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MARÍA FERNANDA AMPUERO Me obsesiona la violencia: cómo unos destruyen a otros

La autora ecuatorian­a María Fernanda Ampuero, después de un exitoso primer libro de cuentos, lanza una segunda colección en que se palpa el actual sufrimient­o de muchas mujeres marcadas por la desigualda­d y la violencia.

- TEXTO: TONI MONTESINOS

> Abre su libro con una cita de Clarice Lispector, que como suele ocurrir con esta autora, tiene un gran misterio y elegancia: Escribir es también bendecir una vida que no ha sido bendecida . ¿Qué significa para usted tal frase y por qué la eligió para este libro de relatos? Elegir el epígrafe es, de todas las decisiones alrededor de la escritura, una de las que más me gustan. Me entusiasma iniciar una conversaci­ón con otras autoras, romper las distancias y traerlas a la actualidad con ese preciso (y precioso) fragmento que resume la escritura de ellas, pero también la mía. Eso es hermosísim­o, esa comunión, esa especie de plegaria, ese resumen absoluto de lo que se va a leer. Es como armar

un árbol genealógic­o: yo vengo de esto y porque vengo de esto es que escribo lo que escribo y cómo escribo. Me gustó mucho una cosa que descubrí en el libro La conspiraci­ón de las lectoras de María Teresa Rodríguez y José Antonio Marina que dice «Nietzsche, en un momento de gran lucidez, dijo que cada cual debía elegir su genealogía, es decir, qué vida del pasado va a continuar». Me gusta esa idea de la genealogía a la hora de elegir un epígrafe. Decir al lector «esto soy también». La cita de Lispector, en concreto, la elegí para este libro porque creo que la idea de bendecir a los no bendecidos es una forma maravillos­a de resumir toda la literatura que a mí me ha importado en la vida. Además, la idea de bendición me gusta mucho porque es algo así como un superpoder: las madres bendicen, por ejemplo, y eso requiere que ellas tengan la convicción de que el amor que sienten, que es tan inmenso, tan profundo, puede salvar. En este libro hay sacrificio­s humanos y también bendicione­s.

> Usted ha tenido un gran trato por parte de la crítica, incluso a escala internacio­nal, y le han llovido los parabienes y premios, con unos pocos libros, de crónicas y cuentos. ¿Se diría, y esto es realmente esperanzad­or para el mundo de las bellas letras, que no sólo en la novela se puede llegar a un público masivo?

Le agradezco esa pregunta por lo que dice y por lo que permite decir: creo que el relato es un género que construye lectores, pensemos por ejemplo en nuestras primeras lecturas, y, a la vez, siento que para mí, como latinoamer­icana, en el relato siempre ha habido una literatura inmensa. Recuerde a Borges, que no escribió novelas. Recuerde a Rulfo, que escribía universos infinitos en formato corto. Recuerde a Lispector, cuya escritura en el relato, me parece a mí, alcanza límites extraordin­arios. Recuerde a Amparo Dávila, madre de todos. Pero también pensemos en la Latinoamér­ica contemporá­nea que es impensable sin Schweblin, Enriquez, Ortuño, Nettel, Colanzi y tantas otras. Creo que sabemos el nombre, y conocemos la obra, de estas personas gracias a sus libros de relatos y, fíjese, ellos son la literatura latinoamer­icana contemporá­nea.

> En este su segundo libro de cuentos hay un nexo común, doce historias realmente duras que en muchas ocasiones se vinculan con la violencia de género. ¿Se propuso de entrada hacer un libro con este asunto unitario o fue otra la concepción del libro?

Yo escribo sobre lo que me obsesiona y a mí me obsesiona la violencia: cómo unos destruyen a otros. Con eso en mente creo que escribo sobre violencia contra las mujeres porque las mujeres son el epicentro de las violencias del mundo. Piénselo: ¿quiénes son botines de guerra? ¿Quiénes son vendidas como objetos sexuales? ¿Quiénes son las que están siendo asesinadas por sus maridos o sus parejas mientras usted y yo hablamos? ¿Quiénes están intentando dar de comer a los niños cuando no hay más que polvo y piedras? ¿Quiénes están cuidando a los mayores españoles por un sueldo mísero? ¿Quiénes están ahora mismo en condición muy similar al secuestro en los puticlubes de las ciudades que usted y yo habitamos? Yo no me propongo escribir sobre la violencia contra las mujeres, sino sobre la gente a la que el mundo usa de sacrificio humano, aquellos que viven sin recibir una gota de piedad, una bendición. ¿Quiénes son? Muchísimas veces las mujeres, pero también la infancia, la inmigració­n, la diferencia sexual.

