“EL PERFUME”
“EL CEREBRO A VECES EXPENDE CHEQUES QUE EL CUERPO NO PUEDE PAGAR” (Hernán Silván)
LEYENDO el, para mí, acertadísimo artículo que el mes pasado Alberto Hernández escribió en estas páginas, titulado “Campeones”, me ha surgido inspiración para ahondar más sobre ese tema. En ese texto Alberto explica, entre otras cosas, que las personas nacemos con distinta genética, y que, por lo tanto, no podemos pretender encarar los mismos retos que el vecino, o, cuanto menos, esperar el mismo resultado. Y a partir de ahí, el redactor-jefe de Runner’s World reflexiona sobre “slogans” de márketing, frases motivadoras que todos hemos oído y leído alguna vez, y que, a menudo, tratan de inducirnos a creer que somos quienes no somos. Me recuerdan a aquellos anuncios de desodorantes en los que mujeres “de bandera” caen rendidas a los pies de un seductor varón, “armado” con una fragancia irresistible, tal que el protagonista del célebre libro de Patrick Suskind, titulado El Perfume.
Expresiones como “¿Dónde está el límite”?, “El límite lo pones tú”, “No pienses, corre”, y otros por el estilo me han sonado, muchas veces, a “vender una moto”. Y digo esto con todo el respeto por quienes los han escrito. Es más, creo que esos titulares han hecho incluso estragos entre más de un corredor. No niego que historias de superación como la de Ramón Arroyo, protagonista del film 100 Metros (y que logró terminar un Ironman en 2013 a pesar de padecer esclerosis múltiple), sean muy reconfortantes y hasta recomendables de ver, sobre todo para valorar el hecho de que tengamos buena salud. Pero eso es una cosa, y querernos “empujar” a afrontar retos para los que posiblemente no estamos preparados -ni puede que lo lleguemos a estar nunca- es otra. Y muy distinta.
Yo soy muy consciente de que no puedo “tirar” 150 kilos en el gimnasio, haciendo “press” de banca, ni podré escribir poemas tan bellos como lo hacía Federico García Lorca, ni podré interpretar el universo como lo hacía el astrofísico Stephen Hawking. Podré hacer mis “pinitos” en esas disciplinas y disfrutar del camino, pero nunca llegaré a ser brillante en ellas. Y considero que no me he de frustrar por eso, ni que mi vida empiece a perder sentido si no lo consigo. Todos tenemos muchas facultades para hacer una serie de cosas en la vida, y pocas para llevar a cabo otras.
Decirle a una persona que ha sido sedentaria que mañana puede correr 5 kilómetros, pasado 10, al cabo de tres días un medio maratón y la semana que viene un maratón (lo sé, estoy exagerando el ejemplo), me parece, sencillamente, una temeridad por parte de quien se lo recomienda. Y si esa persona se presta al juego y se pone “manos a la obra”, pues posiblemente esté jugando, y muy seriamente, con su salud física y mental. No pretendo decir que una persona que hoy es sedentaria no pueda acabar haciendo un maratón y hasta, incluso, un Ironman. Lo que pretendo decir es que tendrá que hacerlo sin prisas, espaciando los objetivos y siendo consciente de hasta dónde realmente puede llegar. Si su pretensión es lograr el objetivo máximo “de hoy para mañana”, puede correr serios riesgos de padecer lesiones físicas y llegar a aborrecer el deporte por culpa de perseguir un reto que, a corto plazo, es imposible.
Por supuesto que el deporte cambia la vida de las personas para bien, nos ofrece nuevas ilusiones, nuevas amistades, nuevos conocimientos y una mejor condición física. Pero, como todas las cosas buenas que nos ofrece la vida, hay que saber tomarlo en su justa medida y en su justo momento. Las cosas positivas, si se hacen compulsivamente, pasan a ser un “elemento enemigo” contra nuestra salud y nuestra vida social. El amor, el sexo o la buena mesa, por citar tres ejemplos, son tres cosas maravillosas que nos brinda la vida, pero si nos pasamos el día pensando en ellas, se convierten en una obsesión. Con el deporte, también puede pasar lo mismo.