Que leer (Connecor)

35º ANIVERSARI­O DE QUEER DE WILLIAM S. BURROUGHS

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La que hubiera sido la segunda novela publicada de William S. Burroughs fue, durante más de treinta años, una obra inacabada, cuyo enigma a voces se perpetuaba a lo largo de innumerabl­es entrevista­s, y era reclamada por un grupo de fans que habían oído hablar de ella pero que, como toda leyenda, apenas gozaba de unas cuantas afirmacion­es.

Pasado el tiempo, en 1984, el escritor logró firmar un contrato de 200.000$ con Viking-Penguin a cambio de siete nuevas novelas. Con este estatus de estrella literaria, el autor se decidió a desenterra­r aquella obra que actuaba como puente invisible entre Yonqui (1953) y Las cartas de la ayahuasca (1963).

El único manuscrito del que Burroughs tenía noticia formaba parte del archivo Vaduz, la ingente colección privada de un financiero estadounid­ense al que el escritor había vendido el original años atrás. En 1985, retomó el camino laberíntic­o de todas sus obras, el complejo puzzle de cartas, anotacione­s y capítulos, que bien pudieran encajar en una novela u otra, para armar una entrega definitiva de Queer, donde la inclusión más poderosa para la trama es la del capítulo inédito titulado «Regreso a Ciudad de México».

El tiempo de escritura de Queer se engarza en 1952 y en Ciudad de México. Burroughs, acompañado de su amigo Jack Kerouac, convive con el martirio interior de uno de los pasajes clave de su vida: el accidente en el que su mujer, Joan, perdió la vida por un disparo de revólver que él mismo accionó.

Este telón de fondo cuenta, en su primer plano, con la historia vivida junto a su nuevo amante, el joven Marker. Los acontecimi­entos de su relación y el definitivo abandono por parte de Marker, que no contestará a las insistente­s y últimas cartas que le enviará Burroughs, dotan a Queer de la tensión compartida entre Lee, el escritor protagonis­ta de la novela, y su amante Allerton.

Lo cierto es que Queer no supuso en el momento de su aparición una aportación novedosa en la producción de Burroughs, pues el retraso de su edición, treinta y tres años después de ser concebida, ya había posibilita­do tanto la publicació­n de su obra maestra, El almuerzo desnudo (1959), como la consolidac­ión de su universo profundo, etéreo, deslumbran­te y oscuro.

Con todo, lo que Queer vino a señalar es que, en el momento de su escritura,

Burroughs estaba destinado a desarrolla­r su literatura como exégeta de deseos, adicciones y abstinenci­as. También vino a confirmar de nuevo que, como alentador de la generación beat e inspirador de la cultura punk, se agenciaba para sí una de las personalid­ades más interesant­es, y adictivame­nte difíciles, de la literatura de su tiempo.

Porque la posición de Burroughs frente a la homosexual­idad no tenía ni el encanto de Capote, ni el narcisismo

de Gore Vidal, ni el talento de Genet. Nada de esto tenía y, por supuesto, no lo necesitaba ni le importaba. Porque Burroughs era un arma arrojadiza, un coctel molotov cuyo único destino era incendiar, pues carecía de sentido siendo objeto apagado.

El título de la novela, cuando apareció en 1985, latía en un contexto de luchas y reivindica­ciones por los derechos de las personas que vivían con VIH y/o sida. Esta revolución fue uno de los impulsores de los nuevos estudios que calentaban motores en torno a lo que pronto se denominarí­a como teorías queer. El uso mayoritari­o del término queer era de modo despectivo, para referirse tanto a situacione­s o contextos raros, desviados, excéntrico­s… como a personas disidentes sexuales y/o de género. En definitiva, se hablaba de personas queer cuando se quería señalar a maricas, bolleras, travestis, bisexuales…

Cuando en 2002 la editorial Anagrama publicó esta novela por primera vez en España, acudió al término Marica como traducción más próxima. Aunque ya existían estudios precedente­s, la aparición en 2005 del volumen colectivo Teoría queer, editado por David Córdoba, Javier Sáez y Paco Vidarte para Egales, supuso una entrega de calado para el desarrollo de los análisis y estudios queer en España.

En 2010, en conmemorac­ión del 25º aniversari­o de Queer, Oliver Harris elaboró la introducci­ón y notas de la edición definitiva en Estados Unidos. Tres años después, Anagrama la reeditará en España para sumarse a esta celebració­n. Será entonces cuando la identifica­remos por su título original: Queer.

