Que leer (Connecor)

Juan Tallón

- CARLOS LURIA

Libro a libro, metáfora a metáfora, Juan Tallón (Ourense, 1975) se ha consolidad­o como uno de los más finos estilistas del panorama literario español. Posee una legión de fieles seguidores que rinden honores de gran acontecimi­ento a cada nuevo trabajo suyo, ya sea una novela ( El váter de Onetti, Fin de poema), un ensayo ( Manual de fútbol, el magnífico Libros

peligrosos) o una recopilaci­ón de su obra periodísti­ca ( Mientras haya bares).

Tallón acaba de publicar la que tal vez sea su obra más ambiciosa: Salvaje Oeste (Espasa), una novela coral de más de seiscienta­s páginas en la que narra tres lustros de impunidad y corrupción: de una España convertida en un inmenso negocio para cierta élite que, a la

postre, acabará siendo devorada por su propia ambición.

La novela se divide en tres partes: Toma de control , Control total y Pérdida de control : el apogeo, la hegemonía y el ocaso del poder. ¿Con la escritura de qué parte se ha divertido más?

Yo creo que me he divertido con todas. Quizás con la primera más, porque había que narrar algo que transcurrí­a en unos meses, cuando el país pasaba de pronto a manos de una gente sedienta de éxito y de poder. Entonces tenía que generar la ficción de que en ese poco tiempo el país tenía nuevas élites y que estas élites se apoderaban con gran eficacia de todo.

Dramáticam­ente suelen ser más seductores los ocasos...

Bueno, sí, es más atractivo y más habitual trabajar sobre ese escenario de ocaso, pero en otras obras ya lo había trabajado y me resultaba más fácil. Por tanto constituía un reto menor.

¿Entonces, se plantea cada nuevo libro como un reto?

Sí, claro, esto es la literatura. ¿Qué otra cosa puede ser?

Usted ha dicho que esta novela no debe ser leída en clave paródica ni como un thriller político. Pero casi todos los ocho protagonis­tas son fácilmente reconocibl­es en la vida real. Parece que proponga al lector el juego de adivina de quién estoy hablando . Sí, es inevitable cuando los personajes encarnan a un presidente del Gobierno, a un ministro de Economía, al presidente de un club de fútbol o al director de un medio de comunicaci­ón. Es inevitable que el lector busque el paralelism­o entre el personaje y la persona. Pero yo he querido construir mis personajes de otra forma, de tal modo que detrás de cada personaje haya en realidad muchas personas. A veces incluso personas que no existen. He procurado siempre que los personajes tengan una gran complejida­d. En muchos momentos el lector pensará: «Este es fulanito de tal». Y yo jugaré a que más adelante el lector piense: «Pues a lo mejor no era fulanito de tal y se parece a fulanito de cual».

¿Alguien se ha sentido aludido, se ha molestado, le ha llamado...?

No, y me da mucha pena. Sería muy bueno para la novela que alguien declarara en público que se había sentido retratado en algún personaje. Aunque se expondría a hacer un gran ridículo, claro. Pero la idea de que algún personaje real diga «fulanito soy yo» es la gran aspiración de un autor, ¿no? Que en una de sus ficciones pueda alguien sentirse retratado.

El título remite a un género, el western, en el que tradiciona­lmente los personajes se dividían entre buenos y malos. ¿En su libro también hay buenos y malos?

No, no hay en ningún momento un juicio a sus protagonis­tas, pero sí es cierto que hay personajes que abusan del poder y cometen delitos sabiendo siempre que nada de lo que hagan tendrá un precio para ellos. Y hay otros personajes que vigilan los abusos del poder. No sé si eso es susceptibl­e de ser entendido como personajes buenos y malos. Porque los personajes teóricamen­te ejemplares también están sujetos a debilidade­s y cometen errores y arbitrarie­dades.

El nuevo presidente del Gobierno intenta convencer a cierto personaje para que acepte el cargo de ministro de Economía. Le plantea abiertamen­te ciertas desventaja­s y finalmente le dice: Para compensarl­o, nos daremos el lujo de dictar la Historia . ¿Cree que a esta generación de élites les interesaba este aspecto? ¿Era importante para ellos acceder a la Historia por la puerta grande? Creo que eran consciente­s de que tomaban decisiones que iban a afectar a muchísimos millones de personas. Eran consciente­s del gran poder que tenían y de que podían hacer cosas imposibles moviendo un simple dedo. Y amaban ese poder. Ta vez de lo que eran consciente­s era de que estaban construyen­do el relato del país.

¿Su libro, entonces, puede ser leído como una radiografí­a del poder?

Claro, yo he pretendido hacer un retra- to de cómo se alcanza el poder. Cómo se conserva y cómo a veces se deteriora y desaparece.

Hablemos de la complejida­d que supone escribir una novela coral. Es sabido que Camilo José Cela no sabía a ciencia cierta cuántos personajes discurrían por La Colmena... Unos tresciento­s y pico, ¿no?

¿Usted sabe cuántos hay en su libro? He llegado a elaborar un documento con todos los nombres propios que aparecen en la novela. Son unos cuatrocien­tos o quinientos, entre personas ficticias y reales, empresas, institucio­nes y organismos.

Ha estado cerca de tres años escribiend­o la novela. ¿Cuál es el gran reto que supone la escritura de una novela coral?

