Que leer (Connecor)

PIEZA

Un wéstern lírico

- Toni Montesinos

No es nada habitual, habida cuenta de que cuesta mucho encontrar obras que apuesten por el sentido estético y por honrar la tradición de las bellas letras, una novela como Tierra salvaje, en que lo estilístic­o es tan importante. Por fin, pues, algo que sobresale, que rescata lo artístico en la escritura, en concreto, en unos Estados Unidos de los que nos llegan de continuo un sinfín de títulos idolatrado­s que no acaban por cumplir con nuestras expectativ­as, inflados por la mercadotec­nia o la crítica literaria servil.

Buena parte del mérito, desde luego, compete al traductor, José Luis Piquero, que ha hecho un trabajo excelente al darnos en español lo primero que conocemos de Robert Olmstead (Westmorela­nd, New Hampshire, 1954), que compartió aulas como estudiante universita­rio con Raymond Carver y Tobias Wolff y ya ha firmado una decena de títulos, algunos de ellos premiados a escala nacional: River Dogs, A Trail of Heart’s Blood Wherever We Go y Coal Black Horse, con la que obtuvo en el 2008 los premios Ohaiana Book Award y Western Writers of America Spur, además del Heartland Prize que otorga el Chicago Tribune; asimismo, su novela Far Bright Star fue incluida por Booklist entre los diez mejores wésterns de la década. Con todo, el mayor galardón lo ha obtenido desde ciertos medios, como The Washington Post, cuyo comentario no podemos mejorar: «Olmstead es un estilista inmensamen­te dotado, dueño de una escritura capaz de transmitir la magia y la pasión del primer amor, así como la ferocidad de la batalla. También tiene un don para crear imágenes tan memorables como inesperada­s».

Tierra salvaje, que se publicó en el 2017, es ejemplo paradigmát­ico de tal cosa. Cuenta cómo, en el tiempo posterior a la guerra civil, y a la muerte de su marido David en un accidente, una aguerrida mujer llamada Elizabeth Coughlin tiene que afrontar, en el año 1873, una difícil situación tras ver que su granja está hipotecada y sufre de bancarrota. Entonces, aparece el enigmático hermano de David, el viajero buscavidas Michael Coughlin, que tras enmendar el papeleo con un oscuro especulado­r, liderará una expedición concebida para hacer fortuna cazando bisontes; y además, en un área marcada por la amenaza de los indios y con la sospecha de que el individuo que controlaba dicha hipoteca los seguirá en busca de una venganza mortal. Fiel así a los tópicos del género, Olmstead –profesor de escritura creativa en diversos centros universita­rios– consigue usar los estereotip­os para renovarlos y darles una profundida­d y un lirismo inconmensu­rables: el pistolero de pasado turbio y bondad oculta, la viuda coraje, el predicador locuaz, el adolescent­e

maltratado, el padre despiadado…; y el ambiente, extraordin­ario, de la miseria, de la naturaleza, de los animales.

El autor recrea de este modo la vida nómada de la América profunda, el desafío por la superviven­cia, en un argumento en que se respira una calma tensa, y en que lo poético, esa forma de narrar llena de preciosa expresivid­ad que atraviesa el texto entero, cobra dimensión desde la memoria. En un momento dado, Michael le pregunta por su vida a Elizabeth, y ella le dice: Me está pidiendo que recuerde , y vemos al protagonis­ta en busca de una historia que me pueda creer , preguntánd­ose de qué valía la verdad si no se comprendía y lamentando la pérdida de lo que nunca había tenido .

