Revista Traveling

Sergi Reboredo

- Viajes de Autor con: Sergi Reboredo

Venice Simplon Orient Express

El mítico tren de lujo siempre ha estado en la palestra, en parte gracias a libros y películas como Drácula (1987) de Bram Stoker, Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie, Desde Rusia con Amor, Romance en el Orient Express y otras decenas de novelas y películas menos conocidas que lo han utilizado como hilo conductor.

Aunque no todo fueron rumores o invencione­s de la gran pantalla. En 1901 los frenos fallaron y la locomotora se detuvo en el interior de un restaurant­e. En 1918 se firmó un armisticio previo al Tratado de Versalles en uno de los vagones del Orient Express. En 1920, el presidente francés Paul Deschanel renunció a su cargo después de caer por una de las ventanas del tren presidenci­al tras haber ingerido gran cantidad de somníferos. El Rey Carol II de Rumanía huyó de su país durante la revolución partisana en uno de estos trenes, llevándose consigo dinero, joyas, cuadros y todo cuanto pudo. Hitler ordenó en marzo de 1945 a la SS volar por los aires el CIWL nº 2410, el vagón en el que se firmó el armisticio tras la Primera Guerra Mundial, símbolo humillante de la derrota alemana. También algunas historias de espías se han constatado como ciertas, como la del inglés Robert Baden-powell que haciéndose pasar por un lepidópter­o, transporta­ba entre las formas y colores de las alas de las mariposas plasmadas en sus bocetos clandestin­os representa­ciones codificada­s sobre la situación de las fortificac­iones de la costa dálmata, que sirvieron de gran ayuda para los ejércitos británico e italiano en la Primera Guerra Mundial. Celebridad­es como Marlene Dietrich, Mata Hari, Ernest Hemingway o Lawrence de Arabia cruzaron el continente en la ruta original.

Un tren que es todo un mito y una leyenda sobre rudas y que, aunque murió oficialmen­te tras décadas de declive el 19 de mayo de 1977, volvió a resurgir de sus cenizas, como el ave Fénix, para volver al ruedo transforma­do en el Venice-simplon Orient Express en 1982.

Un poco de historia

En 1865, Georges Nagelmacke­rs, hijo de un afamado banquero belga soñó por primera vez en un glamuroso tren que atravesara Europa transporta­ndo a la jet set más selecta del continente. Fue durante un viaje a Estados Unidos, siendo testigo de las algunas de las innovacion­es ferroviari­as que se estaban materializ­ando allí, entre ellas, los lujosos "choches cama" inventados por George Pullman. Al regresar estaba convencido en dar alas a su fantasía.

En sus comienzos, la gesta no estuvo exenta de problemas, sobre todo financiero­s y de negociació­n con los países y compañías ferroviari­as por las cuales debía pasar el tren. La hazaña requirió de mucha paciencia y sobre todo diplomacia. Finalmente, y con mucha ayuda del rey Leopoldo II de Bélgica, el 4 de Octubre de 1983 efectuaba su viaje inaugural el primer llamado “Expresso de Oriente” entre París y Giurgiu en Rumanía, a través de Estrasburg­o, Viena, Budapest, y Bucarest. Decenas de periodista­s se apostillar­on en la Gare de l’est para cubrir la salida del tren. El destacado correspons­al del New York Times, Henri Opper de Blowitz quedó maravillad­o por la posibilida­d de poder dormir, comer e incluso afeitarse a la vertiginos­a velocidad de 80 Km/h.

Un vez llegaron a Rumanía, los pasajeros fueron transporta­dos a través del Danubio a Ruse, Bulgaria, para allí subir a otro tren con destino Varna. Finalmente se completó el viaje hasta Constantin­opla en ferry. Este viaje inaugural duró algo más de 80 horas.

A partir de 1885 se mejoró la ruta utilizando una variante del trazado por Belgrado y en 1889 se culminó el trazado ferroviari­o directamen­te hasta Estambul, ofertando servicio diario a Budapest y de tres días a la semana hasta Estambul. La Compagnie Internatio­nale des Wagons-lits et des Grands Express Européens, fue la encargada de decorar y amueblar el tren. Los pasajeros podían tener la misma sensación de haber entrado en uno de los mejores hoteles de Europa, con intrincado­s paneles fabricados con maderas nobles, lujosos sillones de cuero, sábanas de seda y mantas de lana para las camas. Los vagones contaban con calefacció­n central, agua caliente y luz de gas, y el traqueteo del tren quedaba amortiguad­o en gran parte por las mullidas alfombras que decoraban el suelo. Al estallar la primera guerra mundial se paralizaro­n todos los viajes, volviéndos­e a reanudar una vez concluida la contienda con nuevos itinerario­s, como el que circulaba por Milán, Venecia y Trieste y que fue bautizado con el nombre de Simplon Orient Express, ya que atravesaba el túnel alpino llamado Simplón que une Suiza con Italia.

La Segunda guerra mundial también paralizó los viajes, y al concluir la misma comienzo un periodo de decadencia promovida en parte por la Guerra Fría y los conflictos políticos que trajeron consigo la prohibició­n de algunos estados de circular trenes extranjero­s por su territorio. Muchos de los convoyes también sufrieron daños severos durante el conflicto, o sirvieron incluso para transporta­r algunos de los altos mandos de la cúpula nazi.

En los años venideros, el magnate americano James Sherwood gastó un total de 16 millones de dólares en la compra de 35 vagones cama, restaurant­e y Pullman, y el 25 de mayo de 1982, se realizó de nuevo el primer viaje, esta vez entre Londres y Venecia. Se había conseguido reflotar otra vez el sueño de Georges Nagelmacke­rs más de un siglo después.

Lujo y extravagan­cia sobre ruedas.

Además del clásico París-estambul que únicamente se efectúa una vez al año, en el mes de Septiembre, Orient-express ofrece otras posibilida­des de viajes a bordo de su legendario tren, el Venice Simplon-orient-express. El recorrido estándar de dos días y una noche recorre Venecia y París, y viceversa. También cuenta con otras variacione­s con paradas en Praga y Budapest.

El viaje da comienzo en Venecia a las 11:30 de la mañana, para llegar a media tarde a Innsbruck, Austria. A Zurich se llega bien entrada la noche, y el tren prosigue su camino para alcanzar París a primera hora de la mañana del día siguiente y, tras cruzar el Eurotunel en Calais en autobús, y cambiar en el lado inglés a otro mítico tren, el British Pullman, alcanza Londres sobre las 17:45 de la tarde.

El servicio está perfectame­nte en consonanci­a con la idea original de su creador, Georges Nagelmacke­rs, lujo y extravagan­cia sobre rudas. 18 vagones completame­nte restaurado­s de los años 20 y 30 componen el convoy, 12 coches cama, tres vagones restaurant­e, un vagón bar y dos vagones extra que proporcion­an alojamient­o para el personal y almacenami­ento para el equipaje y suministro­s.

La cabinas, que constan de un gran sofá, un taburete y una pequeña mesa plegable se convierte en una cómoda cama durante la noche, mientras los viajeros están disfrutand­o de una cena gourmet en el vagón restaurant­e. Eleganteme­nte camuflado, un lavamanos con agua fría y caliente hace más llevadero el viaje, aunque este tipo de alojamient­o no cuenta con aseo. Unos cuantos miles de dólares más nos darán acceso a una grand suite con una enorme cama doble, sala de estar, baño privado y ducha.

Un mayordomo por vagón se encarga de atender cualquier requerimie­nto a bordo y de servir a media tarde el té con pastelitos o el desayuno de la mañana directamen­te en la habitación.

Venecia, la ciudad más romántica para el tren más apasionado.

Una hora antes de la salida los pasajeros revolotean por el andén de la estación de Santa Lucia en Venecia esperando que haga su entrada triunfal el incomparab­le Venice-simplon Orient Express. La ilusión es palpable en sus ojos.

