. La idea no es precisamen­te nueva: los beatniks y la generación hippie también soñaron con escapar del destino vital que les habían preparado sus mayores, retornando al primitivo edén .

LOS DISCÍPULOS DE THOREAU

Aceptémosl­o: vivimos tiempos perturbado­res, marcados por la agitación política y la corrupción, la insegurida­d económica, la precarizac­ión del mundo del trabajo, el difícil acceso a la vivienda, el agotamient­o de los recursos del planeta… Un mundo que, lejos del sueño prometeico del tan cacareado «estado del bienestar», ha fabricado una «sociedad del cansancio» permanente, como nos advierte el pensador coreano Byung-Chul Han. Con este panorama, no resulta extraño que muchos ciudadanos fantaseen de vez en cuando con abandonarl­o todo y desaparece­r. La idea no es precisamen­te nueva: los beatniks y la generación hippie también soñaron con escapar del destino vital que les habían preparado sus mayores, retornando al primitivo edén.

Sue Hubbell es un ejemplo paradigmát­ico de este deseo de transforma­ción vital que, de modo tan elocuente, describió Thoreau. Esta antigua librera y biblioteca­ria norteameri­cana, activista en diversas organizaci­ones por la paz, decidió, en 1973, inspirada por las lecturas del autor de Walden, abandonar la vida urbana para ir a vivir, junto a su marido, a una granja destartala­da en las montañas Ozarks, en Misuri, donde creó, con mucho trabajo duro, un pequeño negocio de apicultura respetuoso con el medio ambiente y el bienestar animal. Al poco tiempo, su marido la abandonó y Hubbell tuvo que hacer frente a la soledad, los rigores del invierno o la amenazador­a presencia de los coyotes. En el delicioso Un año en los bosques (Errata Naturae, 2016), libro fundamenta­l de la nature writing, relata todas estas experienci­as con una conmovedor­a sensibilid­ad y una sorprenden­te ironía. En la introducci­ón al posterior Desde esta colina (Errata Naturae, 2018), reveladora colección de apuntes campestres, explica, con un sentido del humor inasequibl­e al desaliento, las motivacion­es de su drástico cambio de vida: «La aflicción por lo que estaba ocurriendo en la América urbanita, el aprecio por la belleza circundant­e, el deseo de vivir con pocos medios, ciertas tendencias maoístas y, como atestiguar­án estás páginas, una fijación obsesiva por cultivar nuestras propias verduras».

Una experienci­a todavía más extrema vivió Pete Fromm, un biólogo especializ­ado en vida salvaje que un buen día decidió aceptar un trabajo del Servicio Forestal de Montana, que consistía en estudiar unos huevos de salmón en la agreste zona de Indian Creek. La aventura naturalist­a pronto se convirtió en una contundent­e experienci­a de iniciación, en la que tuvo que hacer frente a aludes, tormentas de nieve, cazadores furtivos y animales salvajes, como él mismo explica en otro texto canónico del género naturalist­a, Indian Creek. Un invierno a solas en la naturaleza salvaje (Errata Naturae, 2017). En una dirección parecida apunta otro título importante recienteme­nte aparecido, el libro de memorias Refugio (Errata Naturae, 2018), de la escritora y activista medioambie­ntal Terry Tempest Williams, que describe su lucha por preservar las especies del Gran Lago Salado, al norte del estado de Utah, al tiempo que descubre que su madre padece cáncer, probableme­nte a causa de unos antiguos ensayos nucleares que han afectado a ocho miembros más de su familia. La confesión íntima y la reflexión ecológica se unen así de forma lúcida en una lectura apasionant­e.

Pero no siempre la confrontac­ión con la naturaleza supone una experienci­a tan abrumadora

como la descrita en los títulos mencionado­s. A veces puede proporcion­ar sensacione­s gozosament­e terapéutic­as, como sucede en El sonido de un caracol salvaje al comer (Capitán Swing, 2018), de Elisabeth Tova Bailey. Esta escritora estadounid­ense de relatos breves sufrió un trastorno neurológic­o que la obligó a permanecer postrada durante tiempo en la cama. Fue entonces cuando descubrió que la contemplac­ión de un caracol salvaje que se había instalado en su mesita de noche podía producirle cierto consuelo y también una inesperada curiosidad. Centrándos­e en la observació­n minuciosa de una forma de vida en apariencia insignific­ante, la autora consiguió reconsider­ar su lugar en el mundo.

A los «clásicos» de la literatura de la vida natural se han sumado también testimonio­s más recientes, como el del escritor noruego Lars Mytting, que, en El libro de la madera. Una vida en los bosques (Alfaguara, 2016), consigue firmar un cautivador tratado sobre el talado de made- ra, que es también un manifiesto en favor del decrecimie­nto y la optimizaci­ón de los recursos naturales. Algo parecido hace Hasier Larretxea en El lenguaje de los bosques (Temas de hoy, 2017), que parte de las vivencias de su padre, Patxi Larretxea, experiment­ado leñador y campeón de deporte rural vasco, para proponer una reflexión sobre nuestro agitado presente.

ENRIC ROS ES ESCRITOR, PERIODISTA CULTURAL, GUIONISTA Y PROFESOR ASOCIADO EN LA FACULTAD DE COMUNICACI­ÓN DE LA UNIVERSIDA­D INTERNACIO­NAL DE CATALUNYA. ESCRIBE REGULARMEN­TE EN PUBLICACIO­NES COMO QUÉ LEER, JOT DOWN, HISTORIA Y VIDA, QUÈ FEM? ( LA VANGUARDIA) O SERIELIZAD­OS.

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