> ¿Qué simbolismo o función ejerce el término sacrificio­s en la obra?

Somos porque alguien se sacrificó por nosotros. Las madres, por ejemplo, dejaron de hacer cosas que quizás quisieron hacer siempre y no pudieron porque nos trajeron al mundo. La vida de un ser humano implica sacrificio de sus padres, casi siempre de sus madres. Pero también están todas aquellas personas cuyas vidas consisten en facilitar las nuestras. Hablo de privilegio­s. No tener privilegio­s es ser un sacrificio. Hablo de los trabajador­es extranjero­s, de las mujeres que cosen nuestras ropas por monedas, del personal sanitario y de limpieza de los centros de salud (que han puesto el cuerpo frente al virus), de las que limpian para que nosotras podamos escribir, de los niños que no importan, que se mueren de hambre, y eso no es grave porque son de otra raza, de otro color o viven en chabolas. Nuestras vidas son impensable­s sin los sacrificio­s que hacen cada día otras miles de personas para que nosotras tengamos privilegio­s. Resumo: el privilegio se sostiene en los sacrificio­s humanos.

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Ya el primer cuento presenta la sensación asfixiante de ser mujer en ciertas circunstan­cias y territorio­s, siempre amenazada por la agresivida­d masculina y la injusticia social, más si cabe cuando está el asunto de la emigración por en medio. ¿Esa y otras historias parten de sucesos reales que han llegado a su conocimien­to, es esta su manera de denunciar lo que padecen innumerabl­es mujeres en América Latina?

Ese primer cuento no transcurre en América Latina, sino en algún país de eso que se llama norte. En ese norte hay una noción que me resulta chocante: en nuestro continente pasan las peores cosas imaginable­s y, en cambio, en Europa o Estados Unidos hay un mayor respeto a los derechos humanos, cero monstruosi­dades, democracia en serio. Algo así como civilizaci­ón versus barbarie. Esa idea perpetúa una relación de ellos y nosotros que a mí me apetece mucho dinamitar. Una de las primerísim­as violencias es la de la explotació­n de unos a otros y eso viene claramente

de los países ricos, de los que hicieron colonias con todos nosotros. Los países ricos, con su avaricia feroz, permiten que existan casi todas las violencias latinoamer­icanas. ¿Quién consume la droga, por ejemplo? En fin, yo denuncio la violencia del mundo, no la violencia de América Latina. El trato que España da a sus inmigrante­s es perverso y la población vive tranquila, paga impuestos sin querer saber que una parte de esos impuestos va a destruir la vida de muchas personas (encerrándo­los en CIES, por ejemplo) que lo único que quieren es tener una oportunida­d. Lo que queremos todos. Es doloroso constatar que no hay piedad en los países ricos. Ninguna. Queremos seguir comprando, viajando, cambiando de coche, hipotecánd­onos sin pensar en quiénes son los «muertos de esa felicidad» para citar la canción de Rodríguez. Es importante pensar en los muertos de nuestra felicidad, esos son los sacrificio­s humanos.

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Con su primer libro, Pelea de gallos, tuvo un gran éxito retratando la dura realidad latinoamer­icana. ¿Considera que hace una literatura social? En ese caso, ¿tiene algunos referentes que para usted son inspirador­es a la hora de volcar en narrativa los problemas de desigualda­d o pobreza en la población?

No, considero que hago literatura. Cualquier epíteto que acompaña a la palabra literatura le resta, la convierte en otra cosa, una cosa peor. La literatura no puede tener una función, aunque los lectores, con su lectura, puedan llegar a conclusion­es. Una cosa hermosísim­a de la literatura es que permite generar compasión –padecer con–, una compasión profundísi­ma que cambia nuestra forma de ver el mundo y de habitarlo. Mi referente absoluto en todo lo que hago es la literatura de terror y en la literatura de terror se han contado las desigualda­des del mundo –la relación de víctimas y victimario­s– desde hace muchísimo tiempo. Contar en clave de miedo, del miedo de aquel al que llamamos otro, nos permite entender el horror que significa estar en sus zapatos.

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Otro asunto frecuente en los escritos de Sacrificio­s humanos es la referencia a la infancia, o a la mirada o recuerdo de alguien joven hacia los adultos de alrededor. En el cuento hermanita se llega a decir: La edad de la inocencia es la edad de la violencia . ¿Qué quería decir exactament­e con ello, puede especifica­rlo, por favor?

Siempre he dicho que crecer es realmente la pérdida de la inocencia. Crecer es ver y ver de verdad es casi siempre terrible. Hay ahí, en toda adolescenc­ia, un dolor brutal, una soledad, un desamparo. Los chicos se tienen que hacer hombres y las chicas se tienen que hacer mujeres. Las cosas que se esperan de nosotras y nosotros, si lo miras bien, atemorizan muchísimo. A mí me gusta como material literario esa edad fronteriza entre una cosa y la otra, esa edad en la que tienes que cambiar de piel como los animales y, de alguna manera, nacer distinta. Todo eso, en mi caso, fue violentísi­mo. El animal que hay debajo de la nueva piel es extraño y frente a ese extraño tienes que empezar a vivir en un mundo que no tiene ninguna compasión contigo.

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La literatura ecuatorian­a es una de las más desconocid­as por parte de España, ¿qué virtudes y alicientes cree que tienen sus autores, pasados y actuales, de cara a conquistar a nuevos lectores? ¿Se siente deudora de los autores de su país?

Me siento heredera de las autoras de mi país, sí. Creo que el desconocim­iento de la literatura ecuatorian­a en el mundo se debe, en gran parte, a que se silenció, discriminó y editó poco y mal a las mujeres. En este país hay una autora llamada Lupe Rumazo que es una llamarada de genialidad, es un rayo, así, que enceguece, y el mundo la puede conocer fuera de nuestras fronteras apenas hace un par de años gracias a que Seix Barral en Colombia, a recomendac­ión del escritor ecuatorian­o Leonardo Valencia, ha vuelto a editar su obra maestra Carta larga sin final. Ese libro estaba agotadísim­o hace años en Ecuador y ella era una autora conocida en pequeños corrillos de especialis­tas. Tú pones en Google «literatura ecuatorian­a» y no te salta, de primera, Lupe Rumazo. Debería, pero no. Luego está Ileana Espinel, una poeta que te pone la piel de gallina de lo extraordin­aria que es. Lo mismo: se conoce en pequeños espacios de culto. Alicia Yánez Cossío, que ganó el Sor Juana en México, se ha leído poco dentro del país, así que imagínate fuera, y es, de la historia de la literatura ecuatorian­a, uno de las personas más valiosas. Sus novelas se adelantan décadas a los temas que estamos tocando en la actualidad. Tiene noventa y muchos años, sigue viva, y no se la ha reeditado apropiadam­ente. Este es y ha sido un país salvaje con sus artistas mujeres. Un país increíblem­ente machista que encumbró mucho autor mediocre solo porque era hombre en detrimento de escritoras brillantís­imas a las que se les negaron los espacios. El premio más importante de nuestra literatura, el que tiene un aporte económico para que puedas dedicarte al arte en tu vejez, por ejemplo, se le ha dado a un ochenta por ciento de hombres. Así de violento, así de injusto.

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En sus cuentos se ven casos terribles de acoso sexual a menores, violacione­s… ¿Teme que esos temas morbosos y desoladore­s puedan asociarse demasiado a usted hasta etiquetarl­a? ¿Hay en sus cuentos, y en su mirada hacia el mundo y el futuro, resquicios para la esperanza o la felicidad?

Lo de las etiquetas no me importa mucho. Diré lo que tengo que decir hasta que sienta que debo hacerlo y después desaparece­ré. No me interesan las glorias literarias, se lo digo de verdad. Es muy bonito tener lectores y ser tomada en cuenta, como ahora, pero es infinitame­nte más bonito saber que diste hasta la última gota de talento, de fuerza, de ira, de sangre, de brillo que tenías para crear un libro. Usted dice que escribo cosas «morbosas y desoladora­s» y yo pienso que escribo cosas verdaderas. Algo que no voy a ser nunca es complacien­te, moderada, tibia. No tiene sentido para mí escribir de esa manera: hay muchos libros extraordin­arios y no nos alcanzan la vida para leerlos, no vine a competir por un lugar en ese mercado. Yo digo lo mío, lo digo dejándome la piel, casi cortándome el cuerpo, y es porque siento que eso no se ha dicho. Si hago una literatura sin desolación, plácida, que no moleste, pique o golpee no seré yo y no tendrá sentido que un libro mío exista. Ya hay miles, millones. Dicho esto, en mi vida hay muchas ventanas, ya no resquicios, para la esperanza y la felicidad, no soy una mujer amarga, pero como escritora quiero usar las llamas para quemarme y quemar. Es la única forma de escribir.

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María Fernanda Ampuero Páginas de Espuma, 144
pp., 15 €
SACRIFICIO­S HUMANOS María Fernanda Ampuero Páginas de Espuma, 144 pp., 15 €

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