DON JUAN CONTRA FRANCO
JUAN FERNÁNDEZ-MIRANDA Y JAIME GARCÍA CALERO PLAZA & JANÉS, 284 PP., 18,90 €
Hace ahora dos años, en diciembre de 2016, los autores de esta obra, junto con Esteban Villarejo que no sabemos si tiene algún parentesco con el ex comisario José Jiménez Villarejo , publicaron una serie de reportajes en el diario ABC, con el título Franco contra don Juan. Los papeles secretos del Régimen, basados en el conjunto de documentos que los servicios de espionaje de la Falange facilitaban a Franco sobre las actividades de los monárquicos durante el año 1948, cuando don Juan, a través de José María Gil Robles, y las izquierdas, abanderadas por Indalencio Prieto, estudiaban la formación de un llamado Bloque nacional Antifranquista. «Si en los reportajes el objeto era el espionaje de 1948 explican los autores , en el libro lo es la conspiración que se fue labrando a lo largo de la primera década de la posguerra. En el libro, el protagonista principal pasa a ser Don Juan y el espionaje de Franco es sólo una parte de un movimiento mucho mayor, la conspiración» (pág 280).
La obra, en realidad, se inicia en 1931, con la caída de Alfonso XIII, y finaliza, sí, en 1948, con la visita de su nieto, don Juan Carlos de Borbón y de Borbón, al general Franco, al que cumplimentó en El Pardo. Pero sorprende que en un libro que se pretende de historia, no haya una sola nota que remita a las fuentes, con lo que muchas veces el lector no sabe si ciertas afirmaciones se basan en hechos probados o son simples opiniones de los autores. Así, cuando escriben que la prioridad de Alfonso XIII, a los pocos días de la proclamación de la República, era «recuperar el poder» (pág. 21). ¿Se trata de una declaración explícita del ex monarca, que no se documenta, o es una simple presunción gratuita de quien lo hace? Porque si es una declaración explícita del soberano depuesto, la cosa es grave: significaría que el Rey perjuro no había aprendido la lección de que, al faltar a su juramento de cumplir la Constitución y la leyes, y dar paso a la Dictadura militar del general Primo de Rivera, se había jugado la Corona, y que si de verdad pretendía «recuperar el poder», pensaba volver a las andadas ignorando, de nuevo, que un Rey no gobierna, cosa que corresponde al poder ejecutivo, sino que simplemente modera.
La obra se nos antoja basada no tanto en los hechos históricos como en los sentimientos de los autores, por muy respetables que sean, que lo son, pero con los cuales no se hace una obra histórica rigurosa. Así, al reproducir la declaraciones de Franco en julio de 1937 al diario ABC (pág. 31), omiten sus palabras más relevantes: que si algún día se restaurase la Institución en España, el nuevo Rey tendría que tener «el carácter de pacificador, y no podría contarse en el número de vencedores», razón por la que justificaba que el general Mola primero, y el mismo Franco después, le impidiesen luchar tanto en el Ejército como en la Marina.
Si es verdad que Alfonso XIII había promocionado a Franco en el Ejército (pág. 32), habría que preguntarse qué hacía el monarca mangoneando a favor de la carrera de un jefe en detrimento posiblemente de la de otros. Franco no traicionó a Alfonso XIII (pág. 33), por mucho que éste le hubiese promocionado, pues el golpe de Estado del 36 no se hizo, para nada, a favor de una restauración monárquica, y en cualquier caso, los militares que elevaron a Franco al poder no lo hicieron «de manera temporal» (págs. 36 y 72); véase el decreto publicado en el Boletín Oficial del Estado, fuese o no adulterado por Nicolás Franco. Y la vuelta del Rey difícilmente podía «impulsar la recon- ciliaciónciliación tras consolidar la victoria en la Guerra Civil» l (pág.40) á pues tanto Alfonlf so XIII como su hijo don Juan se habían mostrado claramente beligerantes a favor del bando de los vencedores.
Se nos explica que en vísperas de la entrevista Franco-Hitler en Hendaya, en octubre de 1940, Gran Bretaña sobornó a un buen número de generales con sumas variables incluido Kindelán, que era el abanderado de la causa monárquica , para animarles a mostrar más activamente su resistencia frente al abandono de la neutralidad (pág. 40); ello se comenta por sí mismo, pero por lo visto no fue óbice para que algunos de dichos generales sondeasen a Alemania «para asegurarse un eventual respaldo para la Restauración de la Monarquía en caso, cada vez, más improbable, de victoria del Eje» (pág. 51).
Y si los militares de la época aceptaban sobornos, el elemento civil no quería arriesgar ni una peseta: Juan Ventosa, mano derecha de Francisco Cambó, y miembro destacado del grupo monárquico catalán que apoyaba al Pretendiente, llegó a decir que no dimitiría de sus cargos en el Régimen aunque don Juan se lo pidiese, porque temía por sus negocios (pág. 97). Un monárquico no sospechoso, Luis María Anson, ha explicado, en su libro Don Juan, que el marqués de Aledo, en una cena, rep-