IRENA SZEWIŃSKA
SIETE MEDALLAS OLÍMPICA SALO LARGO DE CINCO JUEGOS EN CINCO PRUEBAS DIFERENTES, NUEVE RÉCORDS MUNDIALES, ÚNICA ATLETA–HOMBRE O MUJER-EN POSEER LOS RÉCORD S DE 100,200 Y 400 METROS, PRIMERA ATLETA EN BAJAR DE 51 Y 50 SEGUNDOS EN 400 M, DIEZ MEDALLAS EUROPE
A PRINCIPIOS de julio, en mitad de la tormenta social y política que inundaba de manifestantes las calles de Varsovia con motivo de la polémica reforma judicial promovida por el Gobierno, el presidente del país, Andrzej Duda, varió su tensa agenda para encabezar el funeral de Estado en memoria de la mejor deportista polaca de todos los tiempos, fallecida el 29 de junio a la edad de 72 años tras una larga convalecencia por cáncer. El atletismo pierde físicamente a una de sus grandes estrellas mundiales de siempre, una mujer cuyos logros la sitúan en la misma constelación que astros como Jesse Owens, Fanny Blankers-Cohen, Carl Lewis, Marita Koch, Alberto Juantorena o Usain Bolt, pero nunca perderá al referente, precoz y duradero, capaz de dar lustre a este deporte durante dos décadas.
Irena Kirszenstein nació el 24 de mayo de 1946 en Leningrado (URSS). Sus padres, judíos polacos, tuvieron la suerte de evacuarse de Polonia al poco de la invasión nazi, en 1939. Cuando las fuerzas del III Reich también invaden la URSS, muchos de los refugiados son trasladados a las regiones centroasiáticas del país. Su padre Jakub estudiaba ingeniería acústica en Leningrado y su madre Eugenia trabajaba en una planta industrial en Kiev. Tanto institutos de ingenieros como fábricas son trasladadas a los Urales y Asia Central. De resultas, es en Samarcanda (Uzbekistán) donde coinciden y se conocen, antes de mudarse a Leningrado acabada la contienda y dar a luz a una niña de largas piernas. En 1947, cuando Irena contaba apenas un año de edad, resuelven regresar a Varsovia. Es una decisión arriesgada, por cuanto el exterminio de los judíos polacos ha sido consumado casi al 100% y los pocos miles que aún quedan con vida aún sufren algún pogromo mortal recién acabada la guerra (como en Kielce, 1946), circunstancia que acelera su definitiva emigración. Sea como fuere, la futura atleta Irena Kirszenstein y sus padres hacen al revés que todos los supervivientes y desplazados judíos; instalarse en Polonia justo cuando ya apenas queda alguno que desee continuar viviendo en el país. En otras palabras, a patriotismo no les gana nadie.
PARA EMPEZAR, TRES MEDALLAS
Fue en los Juegos de Tokio, en 1964, cuando Irena Kirszenstein alcanzó relevancia mundial. Allí, una adolescente de 18 años y piernas inacabables obtiene sendas medallas de plata en salto de longitud (6.60 m) y 200 metros (23:1), por detrás de la británica Mary Rand (6.76 m, récord mundial) y la estadounidense Edith McGuire (23:0, récord olímpico), rubricando su fenomenal irrupción en la élite con una presea de oro junto al equipo polaco de 4x100 metros, que además bate el récord mundial de la prueba con 43:6. El 9 de julio del año siguiente fulmina la plusmarca mundial de los 100 metros en Praga con 11:1. Y un mes después, el 8 de agosto, durante un encuentro entre Polonia y EE.UU. celebrado en Varsovia, corrió los 200 en 22:7, pulverizando la anterior marca y desquitándose en la misma carrera de McGuire, su verdugo en Tokio.
ECLOSIÓN EN EL CAMPEONATO DE EUROPA
En 1966 la calidad de la joven polaca cristaliza en los Europeos de Budapest, donde rubrica su debut europeo ganando tres medallas de oro y una de plata. En los 100 metros fue apenas superada por su compatriota Ewa Klobukowska (bronce en Tokio), deteniendo ambas el cronómetro en 11:5. Pero Kirszenstein se impuso después en los 200 m con 23:1 relegando a Klobukowska a la segunda posición. Ganó también el salto de longitud con una marca de 6.55 metros. Y volvió a integrar el cuarteto polaco de 4x100 m, triunfante con 44:4. Al año siguiente, el 25 de diciembre de 1967, Irena Kirszenstein se casa con su preparador y futuro fotógrafo deportivo, Janusz Szewiński, de quien adopta el apellido.
MÁS MEDALLAS Y RÉCORDS EN MÉXICO 1968
Llega octubre de 1968 y los JJ.OO. se disputan por primera vez en Latinoamérica, en el D.F. La capital mexicana, a 2.250 metros de altitud media sobre el nivel del mar, se erige en cuna del atletismo moderno, de resultados espectaculares. En los 100 m, Irena Szewińska supera el récord mundial ya en cuartos con 11:1, pero en la final es batida por las estadounidenses Wyomia Tyus (11:08, nuevo récord) y Barbara Ferrell (11:15), contentándose con el premio broncíneo y 11:19. Szewińska tuvo un mal día en el concurso de longitud, donde no pudo calificarse para la final (se pedía 6.35 metros y sólo saltó 6.18). Pero la apoteosis estaba reservada para la final de los 200 metros, donde pese a realizar una salida más que discreta y encarar la recta final casi en última posición, la estrella polaca desplegó una zancada de revoluciones tan bellas como imparables y fue recuperando posiciones, primero ante las estadounidenses, luego ante las australianas, hasta cruzar la meta en primer lugar con un fantástico nuevo récord mundial de 22:58. Raelene Boyle y Jenny Lamy, ambas de Australia, consignaron la plata y el bronce con 22.74 y 22.88, respectivamente. Peor suerte corrió con el equipo polaco de relevos, pues fallaron en la transmisión del testigo en su semifinal, error castigado con la descalificación.