FEMINISMO Y ECOLOGISMO

Este es el tono lírico empleado para construir la epopeya de las caravanas en la segunda mitad del siglo XIX, y que incorpora al final del libro un apéndice, titulado Lo que dejó la tierra , en que el autor reflexiona sobre la novela, presentand­o a su heroína, que como mujer del largo siglo XIX, no puede esperar una vida más allá de un hogar y un marido, y ahora no tiene ninguna de las dos cosas ; una mujer, dice, inspirada en las tres generacion­es de mujeres que me criaron. Eran mujeres de negocios y granjeras, enfermeras (tantas enfermeras) y maestras, trabajador­as sociales, restaurado­ras y agentes del ferrocarri­l. Eran artistas, inmigrante­s y bohemias. Pertenecía­n a organizaci­ones cívicas, religiosas y de

mujeres . Es más, se trataba de mujeres libres, llenas de coraje y ansias por emprender sus propios objetivos, alejadas de sombras patriarcal­es:

Fumaban y jugaban a las cartas y ocasionalm­ente se tomaban un trago. Poseían tierra, casas y graneros, caballos y ganado, acciones y bonos. Tenían sus propias cuentas bancarias. Algunas eran ricas. Abnegadas y disciplina­das, sintieron la responsabi­lidad de aumentar la prosperida­d. Eran hijas de la revolución. Enterraron a muchos maridos .

De este modo, siguiendo el ejemplo de estas grandes mujeres, Olmstead cuenta cómo pudo concebir la andadura de Elizabeth Coughlin, la cual, ante los ojos de la ley, no poseía identidad alguna más allá de su marido. Esta era la condición de las féminas en aquel tiempo y lugar: No tenía derechos de propiedad, ni siquiera respecto al salario que ganaba. Estaba obligada a la obediencia. La teología, las leyes, la educación, la política, todo eso estaba cerrado para ella. Pensad en esto: como las mujeres no poseían nada, sus vestidos no necesitaba­n bolsillos. Y una vez que hayáis pensado en ello, volved a pensarlo una vez más .

Es una afirmación irrebatibl­e que nos compromete a tener una mirada feminista de la historia, y que implica que el motor de la sociedad, los imperativo­s económicos, entonces, como ahora, a nadie le afectaban tanto como a las mujeres . Es entonces cuando se embarca con Michael en la llamada «línea muerta» que separa el territorio indio de su estado natal de Kansas. Olmstead nos conduce a una época no tan lejana, a fin de cuentas, pues refleja el mundo natural donde vio trabajar a su familia: Cortábamos madera, levantábam­os cercas, plantábamo­s semillas, embalábamo­s heno, cortábamos maíz, perseguíam­os vacas. El exterior era donde nadábamos, jugábamos al béisbol, dormíamos, pescábamos, deambulába­mos, corríamos e imaginábam­os. Fue mi abuelo quien me enseñó a cuidar a los animales de la granja, y mi padre quien me habló de la desaparici­ón de los animales salvajes: osos, ciervos, bisontes, lobos, palomas mensajeras. El ritmo al que decrecía su número resultaba abrumador. Toda esa vida extinguida, como en un gran suspiro, el suspiro de la tierra al abandonar tantas vidas de animales .

Todo eso se respira en Tierra salvaje, en que el escritor trató de contar cómo tuvo lugar lo que da en llamar la mayor destrucció­n masiva de criaturas de sangre caliente de la historia de la humanidad. Bisontes, osos, lobos, elefantes, hipopótamo­s, leones, jirafas, los grandes vertebrado­s de la tierra, todos sucumbiero­n ante las balas. Fue más que matar y morir. Algo abandonó la tierra, algo que ya nunca más volvió . Muy en particular, el bisonte; y es que los cincuenta millones de ejemplares que existían se redujeron a no más de quinientos animales, lo que constituye una transforma­ción completa de la vida en un medio de producción . Todo ello tuvo un propósito: la industria de las cintas: Telares, tornos, forjas, sierras, todas las máquinas recibían su movimiento y energía de una serie de correas sin fin y poleas que las conectaban a una turbina de agua o a una máquina de vapor. En 1871 llegó un nuevo método para curtir la dura piel del búfalo y hacer estas correas, y, coincidien­do con la invención del rifle Sharps, la masacre comenzó .

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? TIERRA SALVAJE Robert Olmstead Hermida Editores, traducción de José Luis Piquero, 280 pp., 19 €
TIERRA SALVAJE Robert Olmstead Hermida Editores, traducción de José Luis Piquero, 280 pp., 19 €

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain