Microespañol
El pasado 4 de octubre, Ignacio Echevarría publicaba en El Cultural un artículo llamado Cero grados cuya lectura les recomiendo. La trayectoria de Echevarría ofrece muchos puntos sobresalientes, pero el mérito que yo más le reconozco es el de ser uno de los pocos críticos literarios que se atreven a cuestionar ese papanatismo cultural del todo vale tan extendido en nuestro país. En ese artículo compartía con el lector su preocupación por el hecho de que el criterio con el que se juzgan los libros en España sea cada vez menos exigente, rebajándose progresivamente la calidad de lo que se celebra como excelente. Como consecuencia de ello, cualquier novela de vuelo corto puede presentarse como la obra del siglo. Para defender su idea ofrecía títulos y autores, porque es autor valiente.
Echevarría se refería fundamentalmente la calidad literaria de los textos, su andamiaje y construcción, subrayando la pena que le producía que en estos tiempos de criterios lasos colocar una novela en zona de prestigio saliera bastante barato artísticamente hablando. Desde este Nido del cuervo celebro sus palabras y suscribo cuanto dice, pero me permito añadir un defecto general de nuestro panorama literario cuya percepción me hace sufrir desde hace tiempo: la progresiva simplificación de la lengua empleada en las novelas de circulación masiva. Prueben a tomar el libro más popular de hace diez, quince años, y después uno de los bestsellers patrios de las últimas temporadas. Notarán una densidad de léxico radicalmente distinta, y una prosa en la que el gusto por el verbo bien engarzado y la búsqueda del vocablo ajustado apenas se trabaja. Muchos de estos libros cacareados y multipremiados están escritos en un español jibarizado, de modo que España anda camino de inventar la novela en microespañol, con docenas de escritores de relumbrón y editoriales de mucho porte intentando hacer literatura con tres mil palabras y la sintaxis de Siri.
La explicación más sencilla para el fenómeno es que estos novelistas y editores no tienen demasiada confianza en el vocabulario del personal. Nadie quiere arriesgarse a perder lectores, sobre todo aquellos que pudieran desanimarse por tener que acudir con frecuencia al diccionario. La cuestión se extiende más allá del mundo de la novela; tomen un periódico o un suplemento cultural de hace veinte años y comprobarán que hemos reducido notablemente la variedad y precisión del vocabulario en activo, y que las expresiones-comodín se apoderan del idioma.
A este achicamiento del lenguaje ayuda no poco un sistema educativo en el que la lengua española está siendo relegada a una
« obligación » sin ilusión ni rigor académico alguno, de modo que nuestros estudiantes, hasta los brillantes, se expresan en esa suerte de microespañol sin matices. Muchos padres se llevan las manos a la cabeza si su hijo saca menos de siete en inglés, pensando dónde habrá ido el dinero de las academias de idiomas y los campamentos en Irlanda. Pero esos mismos estudiantes se pasan la secundaria obteniendo cinco en lengua española o suspendiendo dulcemente,
Rafael Ruiz Pleguezuelos (Granada, 1974) es escritor y dramaturgo. Doctor en Filología por la Universidad de Granada. Columnista habitual en medios culturales. Su último libro es La Botella
de Bukowski, (Tempestas, 2016).
que es lo que se hace ahora, y no pasa nada. Hablen con un profesor de lengua de 2º de Bachillerato, y pregúntenle por los problemas que tienen los estudiantes para entender a Baroja. ¡Baroja!
Propongo microespañol como vocablo para designar ese uso empequeñecido de la lengua, sin brillo ni precisión, en el que la sintaxis respeta las cuatro reglas y la ortografía apenas lucha por sobrevivir. Los permisos recientes de la RAE respecto de algunas palabras ayudan a este encogimiento progresivo, cuando se permiten alternativas que antes demostraban un desconocimiento de la norma (sólo/solo, ó/o, que/qué, éste/este). Estos consentimientos de manga ancha y poca delimitación no hacen sino reforzar el argumento de que, en lugar de caminar hacia una profundización y universalización de esta lengua de belleza que es el español, nos conformamos con la versión más casera y sencillita.
También sufro cuando nuestros agentes de lo cultural, en sus discursos y declaraciones, sacan pecho anunciando con hipérbole de fasto que el español es la segunda lengua del mundo, con cuatrocientos millones de hablantes y no sé qué potencial económico. Eso, perdonen que me ría, es como si yo me vanagloriara de lo bien que escribe César Aira, un señor a quien no debo nada y que ni siquiera conozco. Porque lo que ha hecho España con el castellano en los últimos años es permitir un retroceso de su conocimiento y gozo en el territorio propio, y caminar a marcha forzada hacia una versión pobre del idioma de Cervantes. El milagro de los millones de hablantes, no lo olvidemos, se lo debemos al continente americano. Nosotros estamos más en lo de crear un español de andar por casa y defenderlo en voz muy baja.