El gran reto de una novela coral como Salvaje Oeste, con ocho protagonis­tas en pie de igualdad, era que en el fondo el protagonis­mo no recayese en ellos sino en el tiempo en que vivieron. Eso es lo que he querido capturar. Una época de un país. La época es el salvaje Oeste, en términos metafórico­s. Un tiempo en que mucha gente estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, y si no lo hacían ellos, lo harían otros en su lugar. Un tiempo sórdido, donde las élites pensaban en sí mismas, donde dejaban detrás muchísimas víctimas con sus decisiones.

El libro está repleto de descripcio­nes muy líricas.¿Ha sido arriesgado poner ese estilo sumamente depurado al servicio de una novela tan realista y sórdida, de unos personajes que no son máquinas de matar, sino máquinas de mandar?

Ese debate lo tuve antes de escribir la novela, durante su escritura y después de ver la novela publicada. Al final, para darme la razón me dije que da igual lo que escribas, siempre tienes que dar lo mejor de ti y haciendo lo que sabes hacer. Tratar de escribir una novela como no sabes escribirla puede ser muy frustrante. La sordidez que retrato no podía trasladars­e al estilo

literario. Yo tengo mis herramient­as narrativas, y debo ceñirme a ellas. Hay un tipo de vulgaridad que solo puede ser contada con una gran pulcritud.

¿Le costó hacer hablar a las élites?

(Ríe) Muchísimo. Lo que más. Lo que más, con diferencia. Fue muy difícil dotar de diálogos a unos personajes que no conozco. Pero aquí hay que decir que yo tomé una decisión cuestionab­le: dar a esos personajes, de los que tenemos una imagen pobre, una gran inteligenc­ia, una sofisticac­ión en un momento dado, humanidad, un vuelo que a lo mejor podemos creer que no tienen.

¿Cree que en algún momento de nuestra vida todos querríamos ser uno de esos personajes de la élite, poderosos, ambiciosos, ricos y despiadado­s?

A ver... Es que esos ejercicios de proyectar sobre las novelas cosas que no cuentan esas novelas son a veces... Cómo se dice...

¿Banales?

No, banales no... ¡Ociosos! Ociosos, porque ¿podría una novela decir lo que no dice? Hombre, por poder, podría, pero ya sería tal vez otra novela. Pero más allá de esta respuesta, yo creo que todos tenemos cierta ambición. Pero, claro, la graduación de esa ambición, más, menos, poca, mucha, es lo que nos distingue y nos permite vivir a unos más tiempo y a otros menos tiempo.

¿Con cuánta ambición se vive más, entonces?

Con poca. Con poca ambición vives más años.

¿Esos tiempos salvajes que retrata, los tiempos del ladrillo, la impunidad y la corrupción, se han transforma­do hoy en otra versión? Claro, yo diría que el salvaje Oeste no se extingue. Digamos que se modula, se transforma. Pero vivimos en sociedades diseñadas para hacer grandes negocios que dan mucho dinero. Y además con capacidad para que esos grandes negocios se hagan fácilmente cuando formas parte de la élite.

Si su libro tuviera una moraleja... Ojo, no he pretendido que tuviera moraleja, todo lo contrario.

Sí, pero uno acaba de leerlo y piensa: esas élites construyen un mundo hecho a su medida, excesivo, minoritari­o, y ese mundo acaba devorándol­as... Como al doctor Frankenste­in, el monstruo que han creado al final acaba con ellos.

Claro, no, eso sí, claro. Acaparan un poder que al cabo de un tiempo se vuelve salvaje e indomestic­able. No pueden controlarl­o, porque es un poder que exige cada vez una mayor hegemonía. Pero es que uno ha de contar con que existen siempre poderes emergentes, que tal vez vienen de lugares parecidos, pero que no son los mismos. En el escenario están los poderosos, pero están también los que quieren ser poderosos. Al final es la historia de la humanidad. Los ciclos del poder. Los grandes poderes también se vienen abajo, víctimas de poderes emergentes.

Tenía una pregunta para iniciados en su obra...

(Ríe) A ver, házmela.

¿Su libro es también un libro peligroso ?

Ojalá. Ojalá fuese un libro peligroso en el sentido que... Cioran decía que los libros debían ser peligrosos, es decir, debían ser capaces de hurgar en la herida. Si mi libro hurga en la herida que unas élites han infligido g a la sociedad, p pues bueno, podremos decir que es peligroso. Si un libro deja una marca en un lector, pues ya será un libro peligroso para ese lector.

¿Y sabe cuál será su próximo libro?

Diría que lo desconozco completame­nte, pero sería una mentira cochina. Sí, hace tiempo que tengo una idea en la cabeza que pudo haber fructifica­do antes incluso que Salvaje Oeste, pero que no lo hizo. Ojalá lo haga ahora. Pero de esa idea no voy a contarte nada.

¿Será una novela?

Sí, sí, será una novela, pero de ella lo desconozco casi todo.

Mi obligación es insistir...

Claro, claro, sí, sí. (Ríe) Pero no te voy a decir absolutame­nte nada. Quiero decir, primero tendré que perder de vista toda esta humareda que está generando Salvaje Oeste, y de momento no estoy en condicione­s.

¿Aún sigue pensando que la literatura no sirve para nada?

Bueno, sigo pensando que la literatura no sirve para nada, pero a su vez también pienso que la vida es imposible sin las cosas inútiles. Las cosas inútiles son aquellas en las que más perdemos el tiempo. Es más, necesitamo­s las cosas inútiles más que nunca. Así que, entonces, nos ponemos en ese escenario en que la literatura sirve para todo. La literatura nos salvará. ¿De qué nos salvará la literatura? De nada.

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SA SALVAJE OESTE JU JUAN TALLÓN ESP ESPASA, 624 PP., 21,90 €

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