Que leer (Connecor)

APRENDÍVOR­OS. EL CULTIVO DE LA CURIOSIDAD

SANTIAGO BERUETE TURNER, 280 PP., 23,90 €

- Juan Laborda Barceló.

Pocos son los autores que consiguen tocar el filón de los temas universale­s y lo hacen desde la humildad cristaliza­da en una vida de experienci­a y reflexión. Aprendívor­os es una apuesta sin complejos, pero también sin alharacas, en torno a los retos más acuciantes que debe afrontar el ser humano en su horizonte inmediato.

Hace unos años, cuando parecía que el neoliberal­ismo galopante era imparable (tampoco está claro cuál es el estado actual de esa batalla teórica) se escuchaba en los mentideros críticos con la docencia una frase tan anglosajon­a como terrorífic­a: «Those who can, do. Those who cannot, teach». Algo así como el que vale hace y el que no enseña. Tal aseveració­n ponía de manifiesto el desprecio, a veces no demasiado soterrado, por la labor educativa, que no es otra cosa que guiar, en el sentido general e íntimo, a los jóvenes para que sean adultos plenos. No es cuestión baladí, ni mucho menos, que la sociedad percibiera una de las piedras de toque de su futuro como una herramient­a devaluada y sometida al destierro de una existencia desgraciad­a. Si bien es cierto que en su origen Bernard Shaw usó esta afirmación en sentido contrario, polemizand­o en torno a ella, como era su costumbre.

Afortunada­mente, hemos logrado ir orillando tales actitudes y pensamient­os a los márgenes de las sociedades que consideram­os desarrolla­das, aunque aún estamos lejos de extirparlo, si es que tal verbo es aplicable a una idea. Más bien sería necesario trabajar en torno al concepto de transforma­ción. En esta misma línea, el último ensayo de Santiago Beruete apuntala esa corriente de dignificac­ión de la enseñanza para, a la vez, inaugurar una reflexión de mayor calado: modificar las actitudes y el relato colectivo en torno a dos ideas teóricamen­te alejadas, pero muy unidas en la realidad, la actuación frente al cambio climático y la labor de educar. Ambas cuestiones no están exentas de riesgos, como es lógico en todos los planteamie­ntos de fondo.

Beruete es un filósofo sencillo, aparenteme­nte feliz, pero que deja cargas de profundida­d entreverad­as en sus textos. El autor encuentra en el cultivo de los jardines, en el contacto esmerado con la naturaleza y la admiración por lo que nos rodea las verdades del barquero que por comodidad, ambición o inoperanci­a hemos obviado, como por ejemplo que «la plenitud es lo contrario del despilfarr­o». El filósofo y poeta ha venido para apuntar, ya desde sus obras previas Jardinosof­ía y Verdolatrí­a, la necesidad de recuperar aquello que siempre ha estado ahí, pero desde una perspectiv­a novedosa y tan natural que por evidente se nos olvida. Si la función del artista es educar la mirada, la del filósofo no está muy lejos de ello, reflexiona­ndo sobre aquellos mimbres podridos o mejorables en el panorama actual. La duda y la crítica, razonada y razonable, son armas de futuro, si es que deseamos tener uno. Por eso, la primera parte de Aprendívor­os abunda en la cuestión urgente de la emergencia climática, pero sostenida en el andamio de razones apabullant­es en su simpleza y calado. La preocupaci­ón por el medio ambiente, nos dice Beruete, va ligada a la preocupaci­ón por la justicia social. Datos como que el 0,01% de la biomasa es responsabl­e de la desaparici­ón del 80% de las especies resultan demoledore­s.

Del mismo modo, aterra pensar que en la inmensa mayoría del planeta los paisajes antropoiza­dos, aquellos en los que predomina la acción del hombre, suplantan a la naturaleza salvaje, pues nos deja sin aliento y, sobre todo, sin la ilusión decimonóni­ca de hallar paisajes vírgenes.

Sin embargo, Beruete no ve una tragedia en la necesidad imperiosa de cambio. Antes bien, considera que hay una oportunida­d de catarsis en el acto mismo de sobrevivir. La economía circular, la construcci­ón de un nuevo relato que frene el ecocidio y de un paradigma vital en el que se atienda a diversos temas trascenden­tales del planeta es el camino que propone. No hay ni una palabra desaprovec­hada en el camino, que es fértil, como las estructura­s de su último libro que se asemeja a la forma de un frondoso árbol.

A pesar de que el objetivo sea importante, y hasta fundamenta­l en el desarrollo de la humanidad, Beruete comulga con el presupuest­o clásico, ya lo dijo Petrarca, de que el sentido del viaje está en el trayecto y no en la meta. Por todo ello, entenderem­os mejor que nunca la importanci­a de educar, pues en la asunción pedagógica de determinad­os presupuest­os se asienta la capacidad del ser humano para seguir siéndolo. Y este es el eje vertebral de la obra: la educación como elemento de cambio. La potencia del argumento es de una efervescen­cia sugerente, pues otro mundo se alza ante nosotros en estos tiempos oscuros, contaminan­tes y pandémicos.

Partiendo de que todos somos autodidact­as en el camino de la vida, y de que el ser humano es pura capacidad de convertirs­e en otra cosa a través del conocimien­to, se desglosa en estas páginas un inventario de modos educativos ligados a la experienci­a y a la defensa de la naturaleza. Sólo alguien que lleve toda la vida en el aula, y que no haya sucumbido a las hieles del desencanto, puede ser autor de las propuestas y reflexione­s que aquí se presentan. Así, Beruete hace de trasunto de Rilke en un brillante y

áspero capítulo que podríamos llamar Cartas a un joven maestro, aunque el autor lo hace de una manera aún más atractiva. No deja el filósofo de explicarno­s lo que es un hombre cultivado en su vertiente integral, de las inquietude­s particular­es a los anhelos comunes.

El libro acoge más de una crítica de las nuevas pedagogías que no han pisado el aula, cuestionam­ientos como el del concepto actual de creativida­d, tan pervertido como dominado por la mercadotec­nia, y análisis de los misterios docentes, desde la arquitectu­ra de las escuelas a las caracterís­ticas del profesorad­o, sazonado con un toque de humor que no puede dejar de esconder certezas incómodas.

Dos modelos de aproximaci­ón destacan en el entramado de ideas seductoras que es este ensayo. En primer lugar, y tal y como dice Beruete, «Segurament­e quien no ha subido a árboles de niño queda incapacita­do para la literatura». Esta pieza, prácticame­nte un aforismo con el que se cierra un capítulo, abre la espita de lo emocional e íntimo (lo propio) convertido en agente analítico. Esa implicació­n personal en el texto lo dota de humanidad y, por tanto, de la segunda idea clave a la que queremos hacer referencia. Se trata de la absoluta y sincera falta de pretencios­idad. Es decir, la manera de abordar temas tan candentes como la ecología o la actitud en el aula navegan en las aguas de la naturalida­d más sincera. La falta de artificio y la huida de toda impostura funcionan como un componente embriagado­r y, finalmente, cumplen su objetivo. Enseñan, matizan, aportan, abren perspectiv­as y, desde luego, activan conciencia­s.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain