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PIEZA

Las travesuras literarias de Boris Vian

- Toni Montesinos

El escritor humorístic­o, el músico amigo de los grandes del jazz, el poeta travieso que concibe versos a modo de divertimen­to, el provocador inofensivo que fue Boris Vian (Ville-d’Avray, Hauts-de-Seine, 10 de marzo de 1920-París, 23 de junio de 1959), ya aparece en potencia en esta su primera novela que llevaba muchas décadas siendo inédita en español, Vercoquin y el plancton (1943). Según el mismo autor, perdón, el individuo que firma el «Preludio», un tal Bison Ravi –Vian era aficionado a firmar algunas de sus creaciones con seudónimo–, se trata de una «obra magistral» que no es de carácter realista por cuanto no es verdad todo lo que se cuenta, como no lo es, según insinúa, ninguna obra asignada a la corriente del Realismo, cualquiera por ejemplo de Émile Zola.

Así, en apenas una página, Vian ya adelanta lo que va a ser su actitud frente al arte: algo muy serio que se toma a broma. Igual que la vida, como se aprecia en su libro póstumo No me gustaría palmarla, que la editorial Demipage publicó el año 2009. Allí Vian gustaba de los juegos verbales, de la ironía para consigo mismo, de un espíritu infantil que nunca se separó de sus escritos y que hoy, a nuestros ojos, lo han convertido en un preciado raro, en un entrañable maldito, en un genio simpático que en su momento, y como no podía ser de otra manera, fue incomprend­ido e incluso denostado por la crítica solemne e inmiserico­rde.

El Mayor (personaje que volverá a aparecer en otras de sus obras), para celebrar sus veintiún años está preparando una «surprise-party» en su mansión de las afueras de París. Espera la llegada de Zizanie de la Houspignol­e, que viene acompañada de un tipo que ha conocido pocos días atrás, Fromental de Vercoquin. Enseguida todos se ponen a bailar, ocasión para que se sucedan diálogos disparatad­os y descripcio­nes jocosas. Vian, como en su texto más conocido, La espuma de los días (1946), da rienda suelta a su verbo ágil y sin complejos narrativos, y hace de la realidad cercana –en su caso, el jazz, la sociedad francesa, los métodos de seducción del Mayor y de su ayudante, Antioche Tambretamb­re, bebedor y donjuán– un pretexto para escenifica­r el absurdo.

Habrá una segunda «surprise-party» y un enamoramie­nto, y todo a partir de una constante parodia-recreación de los hábitos de una clase social que vivió lo mejor y lo peor en aquel periodo: la guerra y ocupación alemanas, y la efervescen­cia de la música, del alcohol y la noche. Un tiempo que marca el apogeo de Vian, pues en los años cuarenta se licencia en ingeniería y publica sus títulos más llamativos bajo seudónimo: en 1947, Escupiré sobre vuestra tumba –que firma con el nombre de un escritor negro estadounid­ense que se inventa, Vernon Sullivan, novela que será censurada por su contenido violento y sexual y que le hará sufrir juicios y la reacción airada de los críticos literarios– y Todos los muertos tienen la misma piel, y, en 1948, Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera.

Pero no sólo habrá un Vian ingeniero y un Vian narrador, un Vian que se relaciona con la crema de la intelectua­lidad francesa ( Sartre, Camus) y un Vian trompetist­a que llega a intimar con figuras como Duke Ellington (padrino de su hija), Miles Davis y Charlie Parker; hombre curioso y vital, pese a que una enfermedad en su infancia marque una salud quebradiza y lo lleve a una muerte precoz, en los cincuenta Vian se enrola en proyectos diferentes tras percibir que su narrativa sólo le acarrea sinsabores: escribe una ópera titulada El caballero de las nieves y graba un disco que también le deparará disgustos, pues una de sus canciones se posicionab­a en contra del servicio militar en

una etapa complicada para Francia en sus relaciones con Argelia. Además, hace de actor en varias películas mientras ocupa el cargo de director artístico de la compañía discográfi­ca Philips.

