MÁSTERES EN ACCIÓN
EL VALOR DE GANAR, EL PLACER DE PERDER
CUANDO ESTÉS LEYENDO ESTO se estará celebrando o habrá tenido lugar el mayor evento a nivel mundial del atletismo máster y el escenario es o habrá sido España, en concreto la ciudad de Málaga. Hasta allí se habrán desplazado más de 8.000 atletas de 101 países para competir, socializarse y disfrutar.
Es un acontecimiento de enorme complejidad con muchas partes implicadas para dar cobertura a todas y cada una de las situaciones que una macro organización de esta índole presenta. Supone un gran reto debido a la diversidad e idiosincrasia de un colectivo (atletas desde los 35 hasta pasados los 100 años) que de forma lúdica o competitiva cien por cien participan en las pruebas del programa atlético. Un grupo variopinto cada vez más numeroso en el que cohabitan la veteranía y maestría del que ha bregado en mil batallas deportivas con la inexperiencia y curiosidad del novel. Un equipo compacto en su diversidad en el que prima mayoritariamente la camaradería.
No deja de haber “piques” personales reeditados cada año, ni ausencias notables por imposibilidad de cuadrar fechas, por lesiones que con frecuencia se ceban en los atletas a tenor del aumento de dígitos o simplemente por falta de motivación momentánea o permanente.
Y no, no hay marcas mínimas que cumplir (a algunos nos gustaría que hubiera), y muchos ven un negocio en el que piensan que se compran las medallas. Pero no. Las medallas no se compran, se ganan en la pista, campo o asfalto y se dirimen entre los que están allí.
En nuestros “campeonatos mundiales másteres”, como en el de nuestros hermanos menores (los absolutos), el oro no entiende de marcas, se recuerda al campeón y se olvidan las cifras que han acompañado a su proeza… ¿O no?
Las medallas son el colofón que, colgado al cuello, nos recuerda el esfuerzo del camino. Pero para los que por “deformación profesional” de muchos años asociamos a cada presea un valor numérico y para los que estamos acostumbrados a tasar las cifras que acompañan a las proezas, hay “medallas” y “medallas”. Así concedemos más mérito al que en la prueba cómoda sin oposición se deja la vida, frente al que ante su manifiesta superioridad y ausencia de rivales de enjundia se limita a cubrir el expediente y no acrecienta el precio del oro con un buen registro. Si hay igualdad y competitividad equilibrada, la táctica jugará su papel, qué duda cabe. Pero si la victoria es muy accesible, el oro pesará igual, aunque algo se deprecia. No nos engañemos, muchas veces no estarán los mejores, sino los que pueden y ven asequible pasar así parte de sus vacaciones.
¿Nadie ha sentido el placer de perder, de ser último y ganar, pero no hallar igual satisfacción si fue fácil el triunfo? Lo reconozco: valoro mucho los “buenos registros” que con la edad se hacen difíciles porque para mí vale más una gran marca, aunque me gane alguna más rápida, que un galardón que desdibuja mi esfuerzo y cuyo coste no se ajusta al trabajo que llevé a cabo para lograrla. En un campeonato del mundo máster, sin mínimas y de libre participación, las medallas se ganan o se pierden, se pelean, se sudan, se lloran, se disfrutan. Pero la superación, la mejora y el progreso personal son preseas de mayor valor que a veces no se fotografían en el podio ni cuelgan del cuello, pero producen la dicha en el rostro y acrecientan un sano ego que llena de energía. Y ese premio que no va a figurar en las memorias del campeonato, que es anónimo, también merece un homenaje.Porque no fue el fruto de vencer, sino de vencerse. ¿No somos acaso cada uno de nosotros nuestro máximo rival, el que nos reta, el que nos pone a prueba, el que nos examina y el que nos suspende o nos aprueba?