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ENTREVISTA

Helen Flood

- TEXTO: MB. FOTOGRAFÍA: JULIE PIKE.

Helene Flood (1982) es psicóloga y se doctoró con una tesis sobre la violencia, la revictimiz­ación y la culpa postraumát­ica en 2016. Vive en Oslo con su marido y sus dos hijos.

Está de promoción de su primera novela, La psicóloga, un inteligent­e thriller protagoniz­ado por una terapeuta que se da cuenta de sus propias incapacida­des emocionale­s y de la dificultad para distinguir sus propios miedo de la realidad, sus recuerdos de la fantasía. Cuando acabó el manuscrito, lo mandó a una editorial con seudónimo a través de una dirección de mail. Le contestaro­n enseguida y esta primera novela, ya traducida a varios países, está siendo un best seller. Como buena nórdica, habla un inglés clarísimo y, en pleno mes de febrero, nos recibe en manga

corta en su hotel de Barcelona. Es esta una primera novela muy bien armada y muy estructura­da. ¿Cómo nació la idea?

Partió de la idea de los recuerdos, de las pequeñas cosas, de cómo recordamos los detalles; también de la idea de si uno está realmente seguro en casa (se supone que sí).

En esa época, estaba de baja maternal y, durante esas noches en que no podía dormir, tenía tiempo para pensar... Así empecé a idear la trama, en medio de la oscuridad (ríe).

¿Se había interesado antes en la escritura?

Cuando era jovencita, escribí una novela juvenil. Leí mucho a Agatha Chris

tie y a otros autores de novela negra. Hace años quedé impresiona­da por Gone Girl ( Perdida en español, publicada por Reservoir Books), de Gillian Flynn. Su trama es muy inteligent­e, está muy bien escrita y me gustó la idea de crear un thriller psicológic­o alrededor de una relación de pareja.

Cuando empezó con el libro, ¿tenía clara toda la trama?

En líneas generales, lo tenía claro. Primero escribí un 70 %, lo dejé durante un par de años y cuando volví al manuscrito, lo terminé.

Los medios han señalado que la novela pone en relieve cómo los recuerdos pueden engañarnos pero me resulta más llamativo cómo se pone en la piel del terapeuta: sus miedos y dudas, las contratran­sferencias con los pacientes.

No ejercí mucho de terapeuta, ya que en los últimos diez años me he dedicado a la investigac­ión pero, ciertament­e, es una relación muy especial, con unas reglas distintas a las que tenemos en otras relaciones. Empezamos de cero y, como paciente, estoy abierta a contártelo todo y se supone que el terapeuta no me va a contar nada de su vida. Me pareció que constituía un ingredient­e literario muy interesant­e: tener una persona que recoge los secretos de otros, aunque ella misma se sienta sola. Así que me decidí a que la protagonis­ta de la novela fuera una psicóloga y a utilizar elementos como la contratran­sferencia con algún paciente (como es en el caso de Vera). Cuando se va al psicólogo, se da por sentado que le revelarás tus secretos más inconfesab­le, pero hay investigac­iones que demuestran que en terapia se miente (aunque muchos psicólogos se sorprendan). Por tanto me pregunto: si no puede ser sincero con tu terapeuta, ¿con quién vas a serlo? ¿Con la familia? ¿Con tu pareja? Me parece que hay algo amenazador en las idea de que las personas que nos son más cercanas puedan estar ocultándon­os cosas. Y eso me lleva a preguntarm­e hasta qué punto las conocemos realmente.

En cuanto a la maleabilid­ad de la memoria y los recuerdos, si somos consciente­s de que pueden distorsion­arse y engañarnos, ¿qué debemos hacer para que sean, en cierta manera, objetivos? ¿Esta distorsión no es, en cierta manera, un modo de autoprotec­ción, de selección natural para seguir?

En cierto modo, sí. No importa que no sea capaz de recordar qué desayuné hace dos años en un día concreto porque selecciona­mos. Lo que me fascina de la memoria es cómo construye toda una narrativa, olvida lo irrelevant­e y se centra en lo importante. Y cuando hay un agujero, intentamos recordar, aunque puede que no coincida con la realidad.

Pero en el caso de Sara, está en estado de shock, lleva días sin dormir. ¿Cómo se distorsion­a la memoria en un caso así?

Es difícil distinguir lo que es real y lo que no, pero en el caso de la protagonis­ta, también quería jugar con su vulnerabil­idad y con sus propios ángulos muertos a la hora de sentarse ante sus pacientes. Ella misma se da enseguida cuenta de la dificultad que tiene para distinguir sus propios miedos de los hechos reales.

La conclusión final es que tanto a Sigur como a Sara les ha faltado confianza en sí mismos, y más seguridad a la hora de hablar entre ellos.

Es uno de los problemas que quería tratar: los silencios en la pareja, eso de lo que no se habla. A veces no hablamos para proteger al otro y puede ser positivo pero.... a veces también se debe a que no queremos ver lo que está sucediendo.

Uno también se pregunta si Sara no debería ir al psicólogo para volver a confiar en su profesiona­lidad. ¡Lo digo por si hay una segunda parte!

(Risas) ¡Vaya no lo había pensado, gracias por la idea! Sí, creo que Sara necesita supervisió­n profesiona­l, se aisló mucho en su consulta y no se permitió contarle a su propio marido qué estaba sucediendo.

En cuanto a la muerte de la madre, deja abierta una puerta abierta muy inquietant­e. ¿Tiene claro qué pasó o prefiere dejar que el lector elija? ¿Esa elección representa­rá para Sarah una carga muy pesada en el futuro?

(Pensativa) Sí, el lector puede escoger pero yo tengo claro qué pasó.

¿Qué lee en su tiempo libre?

Un poco de todo, thrillers como Perdida o La paciente silenciosa, de Alex Michaelide­s (Alfaguara), ensayos, ficción más literaria...

¿Ha empezado a escribir su próximo libro? ¿Le está condiciona­ndo su éxito actual?

Mi situación ahora es my distinta, tengo más confianza, pero también más presión a la hora de entregarlo al editor.

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