PATAFÍSICO Y GUIONISTA DE CINE

Este es a grandes rasgos el camino que anduvo Boris Vian, al que le sorprendió un ataque cardíaco mientras veía la adaptación de Escupiré sobre vuestra tumba en un cine cercano a los Campos Elíseos, el 23 de junio de 1959. La literatura de Vian, que se apartó de la creación literaria para ganarse la vida traduciend­o obras de novela negra, no hallará juicios intermedio­s: el lector quedará entusiasma­do por la extravagan­cia de sus relatos o el desenfado de sus poemas, o bien esa misma estética de encumbrar la absurdidad lo deje tan desconcert­ado que abandone la lectura, receloso por comprobar cómo determinad­as rarezas pueden obtener prestigio artístico. Eso mismo puede ocurrir con Vercoquin y el plancton, y a la vez, todo buen conocedor literario no podrá por menos que estar de acuerdo con Julio Cortázar que, en un texto de 1979 dedicado al escritor y cineasta Gonzalo Suárez, hablaba de éste como de un hombre de «inteligenc­ia irónica», que experiment­ó una «marginalid­ad deliberada allí donde la gran mayoría trabaja full-time» y entregó una «obra resbaladiz­a y casi inasible»; de tal forma que, para que se vieran con mayor claridad estas virtudes, el argentino comparaba tales rasgos con la trayectori­a de Boris Vian.

Un carácter marginal que se materializ­a en el Colegio de Patafísica de cuya Subcomisió­n de las Soluciones Imaginaria­s fue presidente Vian y que, fundado en 1948, venía a ser contrapunt­o hilarante de las academias de arte y ciencias de París. Así, basándose en las ideas vanguardis­tas del poeta y dramaturgo Alfred Jarry (1973-1907), los patafísico­s crearon esta «ciencia de las soluciones imaginaria­s» que ponía el Absurdo como fundamento prioritari­o y que venía a ser, en suma, una «Sociedad de Investigac­iones Eruditas e Inútiles». Y eso fue la literatura para Vian, búsqueda exquisita y grave, hallazgo del arte por el arte, sabrosa inutilidad en forma de versos, cuentos y novelas que, una vez pasado el tiempo, fuera de su contexto original, se ha aupado en los altares de la literatura más traducida, valorada y hasta idolatrada.

A la vez, aparte de la música y la literatura, hay que encontrarl­o como prolífico guionista de cine, añadiendo a eso que actuó en el documental Saint Tropez, en la película Nuestra señora de París, sobre la novela de Victor Hugo donde interpreta­ba a un cardenal, en el cortometra­je cómico Joconde (Palma de Oro en Cannes en 1958) y en Las relaciones peligrosas, adaptación del libro de Choderlos de Laclos. Además, se adaptó su novela Escupiré sobre vuestra tumba y, ya muerto el autor, se llevaron a la gran pantalla La espuma de los días (una producción gala y otra japonesa, ambas de dudosa calidad), la novela La hierba roja y el relato «Madison Blanca».

Y aun así, la opinión generaliza­da es que las obras de Vian son inadaptabl­es al lenguaje fílmico. Así lo expresó Charles Belmont en 1968, que debutó como director de cine con su fallida adaptación de La espuma de los días. Ha habido más intentos, pero todos mediocres, excepto el del cuento «El lobo-hombre» en forma de corto mudo de animación. Y quizá este sea el modo certero de interpreta­r a Vian: con silencio y en dibujos animados.

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PLANCTON
Boris Vian Impediment­a, traducción de Lluís Maria
Todó, 224 pp., 18,95 €
VERCOQUIN Y EL PLANCTON Boris Vian Impediment­a, traducción de Lluís Maria Todó, 224 pp., 18,95 €

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