PRIMERA MUJER EN BAJAR DE 50 SEGUNDOS
En la nueva década, Szewińska tardó un tiempo en recuperar su forma física tras el nacimiento de su primer hijo en 1970 y el inicio de sus estudios universitarios de Economía. En los Europeos de Helsinki de 1971 volvió a competir en las mismas pruebas que en la década anterior, pero tan sólo pudo capturar una medalla de bronce en los 200 metros, metal que repitió en los Juegos de Munich de 1972, cuando finalizó en tercera posición (22.74) tras la aussie Raelene Boyle (22.45) y la alemana oriental Renate Stecher (22.40). Pero en 1973 proyectó su talento sobre una distancia diferente: los 400 metros. Los corrió por primera vez en Varsovia el 23 de septiembre y en un tiempo de 52.0 segundos, tan solo 1 segundo por encima del récord mundial. Al año siguiente, el 13 de junio en la ciudad alemana de Potsdam, no sólo se desquitó de Stecher en los 200 m, sino que le arrebató el récord de la prueba con 22:21 segundos, una marca que aún hoy garantizaría puestos de podio, sobre todo a nivel continental. Pero lo mejor estaba por venir: tan solo nueve días más tarde, en Varsovia, lima nada menos que 1,1 segundos al vigente récord de los 400 metros, barriendo de un plumazo las barreras de los 51 y 50 segundos y estableciéndolo en 49.9. Era la segunda vez en su vida que competía en esta distancia.
Szewińska no participó en los 400 m de los Europeos de Roma, pero el hecho es lógico, habida cuenta de la cascada
de éxitos que cosechó en otras pruebas: se impuso en los dos sprints con 11:13 y 22.51, batiendo en cada uno de ellos a la vigente campeona olímpica de 100 y 200 m, la alemana Stecher. Por si fuera poco, se colgó la medalla de bronce con el relevo corto polaco y aún tuvo aliento para conducir al largo a un más que meritorio cuarto puesto merced a una colosal posta medida en 48:5 segundos en los que llegó a recuperar más de 20 metros a sus rivales.
UN FOGONAZO ¿CREPUSCULAR?
Para la cita olímpica de Montreal en 1976, Szewińska cuenta ya con 30 años, edad más que respetable si pensamos que llevaba rindiendo al más alto nivel desde los 18. Además, Christina Brehmer, de la RDA, le había arrebatado la plusmarca de la vuelta al óvalo con 49.77. No obstante, la polaca lo recuperó de nuevo el 22 de junio con 49:75. El duelo entre las dos atletas en la capital del Quebec auguraba chispas. Pero llegada la final, apenas hay emoción: Irena Szewińska logra maniatar a su joven rival a partir de los 200 metros y tritura cualquier atisbo de resistencia desplegando una zancada tan larga y potente como majestuosa. La polaca consigue su último récord del mundo (49:28) sacando más de diez metros de ventaja a la argenta alemana (50:51) y su compatriota Ellen Streidt (50:55).
Irena Szewińska afronta el año post-olímpico de 1977 en calidad de mito viviente, imposible de derribar. La nueva amenaza es nada menos que la estrella naciente de la velocidad mundial, una veinteañera llamada Marita Koch. Ya corre los 400 m en 49:53 y acaba de batir a Szewińska en Niza en los 200 metros. Su gran choque en la vuelta al estadio tendrá lugar en la primera Copa del Mundo de atletismo, celebrada en Dusseldorf. Es un formato de competición ferozmente atractivo, finales directas. Compiten ocho representantes por prueba, correspondientes a los cinco continentes y a los tres equipos nacionales más potentes. En la modalidad femenina, Irena Szewińska lo hace encuadrada con el equipo de Europa y Marita Koch en el de la RDA. El 2 de septiembre Szewińska logra la victoria en el doble hectómetro con 22:72 frente a Bärbel Eckert, de la RDA (23:02). Y dos días más tarde acomete el envite de su sucesora, ansiosa por ejecutar un cambio de poder. Marita sale como un misil y pasa el ecuador de la prueba en 23:1. Irena corre a la zaga, con estilo imperturbable. La alemana saca ya 3 metros de ventaja a la polaca pasados los 300, pero en la última recta, el fenomenal tranco de la atleta judía obra que afronten los últimos metros igualadas. Koch aún parece resistirse, empresa inútil; Szewińska adelanta finalmente a la futura gran estrella y se hace con el triunfo (49:52 por 49:76).
Las últimas preseas de Irena Szewińska acontecieron en los Europeos de Praga en 1978, donde conquistó unos meritorios metales de bronce en los 400 metros y 4x400 m, con 50:40 segundos tras una ya incontenible Marita Koch (48:94) y su compañera Christina Brehmer (50:38), y con 3:26:76 en el relevo largo, de nuevo tras la RDA (3:21:20) y la URSS (3:22:53). Todavía tuvo tiempo de participar en sus quintos Juegos, los de Moscú en 1980, donde ya no pasó de semifinales en la vuelta al óvalo, retirándose definitivamente una vez acabada la temporada. En los años posteriores, Szewińska desempeñó diversos cargos institucionales, tanto en el Comité Olímpico Polaco como en el COI.