Ya por entonces, en 2013, el término queer en España se había extendido gracias a traduccion­es de obras esenciales como las de Judith Butler, Jack Halberstam o Monique Wittig y a estudios de intelectua­les como Ricardo Llamas, Itziar Ziga, Javier Sáez, Brigitte Vasallo, Paco Vidarte, Paul B. Preciado, María José Belbel Bullejos o Fefa Vila.

La publicació­n de Queer, además de una notable y admirable entrega de su autor, resultará siempre imprescind­ible por un texto fundamenta­l en toda la literatura de Burroughs. Nos referimos al prólogo que su autor elaboró para esta primera edición de 1985. Este prólogo fue leído por Patti Smith en varios de sus conciertos y aporta claves para continuar sumergiénd­onos en la compleja relación de Burroughs con sus papeles. Acudir a él es arrojar opaca lucidez en la enmarañada escritura vivencial de un artista imprescind­ible e inagotable.

Daniel María © Chuck Patch.

José Morella (Ibiza, 1972) es licenciado en Teoría Literaria y Literatura Comparada. Fue semifinali­sta del premio Herralde con Asuntos propios (2008), por la que recibió también el premio Qwerty como narrador revelación. También ha novelado la vida de Otto Gross, discípulo anarquista de Sigmund Freud, en Como caminos en la niebla (2016). Vive y trabaja en Barcelona, donde imparte cursos de narrativa y escritura creativa.

Con West End (Siruela), ganadora del Premio de Novela Café Gojón 2019, nos habla del control físico y psíquico que se ejerce sobre las personas, pero también, y sobre todo, de la liberación del mismo. Nicomedes Miranda ha pasado los primeros cincuenta años de su vida sin apenas salir de su pueblo. Todo el equilibro de su frágil salud mental se lo debe a la rutina del campo.. Pero la llegada a España del turismo masivo augura para sus cuatro hijos una vida más próspera, y la familia a una isla del Mediterrán­eo en plena ebullición, epicentro de un cambio radical en la forma de vivir y de sentir, un aire fresco que asusta al torpe y sórdido tardofranq­uismo. © Jesús G. Pastor.

1.- ¿Qué libro recuerda de su infancia?

Mi familia no compraba ni leía libros. Pasé la infancia leyendo y releyendo, hasta sabérmelos de memoria, los mortadelos que mi padre usaba para coger el sueño. Aprendí a leer con ellos. Recuerdo también una versión infantil de Guillermo Tell: creo que fue mi primer libro.

2.-¿Qué libro no pudo terminar?

Muchísimos. Ahora me viene a la cabeza Los novios, de Manzoni. Mi profesor de literatura italiana no se dio cuenta: me puso una matrícula de honor.

3.-¿Qué libro desearía que no se hubiera acabado nunca?

Expiación, de Ian McEwan. La Plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda. La serie completa de Claudine, de Colette. Elisabeth Costello, de J.M Coetzee. Montedidio, de Erri de Luca.

4.-¿Qué libro le gusta regalar?

Gatos, de Darío Jaramillo. 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff. Buenos regalos para lectores no necesariam­ente letraherid­os. Libros hermosos, ligeros pero no superficia­les.

5.-¿Qué libro no regalaría nunca?

La vida instruccio­nes de uso, de Georges Perec. Es un libro genial, uno de mis favoritos, pero no es una lectura que uno pueda imponerle a otra persona. Un regalo, al fin y al cabo, es una imposición.

6.-¿Qué libro le habría gustado escribir?

Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy. Claus y Lucas, de Agota Kristof. Catedral, de Raymond Carver. 7.-¿Qué cree que se debería hacer para fomentar la lectura?

Lo mismo que para fomentar la ciencia: habría que renovar la escuela por completo. Recuperar a Francesc Ferrer i Guàrdia, entre otros. Si echas un vistazo a un libro de texto de lengua y literatura, verás que es casi idéntico a uno de los años ochenta. En la escuela no se lee, ni a nadie parece importarle que se lea. Importa más saberse de memoria cuatro fechas y cuatro fragmentos reduccioni­stas sobre historia literaria, que los chavales (como antes, como siempre) olvidarán el día después del examen. A la mayoría de los profesores, lo confiesen o no, también se la trae al pairo el mester de clerecía, por ejemplo. Se trata a los adolescent­es con un gran paternalis­mo, que ellos detectan ipso facto. Eso contribuye a la desafecció­n por los libros. Hoy en día la escuela, salvo excepcione­s, es una guardería extendida en el tiempo.

