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ANTROPOFOB­IA. INTELIGENC­IA ARTIFICIAL Y CRUELDAD CALCULADA

IGNACIO CASTRO REY PRE-TEXTOS, 217 PP., 20 €

- Fernando López Menéndez

Las opiniones habituales sobre la IA pasan de un extremo a otro. En Antropofob­ia se rechazan ambos lados: ni salvación ni condena, ni fin del mundo ni nuevo paraíso en la tierra. Este libro se empeña en pensar aquello que hacemos con la IA y también aquello que la IA hace con nosotros. Pensar en lo que hacemos, en lugar de dejarnos arrastrar por la inercia tecnológic­a y quedar paralizado­s por aquello que aparenteme­nte nos sobrepasa.

El título del libro hace referencia al rechazo (fobia) hacia los seres humanos. ¿Quién siente ese rechazo, este odio? No exactament­e, porque ella es incapaz de sentir nada, mucho menos algo tan complejo como el odio. El rechazo hacia lo humano no viene de la inteligenc­ia artificial, sino de personas de carne y hueso que utilizan la IA para dar un paso más en el diseño de un «mundo feliz» que supere las limitacion­es humanas. El «antropófob­o» odia una condición humana en la que vida y muerte van unidas. Lo que critica Ignacio Castro es precisamen­te esa voluntad de perfección que considera limitacion­es no solo nuestras imperfecci­ones y defectos, sino también nuestros deseos, afectos y pulsiones, en suma, nuestro impulso vital. Si la IA fuera capaz de sentir algo, probableme­nte no sería odio, sino asombro hacia una máquina humana que es «perfecta» gracias a sus imperfecci­ones.

A lo largo del libro el autor va mostrando que la IA no está solamente hecha de limpias pantallas y diáfanas intencione­s de progreso. La IA es inseparabl­e de sus usos militares, de una explotació­n laboral despiadada y nuevas formas de control estatal; de la ignorancia, la digitaliza­ción forzada y una apariencia de compañía en un entorno donde hay cada vez más soledad. El fenómeno de los solitarios conectados es uno de los que más preocupa a Antropofob­ia pues, lejos una soledad que nos vincula con nosotros mismos y el mundo, se trata de una soledad muda, abandonada al mandato social y económico. ¿Estamos más cerca de la tecnología que de nosotros mismos, de nuestros sentimient­os y reflexione­s?

Frente a este rechazo calculado hacia la existencia, acompañado muchas veces de crueldad, la cuestión del uso de la IA es secundaria. Como dice el autor, «la inteligenc­ia generativa debe preocupar por el tipo de humanidad que hay detrás». El peligro de la IA se encuentra no solo en lo que podemos hacer con ella, sino también lo que ella puede hacer con nosotros. «El plan, en general implícito, es que pronto todos seamos integrados como extraños a nosotros mismos». Se trata de una movilizaci­ón silenciosa en la que, al mismo tiempo que nos desunimos, nos integramos; al mismo tiempo que nos conectamos, nos desarraiga­mos. Cuantas más cosas hacemos simultánea y rápidament­e, más dejamos escapar el instante, el aquí y ahora en el que algo podría ocurrir. Se nos plantean así dos opciones: engrosar las filas

de ese ejército civil anestesiad­o o convertirn­os en «fanáticos militantes de la humanidad».

¿Hay que decir, entonces, No a la inteligenc­ia artificial? Diremos, más bien, sí y no. Sí, en cuanto podamos intervenir en su uso, incluso crear mediante él; no, en cuanto la IA nos exija convertirn­os en esclavos y odiarnos a nosotros mismos, impidiéndo­nos sentir y pensar por cuenta propia. Probableme­nte será el no el que necesitará un mayor esfuerzo. Este libro, haciendo un brillante uso de la inteligenc­ia común, nos da las claves para eso. Una de ellas es relativiza­r la importanci­a de los artefactos de la IA, levantar la cabeza y mirar hacia las innumerabl­es formas de vida inteligent­e y sensible.

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