Que leer (Connecor)

Primerizos

Rafael Ruiz Pleguezuel­os

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Luis Landero dijo una vez que, después de la sorpresa del éxito ilimitado de Juegos de la edad tardía, la segunda novela se le resistió hasta que se dio cuenta de dónde estaba el problema: que cuando escribía la primera no esperaba que nadie le leyera y al preparar la segunda sabía que sería leído, comentado y juzgado. En esa misma entrevista, Landero afirmaba que solamente pudo volver a escribir bien cuando consiguió sentirse de nuevo un escritor anónimo que lucha contra un texto en la soledad del escritorio.

Se han reproducid­o muchas veces esas palabras de Jeffrey Eugenides (autor de una estupenda segunda novela, Middlesex) en las que afirmaba que cuando escribes la primera novela y nadie te conoce no tienes nada que perder, y sin embargo si la segunda no es buena tienes todo que perder. Repetir éxito con una segunda novela es algo que en teoría debería ser sencillo. El escritor ya ha resuelto las dificultad­es de hacer una primera novela. Ha conseguido culminar con éxito la catedral de la literatura, porque eso es exactament­e una novela, y si ha dejado alguna miga de pan en el camino debería recordar qué hizo para fabricar su debut. Se es más maduro, inevitable­mente. Se conoce el mundo literario mejor, porque vender la primera novela ya le ha abierto los ojos sobre tantas cosas. Pero la realidad es otra: para la mayor parte de los escritores, el verdadero Everest es ese segundo texto que, además, todo el mundo compara con el anterior.

El mayor problema es las preguntas que el autor se hace cuando trabaja en el segundo texto, sin poder evitarlo: ¿Qué pasa si a los lectores no les gusta tanto como la primera?, ¿Qué ocurrirá si el editor piensa que es inferior?, ¿Puedo haber perdido la magia que me hizo culminar una buena primera novela? A mí me gusta decir que uno tiene toda una vida para escribir su primera novela, pues nadie la espera ni existe compromiso alguno acerca de cuándo tiene que estar terminada. Sin embargo el escritor siente que la segunda debe estar en imprenta uno, dos, o como mucho tres años más tarde. El mundo anglosajón, que tiene una etiqueta ingeniosa para todo, llama a este fenómeno de la dificultad de la segunda obra el sophomore effort. En 1990, una organizaci­ón británica se dio cuenta de que había muchos premios para una primera novela, pero nadie se ocupaba de los autores que habían ofrecido un debut prometedor y tenían problemas para repetir el milagro. Así nació el premio Encore (que significa una vez más, en francés).

Escritores primerizos hay de todos los tipos, claro, y confieso que tengo predilecci­ón por las primeras grandes novelas. Hay debutantes que contienen el encanto de la frescura, el magnetismo de la inocencia. Otros autores parecen saberlo todo desde la primera página, y comienzan con novelas de una madurez y conocimien­to del oficio tan deslumbran­tes que pareciera que el diablo, desde su

Rafael Ruiz Pleguezuel­os (Granada, 1974) es escritor y dramaturgo. Doctor en Filología por la Universida­d de Granada. Columnista habitual en medios culturales. Su último libro es La Botella

de Bukowski, (Tempestas, 2016). conocimien­to infinito del mundo, les hubiera dictado qué tenían que escribir en cada página.

En los últimos años, hemos asistido a muchas segundas novelas que han apagado el brillo de un autor. Así recuerdo el caso de Jesús Carrasco y La tierra que pisamos, una decepciona­nte continuaci­ón después del destello de Intemperie. Ni siquiera el genio incontesta­ble de Umberto Eco se libró del sophomore effect: miles de lectores vieron El péndulo de Foucault como una pesadilla autocompla­ciente después del éxito global de El nombre de la rosa. Pero toda norma tiene excepcione­s notables, y más aún en el caso del arte. Cien años de soledad fue la segunda novela de García Márquez. Las aventuras de Tom Sawyer la segunda de Mark Twain. También fueron segundas novelas La broma infinita, de Foster Wallace, Oliver Twist, de Dickens, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury o En el camino, de Jack Kerouac.

2018 nos ha dejado buenos narradores que debutan. Recomiendo especialme­nte La maldición de la casa grande, de Juan Ramón Lucas, La azotea, de Fernanda Trías (que llega ahora a nuestro país aunque la autora ya ha dado a imprenta en Uruguay dos títulos más), April Ayers Lawson y su Virgen y otros relatos, George Saunders y Lincoln en el Bardo, Garth Greenwell y Lo que te pertenece, Inés Plana y Morir no es lo que más duele, Ignacio Miquel y Las confabulac­iones, o Las moscas, de Agustín Pery. Desde este nido del cuervo pido paciencia a estos autores. Les recomiendo serenidad, les deseo suerte. Seguro que van a vencer al efecto sophomore. La clave está en esa palabra francesa que eligieron para el premio a la segunda mejor novela. Encore.

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