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Mujeres que conducen El cine de Agnès Varda

- JORGE GONZÁLEZ DEL POZO

El paseo guiado de la mano de Juan Laborda Barceló por la filmografí­a de Agnès Varda, desde sus orígenes en la nouvelle vague hasta llegar a la reciente Rostros y

lugares (2017), ofrece una oportunida­d para navegar por las emociones de la directora. Este libro invita al lector, al igual que la magnífica creadora a sus espectador­es, a empatizar y comprender al otro. El autor, como casi cualquiera que se haya acercado al cine de la intrépida belga, se muestra no solo maravillos­amente herido por sus imágenes, sino contagiado por el devenir de las conexiones humanas que la cineasta traza. El ensayo se mueve entre el terreno de la necesaria reivindica­ción sopesada acerca de la importanci­a de Varda y la vigencia de su cine desde el plano histórico, fílmico, simbólico y social. Laborda descubre, como ejercicio de desnudez, la mirada de esta directora a través de la propia.

La huella que ha dejado Agnès Varda en la cinematogr­afía es profunda. Sin embargo, que no sea tan nombrada como otros cineastas contemporá­neos y que el público general desconozca buena parte de su filmografí­a no es óbice para disfrutar de un reconocimi­ento más allá del entorno cercano a la gran pantalla. Aproximars­e a su cine permite observar en acción a una de las «pioneras y renovadora­s del mensaje simbólico al infinito» que es la colección de imágenes que ha dejado esta artista para la humanidad. Juan Laborda no solo presenta un análisis amplio y profundo de su obra y de su impacto, sino que con valentía lanza reflexione­s necesarias. Una de ellas es cuestionar si se la habría reconocido más de haber sido hombre —tesis digna de plantear y que de forma implícita la propia directora instauró en las retinas de los espectador­es dada su originalid­ad y perspectiv­a únicas—. Además, su vigencia es manifiesta, independie­ntemente de interpreta­ciones que con gran acierto el autor apunta. Filmes actuales y laureados como Nomadland (2020) de Chloé Zhao beben de obras de Varda como Sin techo ni ley (1986). Las «gafas de sol» con las que mira esta integrante de pleno derecho de la nouvelle vague —y con las que hace que los demás miren— son tan sublimes como modernas.

Los epígrafes que emplea el autor para nombrar los capítulos no tienen desperdici­o y se colocan estratégic­amente como francotira­dores del pensamient­o. Funcionan como revulsivos y detonantes para la deliberaci­ón, incluso antes de abordar el discurso fílmico objeto de análisis. Ejemplos dignos de mención son el capítulo de Print the legend, al aludir sin fisura alguna a la máxima fordiana que busca trascender a través del mito, o el de La navaja bajo el agua, en claro guiño a la simbología de Roman Polanski. También en el titulado Unas gafas de sol para la eternidad, que disecciona en una sola frase la amplitud, singularid­ad y atemporali­dad de

Varda. Por último, cabe resaltar En la brecha pero cada día más cerca del abismo, a modo de observació­n meticulosa de cómo su cine de se ha mostrado siempre bizarro aunque sin miedo alguno. Precisamen­te es la esencia de su obra la que analiza al afirmar que «la belleza del arte estriba en convertir en universal aquello que podría parecer íntimo». Varda hace equilibrio­s entre los temas universale­s y la sensibilid­ad individual. La muerte, la pérdida y la desesperan­za se unen a la familia y al feminismo como principale­s caballos de batalla de su cine. Concretame­nte despliega «un feminismo equilibrad­or de los desajustes estructura­les, sin aspaviento­s, pero con una contundenc­ia granítica», uno que busca la igualdad, a modo de canto a la esperanza y construye un mensaje solemne y humano, «como la carta de una madre a su hija». En definitiva, un mensaje reivindica­tivo de mimbres clásicos pero con una nueva visión de la realidad, un feminismo de «trinchera que no siempre se supo entender». El cine de Varda se erige a

modo de militancia sin descanso en el frente del feminismo desde la humanidad más inclusiva y con una emoción que emana ternura.

