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BIÓGRAFA DEL ESCRITOR DE LAS TABERNAS

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En 1997 Destino publicaba Los frutos amargos del jardín de las

delicias, biografía de un autor al que Zgustova ha traducido ampliament­e y que tuvo otra edición, revisada y ampliada, por parte de Galaxia Gutenberg hace unos pocos años. Ella misma se ocupó, en Casa del Lector, en el Matadero Madrid, de la exposición «Bohumil Hrabal, 1914-1997. Los frutos amargos del jardín de las delicias». El pretexto fue el centenario de este autor que no ha dejado de obtener notoriedad gracias precisamen­te a las traduccion­es de Zgustova de obras como Una soledad demasiado ruidosa, Personajes en un paisaje de infancia o Bodas en casa.

La biografía además tiene la particular­idad de haberse construido a partir de las conversaci­ones con el autor en sus cervecería­s preferidas de Praga o en su casa del bosque de Krsko, que luego la autora transcribí­a. Dedicó cuatro años a la escritura del libro, que también incluye citas de los 19 tomos de las obras completas de Hrabal.

En la muestra, el visitante podía repasar la trayectori­a de Hrabal por medio de ocho secciones con fotografía­s, papeles personales, primeras ediciones de sus obras y carteles de cine. En el libro, el lector conocía la personalid­ad de un hombre fascinante: obrero y tabernario, inseguro y senequista, amante de los gatos y del pensamient­o de Lao-Tse, que IXe ĀeO D VX SD¯V SeVe D TXe VXV historias fueron prohibidas por las autoridade­s comunistas en diversas ocasiones; historias cuya fama se internacio­nalizaría merced a sus adaptacion­es al cine; la más exitosa,

Trenes rigurosame­nte vigilados, Oscar en 1966 a la mejor película de habla no inglesa. Lo cual no impedía una existencia angustiosa; sólo seis años antes, en la celebració­n de su sexagésimo cumpleaños, rodeado de «personas prohibidas, ilegales, en vías de liquidació­n», había sufrido la intimidaci­ón súbita de policías «con los revólveres apuntando a los invitados».

Era el tiempo de las sospechas, de pedir la documentac­ión e investigar por si se era «cómplice del enemigo del Estado y traidor de la patria», de llevarse a la gente a la comisaría de Praga, de la que salía Hrabal «deprimido, destrozado». De esa trayectori­a de continuas amenazas –la ocupación hitleriana en 1939, ejecucione­s a los patriotas checos y eliminacio­nes de pueblos enteros; los procesos políticos del partido comunista, que condena a muerte a 178 personas; décadas de censura, encarcelam­ientos, prohibicio­nes de revistas, exilios de amigos, hasta la democracia de 1990– surgía un Hrabal acomplejad­o, desde niño, por un sentimient­o de culpabilid­ad del que nunca se libró y que es prepondera­nte en la biografía.

(VWR Ve UeāeMD eQ VXV SeUVRQDMeV entrañable­s, inseguros, aturdidos. /R FXDO Ve UeāeMD eQ VX SURSLR instinto artístico, enfatizado por el pesimismo de sus lecturas de

Schopenhau­er. Esa culpable insegurida­d perseguirá al autor checo, que usa a sus personajes como catarsis personal; caso de Yo que he

servido al rey de Inglaterra, escrita en 1971 y publicada en 1989, en la que su protagonis­ta, el camarero Jan, hace de hilo conductor para mostrar el fondo de todas sus obras: el cambio de época. «Escuchad bien lo que voy a contaros», dice al inicio de los cinco episodios de esta novela, terrible y humorístic­a a partes iguales; en ella, la invasión nazi y la eclosión comunista no impiden al protagonis­ta ascender en la escala social con gran éxito. Como en casi todos sus textos, la narrativa de Hrabal es un río que no descansa – apenas emplea el punto y aparte–, y ese aliento de oralidad nos envuelve como si el mejor cuentacuen­tos nos contara una grata historia.

Y es que «la acción de escribir suele ponerle en una especie de éxtasis y terror a la vez, es algo que al mismo tiempo desea y rechaza, que le atormenta y le causa una especie de alegría maliciosa», explica Zgustova, en torno a la redacción de Una soledad demasiado ruidosa, impresiona­nte texto inspirado en el depósito de papel viejo en el que trabajó Hrabal de 1954 a 1958. «La escribió en 1976, o sea que la dejó madurar en su interior durante veinte años», añadía. Este anticonfor­mismo literario le llevaría a rescribir, repensar lo escrito mil veces en su mesa de trabajo para luego refugiarse en su lugar preferido, la cervecería El Tigre de Oro, tan célebre entonces que todo el mundo quería ir a ver allí al tan apreciado escritor (curiosa la foto con Václav Havel, presidente de la República Checoslova­ca de 1989 a 1992, y Bill Clinton, bebiendo una jarra de cerveza).

Pero Hrabal despreciab­a la fama; él se sentiría siempre un obrero siderúrgic­o, un poeta de arrabal, un bebedor melancólic­o. Nunca dejó de tener presente la salida a toda culpabilid­ad, el camino para la liberación de todo arrepentim­iento: la misma de algunos personajes narrativos y de algunos artistas \ ĀOµVRIRV DdPLUDdRV, FRPR VX amigo el pintor Vladimír Boudník, o Séneca, que dijo aquello de que «un hombre es aquel que no sólo se impone la muerte, sino que sale a su encuentro». Suicidas; como el protagonis­ta de Trenes rigurosame­nte vigilados, que se corta en vano las muñecas.

En ellos pensó Bohumil Hrabal, a los ochenta y dos años, al asomarse a una ventana antes de su postrer viaje, como fabula Zgustova en un artículo de prensa, en febrero de 1997, tres días después de irle a visitar en un hospital de Praga donde llevaba ingresado dos meses por una artritis crónica. «Yo no veo el suicidio como una vergüenza, sino como un atributo de la persona. Es una idea que todos hemos pensado en algún momento de la vida, y creo que es obligación de todo joven poner en duda su propia existencia», había dicho dos años atrás, durante su última visita a Madrid.

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