CONFESIONES DE ESCRITOR
Arturo San Agustín
(Barcelona, 1949) es licenciado en Ciencias de la Comunicación, periodista y publicitario.
Durante 10 años escribió una columna diaria en El Periódico, medio donde también ejerció de entrevistador, por cuya tarea mereció el premio Ciudad de Barcelona de Periodismo. Después de escribir una columna semanal durante varios años en El Mundo, actualmente escribe en La Vanguardia.
Fue Premio Plaza Mayor de poesía y finalista del premio Antonio Machado de narraciones breves. Como director creativo trabajó durante una década en las principales agencias de publicidad españolas y sus trabajos fueron premiados en dos ocasiones en el Festival de Cine Publicitario de Cannes. Es autor de 12 libros y ahora publica Amanecer en el Gianicolo, un personal recorrido por Roma que despliega una catálogo de sensaciones que, con el paso del tiempo, se han convertido en imperecederas en la memoria del autor. Su Roma es una amalgama de recuerdos, una ciudad caminada, hecha de películas, de calles adoquinadas, canciones populares, alcachofas, callos a la romana, miradas, espaguetis, exhibicionistas textiles, fettucini, vino y conversaciones en una terraza al anochecer romano.
1. ¿Cuándo empezó a escribir?
Empecé a escribir a los siete u ocho años. Quizá mi condición de hijo único, es decir, la soledad, me obligaba a escribir cosas que prefiero olvidar. También algunas lecturas, Robert Louis Stevenson, por ejemplo, influyeron en lo que aún y pese a todo considero mi vocación. Lecturas y, por supuesto, las películas del Oeste, que era donde aún habitaba la épica. Los entonces llamados tebeos nunca me interesaron mucho. La única excepción fue el capitán Trueno. Dicho lo cual reconozco que, más que leer y escribir, me hubiese gustado vivir. Afortunadamente el periodismo me dio esa oportunidad, la de vivir. Un periodismo que ya no existe.
2. ¿Cuándo y cómo escribe?
Ahora suelo escribir por la tarde, pero hasta hace unos años era en la noche cuando me apetecía hacerlo. Escribo, sentado, en una habitación atestada de libros y a la derecha de una ventana que no da a la calle. Quizá, pues, me sobra la ventana. En mi muy desordenada mesa también hay demasiados libros. Creo que para escribir no es bueno poder disfrutar de un paisaje privilegiado. Cuando escribo suelo acabar siempre descalzo.
3. ¿A mano o a máquina? (la escritura, no el lavado).
Nunca pude escribir a máquina, pero después de vencer mi miedo a la nueva tecnología ya solo escribo en el ordenador, cuyas muchas prestaciones desconozco. Evidentemente las notas las escribo a mano. Lo que ocurre es que luego me olvido, siempre, de consultar esas notas.
4. ¿Tiene alguna manía o hábito ante el momento de la escritura?
Mi manía es la que ya he contado antes, que siempre acabo escribiendo descalzo. Y, fatalmente, cuando me levanto para beber agua siempre tropiezo con algo y, a partir de cierta edad, los dedos tampoco son ya lo que fueron. Si hablo del agua es porque hace un tiempo me prohibieron el vino, que para mí era literatura de la buena. Vivir sin vino es solo sobrevivir. Y, además, en blanco y negro.
5. ¿A quién pediría consejo literario?
Creo que no le pediría consejo a nadie. Pero sí me gustaría transcurrir una tarde con el príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa, el autor de El gatopardo. Afortunadamente he tenido la inmensa suerte de cenar muchas veces con el profesor, crítico literario y traductor Jordi Llovet, que viene a ser como cenar con la literatura y el ingenio.
6. Si pudiera reencarnase en algún escritor/es, ¿a quién elegiría?
No me gustaría reencarnarme en nadie. Creo que una vida terrenal es más que suficiente.
7. ¿Qué recomendaría a los autores noveles?
Como no me gusta recibir ni dar consejos, a un autor novel le diría que si uno no nace en el seno de cierta burguesía, no pertenece a algún partido político, no trabaja en televisión, no es hija o hijo de editor o editora idealizada y no tiene periodistas amigos influyentes, lo tiene crudo. Y, desde luego, también le diría que uno solo se debe presentar a los premios literarios o más o menos literarios que sabe que va a ganar. Porque los premios no se ganan, se encargan.