ERES LO QUE COMES
HACE UNOS AÑOS me llevé el susto de mi vida. Empecé a percibir una extraña sensación, como si algo fallara en mi circulación, con pinchazos generalizados, hormigueo y un alarmante desasosiego. La situación empeoró cuando aparecieron unas manchas rojizas en las palmas de mis manos y en las plantas de los pies. El susto fue tremendo y fui a que me hicieran una analítica en la que el hierro estaba bajo, los eosinófilos altos y el ASLO elevado. Tuve la suerte de conocer a la doctora Pajares, una eminencia que me mandó todo tipo de pruebas, por ejemplo un coprocultivo con análisis de hongos en el que aparecía una cándida que se estaba haciendo fuerte, viviendo de mi ingesta de levadura, azúcares y carbohidratos.
Otra de las pruebas que me hicieron fue un test de liberación de histamina cuyo resultado determinó que me sentaba fatal tomar carne de cerdo, leche de vaca, pescado blanco y arroz. Por último, un metalograma en cabello, para analizar la presencia de mercurio y otros metales, fue el detonante para ir al dentista y hacerme una retirada de amalgamas para bajar los niveles de mercurio en sangre.
De la noche a la mañana la doctora me fue explicando los peligros de una alimentación inadecuada y me comentó que tenía que trabajar menos horas y reducir el estrés, si no quería llevarme un susto mayor. Desde ese momento me convertí en una persona diferente. Empecé a mirar las etiquetas de los alimentos, a alucinar con la cantidad de basura que nos venden en los supermercados e inicié una nueva etapa en mi vida, en la que la alimentación sana iba a ser el eje central.
Comencé a alcalinizar a diario con agua con limón y bicarbonato, a controlarme el ph en orina a través de unas tiras reactivas, a llevar una dieta muy rigurosa sin azúcares y a estudiar mucho para saber qué alimentos me podían aportar calcio (al no poder tomar lácteos), de dónde podía obtener proteínas, etc.
Al no ingerir leche, patatas, trigo, centeno, cebada, avena, espelta, maíz, azúcar, cerdo, arroz, pasta, pescado blanco, café, té, bollería, chocolate, levadura y muchas cosas más, cada visita al supermercado era un pequeño drama, así como entrar en un bar, donde no encontraba casi nada que pudiera desayunar o comer.
Por suerte, bajo la supervisión permanente de la doctora descubrí un mundo de alimentos alternativo, así como los suplementos necesarios para realizar esa dieta sin complicaciones para la salud. Las analíticas cada día eran mejores. El sistema inmunitario comenzaba a reaccionar, agradecido por comer más sano, sin alimentos procesados ni azúcares innecesarios y en menos de un año estaba recuperado de mi pesadilla.
En todo momento fui consciente de que esa dieta era temporal y poco a poco fui incorporando alimentos hasta alcanzar la “normalidad”. En el camino aprendí mucho y os cuento toda esta odisea para alertaros de los peligros de descuidar la alimentación y, sobre todo, de los azúcares sin medida y los alimentos procesados. Nos creemos intocables y cualquier día nos llevamos un susto. No cometáis los mismos errores que yo. Se puede comer sano y disfrutar de la gastronomía. También nos podemos regalar algunos caprichos, pero puntuales. Dedicad un buen rato a analizar lo que coméis y poneos en manos de un médico o un nutricionista prestigioso si es necesario. Merece la pena.