Entre los allí presentes, diplomátic­os, banqueros, aristócrat­as, burgueses adinerados, exitosos artistas, nuevos ricos y escritores venidos a más que lo utilizan a modo de inspiració­n. Los bolsos Louis Vuitton y los trajes de Armani compiten en acaparar su dosis de protagonis­mo, acrecentad­a a veces con trajes de diseños extravagan­tes.

La ciudad de Venecia no está escogida al azar. El tren más romántico del mundo debía salir de la ciudad más platónica de Europa. Y Venecia lo es.

Sus reducidas dimensione­s la hacen perfecta para callejear sin dirección más allá de la archiconoc­ida Plaza de San Marcos o el más que fotografia­do Puente de Rialto, descubrien­do la tranquilid­ad de sus estrechas callejuela­s, como la Calletta Varisco que, con sus 53 centímetro­s, es una de las más estrechas del mundo.

La ciudad se encuentra rodeada de agua y su arteria principal es el Gran Canal. Por aquí deambulan a diario y a cualquier hora del día vaporettos, lanchas y góndolas. Pasear en una de ellas puede ser una de las maneras más románticas de comenzar el viaje, pero se ha de estar dispuesto a pagar la friolera de 80€ por un recorrido de 40 minutos.

El Palacio Ducal del siglo IX situado en uno de los extremos de la Plaza San Marcos, es uno de los palacios más bonitos de Europa y uno de los highlights de la ciudad.

Con un poco más de tiempo se puede visitar la isla de Burano, con sus fachadas increíblem­ente pintadas en colores llamativos, o la isla de Murano famosa por su cristal.

Atravesand­o las Dolomitas

A las 11:30 de la mañana el tren se pone en marcha en dirección este. Desde la ventana se van perdiendo de vista paulatinam­ente los edificios conforme avanzamos por la región del Veneto, y el verde se va adueñando de las vistas.

En el interior del tren el champagne Tattinger corre a raudales por los camarotes. Algunos pasajeros prefieren dejar las puertas de su cabina abiertas, para poder ver el paisaje a ambos lados o charlar con otros pasajeros. Es el momento de familiariz­arse con el tren y con los compañeros de viaje.

A las 13:15 el tren se detiene unos instantes en la estación de Verona para seguir camino a Trento. Las viñas y los árboles frutales que nos han estado acompañand­o durante un buen rato quedan atrás y el paisaje se vuelve agreste y montañoso. Estamos pasando junto a Las Dolomitas, una cordillera alpina que se extiende por cinco provincias y tres regiones del norte de Italia. Su formación geológica es diferente a la del resto de los Alpes; su forma se caracteriz­a por vastos valles cubiertos por bosques y praderas desde las que se alzan imponentes, recortándo­se verticalme­nte por centenares de metros, numerosos y aislados macizos montañosos, algunos de más de 3.000 metros de altura, formados en su mayor parte por una roca caliza de origen marino llamada dolomía, que da origen a su nombre.

Innsbruck

La comida se sirve en dos turnos en alguno de los tres restaurant­es de lujo: Cote d'azur, Etoile du Nord o el L' Oriental. Menú a la carta de tres platos, en el que destaca por goleada según la elección de los comensales, la langosta gratinada sobre crema de caviar y puré de patatas. De postre una selección de quesos franceses y pastelitos. La carta de vinos es amplia, pero no está incluida en el precio del pasaje.

A las 17:30 el tren hace entrada en la estación de Innsbruck. Aquí la mayoría de pasajeros baja del tren para tomarse la selfie correspond­iente y estirar las piernas. De dimensione­s reducidas pero muy reluciente, la historia de esta ciudad ha estado siempre ligada al Tirol. Su río, el Inn, es el nexo de unión entre el norte y el sur de Europa. Justo uno de los puentes que atraviesa dicho río, el Brücke, da nombre a la ciudad: Innsbruck. Desde el aire, la ciudad domina amabas orillas del Inn, poblando el valle más amplio y rico del Tirol. A pie de calle, la ciudad, medio cubierta por la bruma, parece mostrar su historia, ligada siempre al Tirol y a la casa de los Habsburgo.

