SIMPLEMENTE CORRER
FELICES SOMOS EN NUESTRA CÁRCEL DE ORO
ME HACE GRACIA CUANDO leo que alguien ha disfrutado mientras corre 10, 20, 30, 35 km…y más cuando sé que ese mismo corredor posiblemente esté penando a lo largo del kilómetro 39, del 40, del 41, del 42 para llegar al 42,195, donde ya el disfrute y la pena son meros recuerdos, apenas sensaciones remotas porque ya no disfruta ni pena, solo sonríe o llora o… Y también me hace gracia cuando yo lo pienso, lo escribo y lo releo una y otra vez para intentar convencerme de que me equivoco, de que miento, de que digo algo que no he sentido, borro y vuelvo a escribir, pienso en quién lo va a leer, si se sentirá identificado, si quizá piense en cuántas tonterías se leen, cuántos sinsentidos se escriben, cuántos disparates se piensan. O a lo mejor seguirá leyendo en el convencimiento de que lo ha escrito alguien que asume las contradicciones del pensamiento, pero sigue fiel al sentimiento y ese lector se ve reflejado en las tonterías que se piensan, en los sinsentidos que se escriben, en los disparates que se leen y en la locura que se siente, en la asunción del mismo pensamiento y en la lealtad al mismo sentimiento.
Porque, ¿se puede ser feliz apremiando al suelo para que pase deprisa bajo los pies, pensando en conquistar la gloria de esa manera? ¿Acaso no podemos parar los pies y dar media vuelta volviendo por dónde vinimos o, simplemente, no haber empezado a sentir la locura o, mejor, no haberla pensado ni sentido nunca? ¿Qué poder de atracción tiene ese final sufriente para que nos encandile y domine de tal forma?
¿Quién nos manipula las entrañas para que veamos la beldad dónde otros ven la insensatez o la tortura? ¿Y quién mueve los hilos y nos hace marionetas no del destino, como pretendemos justificar, sino de nosotros mismos? ¿A quién o qué reverenciamos, a quién queremos engañar, quién nos engaña?
Qué buscamos para que merezca la pena esa pelea con la mente, qué encontramos para dar por buena la contienda contra esa inquietud turbadora, qué hallamos en ese cansancio que nos acompaña hasta el mismo momento del disparo que libera el nerviosismo, qué nos lleva a aceptar ese dolor posterior desde el mismo momento en que rompemos la cinta y nos cuelgan al cuello una medalla que ahorca en un segundo cualquier duda y que exhibiremos gozosos, cual premio que oprime el pecho, cual trofeo que ensalza nuestro orgullo.
Qué noria de sensaciones habitarán en nosotros desde ese mismo instante y hasta varios días después en que subiremos con dolor y una sonrisa, una sonrisa dolorosa, las escaleras. Cómo es posible que no nos rindamos y mandemos al garete a nuestro yo, que de esa manera nos encadena. ¿Por qué no rompemos esas cadenas y nos libramos por fin…por qué volvemos a la cárcel de oro vez tras vez como si hubiéramos dejado alguna culpa por expiar en el asfalto?
Pero no, no somos capaces de quebrantar la condena, no lo hacemos porque perderíamos la esencia, nuestra esencia, la condición de ser felices con ese dolor de piernas, con ese orgullo del alma, en esa prisión dorada. Por eso terminamos la lectura y por eso zanjamos la escritura, sin aportar una solución que no existe, sin llegar nunca a encontrar las razones que no hay.
Y volvemos a regocijarnos pensando de nuevo en esos kilómetros que nos quedan en las piernas para seguir viviendo de cerca la pasión de correr por el placer de hacerlo, pensando sin pensar, hablándole al silencio, callando ante el ruido de las pisadas, haya o no haya una meta cercana que nos lleve de nuevo a la cárcel para ser liberados y purificar así en el asfalto nuestros pecados.