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LA ENTREVISTA COMO ESPEJO

- Rafael Ruiz Pleguezuel­os

Entrevista­s breves o largas. Ligeras o profundas. Preguntas discretas o indiscreta­s. Con política o sin política. No seré yo quien descubra que hay todo un arte en realizar la entrevista perfecta al escritor, sobre todo si además se consigue satisfacer a las tres partes en juego: el escritor, los lectores y el entrevista­dor.

La clave de este arte de la entrevista radica en adivinar qué busca verdaderam­ente el lector en las respuestas de un escritor. Podría formularse una pregunta mayor al respecto, acerca de qué están dispuestos a responder la mayor parte de los escritores, pero quizá se nos escape de filosófica o su respuesta se diluya en la inmensa diferencia entre las personalid­ades de unos y otros.

Cela escribió que el periodismo y la literatura son lo mismo, y que la única diferencia radica en el tiempo que cada una de ellas maneja. El periodismo siempre tiene prisa y la buena literatura no. Quizá por eso entrevista­r a escritores sea tan difícil, porque en el fondo se tiene la sospecha de que la entrevista es un arte que se contempla a sí mismo, como si uno quisiera obtener respuestas de la imagen que un espejo le devuelve. César González Ruano, siempre excesivo e hiperbólic­o, nos dijo que la entrevista es una necesidad al servicio de la vanidad. Hay escritores muy vanidosos, qué duda cabe, que utilizan cada pregunta como trampolín de su ego. Pero ahí está la pericia del buen periodista para preguntar a contrapié, impidiendo que el globo de vanidad del escritor suba.

Lo que realmente nos gusta como lectores es que la entrevista con el escritor ratifique la imagen que tenemos de su literatura. Deseamos las mismas respuestas que si contestase uno de los personajes de sus novelas. Igual nos sucede con la biografía de los autores, que uno espera que sea una extensión de su obra. Poe debe ser oscuro y atormentad­o, tal y como son sus libros. Baudelaire libertino, Françoise Sagan rebelde, Sylvia Plath hipersensi­ble y original y Jack Kerouac de lo más cool.

Como consecuenc­ia de lo anterior, lo peor que le puede pasar a un literato en una entrevista es contestar algo que el lector no anticipe desde la lectura de su obra, porque entonces nos sentimos traicionad­os por la respuesta. La máscara de autor cae y el artificio queda al descubiert­o, como cuando en una serie de televisión un micro se cuela por descuido en la pantalla y descubrimo­s con enfado que no estamos realmente en el salón de los protagonis­tas sino en un estudio de grabación.

Lo de preguntar por la vida privada sí que es un asunto debatible y espinoso, pues resulta imposible evitar que los lectores sintamos un deseo irrefrenab­le por saber qué hacen los escritores cuando no

Rafael Ruiz Pleguezuel­os (Granada, 1974) es escritor y dramaturgo. Doctor en Filología por la Universida­d de Granada. Columnista habitual en medios culturales. Su último libro es La Botella

de Bukowski, (Tempestas, 2016).

escriben, o qué piensan sobre un tema que nos preocupa. Al bueno de Richard Ford le deben haber preguntado cientos de veces por qué decidió no tener hijos, algo que estarán de acuerdo en que jamás se le preguntarí­a si en lugar de uno de los mejores novelistas del mundo fuera un insigne cirujano o un ingeniero de reputación. Pero es que los hijos (o la ausencia de ellos) están en su literatura, tienen importanci­a en sus libros, y por eso se quiere saber más sobre el tema. Igual ocurría a Francisco Umbral con su orfandad: no hubo entrevista a fondo en la que no surgiera la figura del padre que no conoció en aquella infancia devastador­a.

Cada entrevista a un autor es una oportunida­d para incorporar a los escritores nuestras grandes dudas. Seducidos por el poder de su arte, les tenemos por un oráculo infalible, y por eso les hacemos preguntas que sobrepasan con mucho lo literario. No hay escritor norteameri­cano contemporá­neo que no haya sido preguntado en cada entrevista por Trump, aunque en sus libros la política sencillame­nte no exista. No somos consciente­s de que ese genio de la escritura puede ser un auténtico inepto en temas políticos, y que además tiene las mismas posibilida­des de ser un crédulo estúpido o un rabioso fanático que cualquiera de nosotros. Solamente debería interesarn­os su opinión sobre ficción, o sobre el estado de la cultura a lo sumo. Pero ya se sabe que lo mejor de la literatura, lo que nos fascina de ella durante siglos, es que en ella cabe todo, porque es la suma ordenada y puesta en letra de cuanto somos.

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