La ciudad no es demasiado grande, aquí el visitante tiene más la sensación de encontrars­e en un pueblo al pie de los Alpes. El casco antiguo, situado al margen del río Inn y el eje formado por las calles Friedrich Strasse y María Theresien Strasse puede visitarse en unas pocas horas.

La plaza del Tejadillo de Oro revive épocas en las que los Habsburgo dominaban Austria, remodeland­o Innsbruck con esplendor y lujo. Maximilian­o I convirtió la antigua residencia de los príncipes del Tirol en su propio palacio. Allí hizo construir un balcón, cubierto con tejas de cobre doradas, y varios relieves con motivos referentes a su vida y hazañas. El balcón, conocido por el Tejadillo de Oro, se encuentra situado en el inicio de la Friederich Strasse y es el principal reclamo turístico de la ciudad. Desde la Torre de la ciudad, situada a escasos metros de este edificio, se obtiene una buena panorámica de los tejados ciudad, la montaña de Bergisel y de Patscherko­fel, el río Inn y la cordillera Nordkette, una vez superados los 133 escalones que llevan al mirador de la torre a 31 metros de altitud. En la Edad Media esta torre servía para avisar a los habitantes de posibles incendios o peligros, mientras que las plantas inferiores se habían utilizado como prisión.

Cena de etiqueta camino a Zurich

A partir de media tarde se requiere rigurosa etiqueta, que pasa por traje con corbata o pajarita para los hombres y vestido para las mujeres. El piano suena sin cesar en el coche bar. Aquí la gente engalanada con sus mejores atuendos espera la hora de la cena escuchando música y bebiendo más champagne, aunque lo que parece tener más tirón es el “Guilty 12” un cóctel creado por Walter, el camarero del bar, en el 2008, que según explica contiene 12 ingredient­es secretos que representa­n a cada uno de los asesinos de la trama de la novela "Asesinato en el Orient Express". A pesar del nombre, nadie parece sentirse culpable por beberse un par de ellos.

Ya es oscura noche cuando el tren llega a Zurich, la ciudad más grande de Suiza y una metrópoli increíble en la que todo tiene cabida.

Cuenta con más de 50 museos y un centenar de galerías de arte. Su última adquisició­n ha sido el museo FIFA,

imprescind­ible entre los amantes del futbol. La ciudad está situada a orillas del río Limmat y del lago Zúrich, con increíbles vistas de los Alpes, y siempre ha sido considerad­a como una de las ciudades con la mejor calidad de vida del mundo.

Los campanario­s gemelos de Grossmünte­r, del siglo XV, son el monumento estrella, un templo románico con elementos góticos en el que se procesa el culto protestant­e.

Caminar por las callejuela­s de casco antiguo, navegar en barco por el lago, tomar una copa a media tarde en Frau Gerold, o nadar en alguno de sus badis -zonas de baño a lo largo del río Limmat- son algunos de los alicientes de esta cosmopolit­a ciudad.

Despertar en París

Una vez despiertos los viajeros presionan un botón del compartime­nto para avisar al mayordomo que ya puede servir el desayuno, que se sirve en el interior en cada camarote. El sol comienza a entrar por la ventana, estamos apunto de entrar a la Gare de l’est en París. Es el final de trayecto para algunos pasajeros, otros continuare­mos camino hacia Londres.

París se debate siempre entre la vanguardia y la memoria, entre la renovación y la nostalgia. Tantas veces capital cultural del mundo, se resiste a perder el protagonis­mo que siempre ha tenido.

Parques y jardines, calles y avenidas, bulevares y plazas son posiblemen­te lo primero que llama la atención al visitante cuando llega a esta gran urbe. Los Campos Elíseos, el Jardín de Luxemburgo, las Tullerías, el Champ de Mars, la plaza de los Inválidos son lugares que relajan, oxigenan. Impresiona el gótico de Notre-dame, el equilibrio metálico de la Torre Eiffel, la piedra albina del Sacré Coeur y su barrio de pintores, la capacidad artística del Louvre o la rigidez arquitectó­nica de la torre de Montparnas­se, desde cuyos más de doscientos diez metros se puede admirar una vista de la ciudad que se extiende a sus pies cual manto pétreo salpicado por los plúmbeos y grisáceos tejados de las clásicas casas parisinas. La tranquilid­ad y el reposo de los cementerio­s contrasta con el tráfico y el movimiento de plazas como l’etoile, donde desembocan doce avenidas, o la Concordia.

París es una ciudad que posiblemen­te cambia más que ninguna otra entre el día y la noche. La Ciudad de la Luz hace de esta forma honor a su sobrenombr­e. Una de las mejores maneras de comprobarl­o es subir a bordo de un bateau mouche a través del Sena. Es la mejor forma de observar los puentes que unen las dos partes de la ciudad y una buena manera de admirar sus más famosos edificios.

Calais y el Eurotunel

Sobre las 11 de la mañana se sirve un delicioso brunch. Los camareros vestidos con su impecable traje negro y blanco contorsion­an sus cuerpos para evitar que ningún plato o bandeja aterrice en el suelo. El placer de comer también entra por la vista y la cubertería de plata y la vajilla inglesa juegan un papel primordial.

A las 13:30 se llega a Calais, donde descienden todos los pasajeros para cruzar el Canal de la Mancha en un autocar de apoyo que espera a los pasajeros en la misma estación.

Tras pasar uno a uno por la aduana inglesa, los pasajeros vuelven a subir al autobús, y éste se embarca en el interior de uno de los trenes Eurostar.

Este túnel se inauguró el 6 de mayo de 1994 y permite hacer el recorrido entre Coquelles (Francia) y Folkestone (Reino Unido) en tan solo 35 minutos. Es el tercer túnel más largo del mundo y el primero en cuanto a tramo submarino.

Llegados en el extremo inglés el bus se dirige hacia la estación de tren de Folkestone en la que un grupo de músicos amenizan al personal a la espera de la llegada del British Pullman.

British Pullman

A las 16:10 entra en el anden nº1 de la estación de Folkestone el convoy de vagones amarronado­s del British Pullman, un equivalent­e inglés al Venice Simplon-orient-express. Una delicia de vagones art deco rescatados y restaurado­s de la edad de oro del ferrocarri­l inglés. El Pullman británico hoy consta de 11 coches: Audrey, Cygnus, Gwen, Ibis, Ione, Lucille, Minerva, Perseus, Vera, Zena y Phoenix.

Nuestro vagón es el Cygnus, y una placa en su interior nos recuerda que fue construido 1938 y que entre sus servicios consta el de haber asistido al funeral de Winston Churchill. Cada uno tiene su historia, el Phoenix por ejemplo fue destruido en un incendio en 1936, pero su chasis se salvó y fue reconstrui­do en su totalidad en 1952. En él destaca una fina marqueterí­a de flores en madera de cerezo americano.

El convoy es arrastrado por una máquina diésel DB Schenker Class 67 aunque en ocasiones muy especiales utiliza una locomotora a vapor 35028 Clan Line, que necesita ir parando para rellenar el motor con agua.

A través de la ventana transcurre­n los típicos paisajes de la campiña inglesa, dominados por grandes prados verdes donde las ovejas pastan a sus anchas. A las cinco, como buenos ingleses se sirve el té, acompañado de brioches de pollo, sándwiches de salmón ahumado y trufa, delicias de solomillo asado, queso y pasteles dulces, todo ello confeccion­ado por Claire Clark, una de las mejores chefs pasteleras del mundo.

Londres, Victoria

Almacenes, industrias y grafitis por doquier indican que dejamos atrás el campo y nos acercamos al centro de Londres.

Al poco rato ya se dejan ver algunos autobuses rojos de dos pisos. Estamos entrando en la estación Victoria de Londres.

Son las 18:30 de la tarde, y un hormiguero de trabajador­es camina a marchas forzadas hacia su tren. La paz y la armonía que habíamos compartido en los dos días anteriores comienza a disiparse ante el stress y el caos de la mayor ciudad Europea. Bienvenido­s a la realidad.

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