CORRER PARA CONTARLO.
Porque si no lo cuentas, qué sentido tiene. Después de correr, e incluso mientras corres, hazte una foto, pon un comentario y mándalo a las redes. Es que si no lo cuentas no existes. Y si no existes estás muerto. Al menos, socialmente muerto. Y eso es terrible. Dice la leyenda urbana que tras haber tenido un apasionado encuentro amoroso con una estrella de Hollywood en el Hotel Plaza de Madrid, un famoso torero abandonaba velozmente la cama cuando ella le dijo: “¿Dónde vas tan deprisa Luis Miguel?” Y él contestó, con ese gracejo patrio: “A contarlo, Ava”. A contarlo. La vanidad no
es algo nuevo. De qué sirve estar corriendo cinco o seis horas una maratón si luego no puedes contar que has
quedado el 5.721 de tu categoría. Si no puedes contar que has desplegado un fuerte ritmo (cercano al que lleva Rajoy al caminar, si las matemáticas no fallan) en el tramo final, con el éxtasis de tu llegada llorando de emoción. Eso, más pronto que tarde, lo debe saber el mundo. ¿Por qué recoger tus emociones cuando puedes compartirlas? Además gratis. Y esa medalla al pecho, fiel reflejo de tu encomiable gesta, no te la quites de encima en tres días. Duerme con ella incluso, dicen que es bueno para tu ego. Pero admíteme un consejo, de corredor a corredor: Cuando vuelvas a correr, no salgas con la medalla puesta. El peso de la púrpura te impediría disfrutar de lo verdaderamente importante: correr.