DE LAS AMÉRICAS A LA BARCELONA DEL CUPLÉ
Una novela inspirada en los abuelos de la autora, Rosario y Tobías, de Algeciras a América y a la Barcelona habitada por cupletistas, prostitutas y revolucionarios, pero también por la miseria y la clandestinidad antes del estallido de la Guerra Civil.
¿Es posible que los sueños puedan contarnos una historia?... Cedamos la palabra a la joven autora, Carolina Pobla, que responde de maravilla:
«Yo siempre he dormido bien y he soñado mucho, rara era la ocasión en la que me despertara si no era por algún sobresalto o para ir al baño con urgencia. Hasta que un día empecé a soñar con mi abuela, la madre de mi padre. Hacía mucho que no pensaba en ella. De hecho no tenía demasiados recuerdos suyos. No fue una persona que tuviera una gran influencia en mi vida. La recuerdo como una mujer de mucho carácter, no excesivamente cariñosa y con más de una asignatura pendiente. No eran sueños agradables, sino más bien recriminatorios. Como si le debiera algo. Tampoco tengo las imágenes claras, solo sé que un día me desperté de madrugada con una sensación extraña y no conseguí volver a dormirme. El sueño se repetía día tras día y siempre terminaba con un “y que no se te olvide”. ¿Cómo se me iba a olvidar si no había manera de que me dejara dormir? Fue una época difícil para mí, empecé a cultivar unas bonitas ojeras y mi rendimiento durante el resto de la jornada dejaba mucho que desear. Un día me desperté a las tres de la mañana, me levante, cogí papel y lápiz y, medio dormida, escribí todo lo que recordaba. Mi abuela podía estar segura de que ya no se me iba a olvidar. Después volví a meterme en la cama y dormí como una bendita lo que quedaba de noche. Lo recuerdo como algo fantástico.
Pero no fue suficiente para mi abuela. No tardó ni una noche en volver a aparecer en mis sueños con nuevas instrucciones. Y cada día me levantaba a horas peregrinas para escribir lo que me contaba. Eran pensamientos inconexos, recuerdos de infancia y de juventud que no había oído nunca, opiniones sobre personas de mi familia, descripciones de lugares en los que nunca había estado, estados de ánimo a veces tristes, a veces airados, a veces felices. Y después de guardarlo todo en papel volvía a dormirme como si ya hubiera cumplido con mi cometido diario. Llegó un momento que tenía acumuladas tantas notas que nada tenían que ver las unas con las otras que ya no sabía dónde meterlas, y casi sin darme cuenta empecé a mirar fotos antiguas y a asociar lo que había escrito con momentos familiares y recuerdos de las historias que me habían contado de pequeña. “A ver, abuela, ¿qué quieres que haga con todo esto?”. El mismo día que comencé a escribir una historia, mi abuela desapareció de mis sueños. Digo “una” historia, porque de ninguna manera se puede considerar que sea la suya. Apenas la conocía y no me había contado lo suficiente como para poder reconstruirla. A lo mejor solo pretendía que me pusiera en marcha, que empezara de una vez. Yo creo que, allá donde esté, debió de divertirle mucho que la hiciera protagonista de una vida que se basaba en cuatro mimbres que recordaba y un montón de notas que me dictó, pero que por lo demás es pura invención y posiblemente mucho más intensa que la que vivió en realidad. Es una historia de sueños y ambición, pero también de decepciones y superación. Una historia de esas de las que a todos nos gustaría ser protagonistas, pero que al mismo tiempo no querríamos vivir nunca. La cuestión es que, después de año y pico de trabajo, muchos litros de té y casi cuatrocientas páginas, conseguí terminar el primer borrador de Geranios en el balcón ».