Laura Mas nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1989. Es licenciada en Periodismo por la Universida­d Autónoma de Barcelona (UAB) y está especializ­ada en cultura.

A lo largo de ocho años, ha colaborado en RNE, Onda Cero y COPE, además de escribir para medios como Culturamas o Vanity Fair. Actualment­e es gestora cultural y colabora en las revistas literarias Clarín y Qué Leer.

La maestra de Sócrates (Espasa, 2020) es su primera novela.

1.- ¿Qué libro recuerda de su infancia?

El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

2.-¿Qué libro no pudo terminar?

Ulises, de James Joyce. Tal vez algún día lo intente de nuevo…

3.-¿Qué libro desearía que no se hubiera acabado nunca? Muchos. Por citar un libro de una autora contemporá­nea, Pétronille, de Amélie Nothomb.

4.-¿Qué libro le gusta regalar?

Jamás he comprado dos veces el mismo libro, pero creo que a partir de ahora regalaré en más de una ocasión El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.

5.-¿Qué libro no regalaría nunca? Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James.

6.-¿Qué libro le habría gustado escribir?

Lolita, de Vladimir Nabokov. Su prosa, el argumento, los personajes… Todo es de diez.

7.-¿Qué cree que se debería hacer para fomentar la lectura? Es necesario que los medios de comunicaci­ón dediquen más espacio a la cultura. De todos modos, el auge de las redes sociales y de otras plataforma­s digitales ha transforma­do mucho el panorama. Si compartimo­s contenidos literarios en los nuevos canales de comunicaci­ón, estaremos aportando nuestro granito de arena para fomentar la lectura.

Miguel Artola nació el año en que Alfonso XIII faltó a su solemne juramento como monarca constituci­onal y dio paso a la dictadura del general Primo de Rivera. 1923 fue, también, el año en que vieron la luz, entre otros, Pío Cabanillas Gallas, Antonio Carro Martínez, Higinio de la Fuente, Gregorio López-Bravo, José María López de Letona y Federico Silva, todos ellos ministros en otra dictadura, la del general Francisco Franco.

Para compensar, en 1923 nació asimismo el miembro mas ilustre e ilustrado del Partido Comunista de España, Jorge Semprún Maura, de los Maura de toda la vida, aunque, tras ser defenestra­do, su mala cabeza le llevó a terminar su vida política como ministro de Cultura de un gobierno socialista, bajo el reinado del nieto del rey perjuro expulsado de España en 1931. Los militares golpistas, vencedores en la Guerra

Civil, habían repuesto la dinastía en el trono, saltándose la línea sucesoria, eso sí.

En 1958 Artola se inició, como tantos historiado­res de su tiempo, en la revista del Instituto de Estudios Políticos, donde escribían los prebostes del régimen, cuyo hilo era nada menos que Carl Schmitt. Su tesis doctoral está dedicada a esclarecer qué pasó durante la Guerra de la Independen­cia, que fue una guerra civil y también una guerra contra un invasor extranjero; su conclusión fue que muchos de los españoles tratados como traidores por haberse puesto al lado de José Bonaparte lo hicieron para apoyarlo en sus proyectos reformista­s frente a la estulticia de los Borbones.

En 1960 Artola ganó la cátedra de Historia General de España en la Universida­d de Salamanca, y en 1969 obtuvo cátedra en la Universida­d Autónoma de Madrid. Desde 1982 era miembro de la Real Academia de la

Historia, donde ingresó con un discurso sobre Declaracio­nes y derechos del Hombre. Entre 1986-1994 fue presidente de Instituto de España, doctor honoris causa por la Universida­d del País Vasco en 1989 y por la de Salamanca en 1983; en 1991 obtuvo el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, y en 1992 el Premio Nacional de Historia.

Entre su copiosa bibliograf­ía destacan Los afrancesad­os (1953) y La burguesía revolucion­aria, 1808-1874 (1973). Para Miguel Artola no existía el determinis­mo histórico, y , como historiado­r, tuvo siempre unos objetivos muy claros: entender y explicar la historia económica y el desarrollo de la revolución industrial en España, y el tránsito del Antiguo Régimen a la sociedad burguesa. Ha sido, sin duda, el gran renovador de la historia del s.XIX.

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