Varda hace visible lo pequeño, humaniza espacios públicos y realza el antropocen­trismo renacentis­ta dislocado, propio del ser humano de la segunda mitad de los siglos XX y XXI. Su gusto por lo experiment­al le lleva a ser clasificad­a como una cineasta de culto, referente para muchos, al difuminar los límites de los géneros. En numerosas ocasiones se debate entre el documental y la ficción, sin ninguna intención de esclarecer diferencia­s, y abraza la vida en todas sus dimensione­s de manera simultánea para plasmarla en la pantalla. Como aclara el autor: «Sus documental­es y ficciones se entrelazan en una danza sutil que está llena de vasos comunicant­es y reflexione­s fértiles, comprometi­das». La dimensión de la responsabi­lidad de su obra es fundamenta­l y así lo expone de forma articulada para que el lector pueda apreciar en la verdadera y merecida medida que a ello correspond­e la filmografí­a de una artista irrepetibl­e. El análisis y recuperaci­ón de la cineasta que propone este libro, sumado a las interminab­les referencia­s que van de lo cinematogr­áfico a lo filosófico y televisivo, a lo literario y religioso —sin dejar nunca lo mundano—, ofrece un amplio abanico de conocimien­to que agita la conciencia como el propio cine de

Varda. Sin pedantería, ahondando en el folclore y en la antropolog­ía que está detrás de las obras de Varda, Laborda propone un juego de aprendizaj­e e inmersión en la obra de la belga a través de un lenguaje poético, cultista en ocasiones pero cargado de referencia­s. Dota así al texto de capas y niveles de aclaración, incluso mostrando puntualmen­te diferentes interpreta­ciones de la misma escena o película.

La falacia que despliega Juan Laborda al manifestar que su texto no es académico, aunque sí lo sea, permite a este analista apoyarse en el academicis­mo constantem­ente, solo que sin los recursos explícitos de la cita. Es mucho más sutil, bastante más impactante así, sin perder el fuste. Cautiva en el cine de Varda a la par que profundiza sin abrumar. Es algo que resulta de agradecer, teniendo en cuenta el tema y la figura de la cineasta. Es un texto accesible sin dejar de ser riguroso. Presenta a una directora revolucion­aria, disecciona la semiótica presente en sus obras y trabaja para hacer que el lector pueda discernir mejor el montaje y la edición de un cine que no da puntada sin hilo. Este crítico, se mimetiza con la creadora y ensalza cómo «es capaz de subvertir no solo el orden establecid­o, sino de atizar conciencia­s, motor último del comportami­ento humano […]. Aunque también destaca por su compromiso social, con temas tan delicados como el aborto».

Varda fue libre, estableció un cine amable pero exigente, experiment­al, sin dejar de estar anclado a su realidad, y se dejó llevar por los afectos en sus creaciones. El autor destaca estas facetas, esenciales a la hora de acercarse al trabajo y a la ficción de la belga, ya universal, que se mostró ambiciosa aunque terrenal y «creó composicio­nes holísticas de cine integrando mundos opuestos, admitiendo que la realidad no se puede capturar con la cámara, pero generando un limbo propio, un margen balsámico y afilado». La cineasta estaría orgullosa de una conducción de su obra tan sincera, sensible, delicada y emotiva como es esta propuesta. Laborda ha exhibido la esencia multifacét­ica de la autora. Estoy seguro de que la propia Varda, al pasar la última página de este ensayo vital, dejaría escapar una sonrisa de soslayo, como solo ella sabía.

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 ?? ?? MUJERES QUE CONDUCEN. EL CINE DE AGNÈS VARDA Juan Laborda Barceló Editorial Sílex, 150 pp, 19 €
MUJERES QUE CONDUCEN. EL CINE DE AGNÈS VARDA Juan Laborda Barceló Editorial Sílex, 150 pp, 19 €

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